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Ignacio Morgado, catedrático de Psicobiología en el Instituto de Neurociencia de la Universidad Autónoma de Barcelona.
¿Por qué a veces nos quedamos en blanco?

¿Por qué a veces nos quedamos en blanco?

El catedrático de Psicobiología Ignacio Morgado nos adentra en los misterios del cerebro

Pilar Manzanares

Martes, 30 de septiembre 2014, 08:26

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Sabemos mucho más de lo que creemos, el problema es que pocas veces somos conscientes de todo aquello que nuestro cerebro almacena. Poco a poco, este va formando una gran base de datos en el que la información se relaciona, se solapa, se complementa y también se pierde. Pero, ¿cómo sucede todo ese proceso? ¿Por qué hay experiencias que nos traumatizan? ¿Cómo podemos mejorar nuestra memoria?

A esta y a muchas otras preguntas da respuesta el catedrático de Psicobiología en el Instituto de Neurociencia de la Universidad Autónoma de Barcelona, Ignacio Morgado, en su libro Aprender, recordar y olvidar.

¿Qué es realmente aprender?

Es cambiar el comportamiento de una forma consistente para adaptarse a alguna situación desconocida. En ese proceso se producen una serie de cambios importantes en las neuronas, que fueron descubiertos por Santiago Ramón y Cajal. Lo que él dijo es que cuando aprendemos surgen brotes de las neuronas que les sirven para enlazarse y conectarse con otras, de modo que se pueden llegar a formar largos y complejos circuitos distribuidos por todo el cerebro. Es la forma que tiene nuestro sistema nervioso para almacenar la información.

Y ahí es donde entra en juego la memoria. ¿Cómo se consolida esta?

Aprendizaje y memoria son como las caras de una misma moneda. No puede haber aprendizaje sin que se forme la memoria ni se forma una memoria si no ha habido un aprendizaje previo. En realidad los separamos porque son procesos secuenciales: el aprendizaje tiene lugar en un momento determinado y, en ese mismo instante, comienza el proceso de formación de la memoria, que puede llevar desde horas hasta semanas. Las memorias que se forman pueden incluirse o relacionarse con el resto de información que tenemos ya almacenada y así se hacen más consistente, frente a las memorias aisladas, más frágiles.

Habla de memorias en plural, ¿cuántos tipos tenemos?

Básicamente, en neurociencia y psicobiología se establecen tres tipos. El primero es el de la memoria implícita, que es la que tenemos para hacer las cosas habituales (andar, hablar, comer), o sea cualquier tipo de actividad motora de la que solemos hacer. Así los hábitos son esa memoria almacenada que cuesta mucho que se forme pero que posteriormente es muy rígida y no se pierde por mucho tiempo que pase. El segundo es el de la memoria explícita, aquella que podemos declarar por escrito o verbalmente. Es la que almacena nuestro conocimiento del mundo. Esta memoria puede ser semántica (no relacionada con experiencias concretas, sino con conceptos, significados) o episódica, que es la que versa sobre las cosas que nos han pasado a lo largo de nuestra vida. A diferencia de la implícita, la explícita es una memoria consciente y no automática. Y para acabar está la memoria de trabajo, de breve duración. Es la que usamos para razonar, decidir, resolver... En este caso, el recuerdo es uno de los métodos que tenemos para ejercitar esta memoria muy ligada a la inteligencia general. De hecho, se ha comprobado que quienes tienen más memoria de trabajo suelen ser más inteligentes, y viceversa.

¿Y dónde de se aloja cada una?

Las implícitas suelen estar en los ganglios basales, estructuras profundas y de gran volumen del cerebro que se sitúan bajo la corteza. Las explícitas suelen estar inicialmente registradas en el hipocampo, una estructura del lóbulo temporal. Pero estas, una vez almacenadas y con el paso del tiempo, pueden transferirse a diversas partes de la corteza . Por último la memoria de trabajo suele estar en la corteza prefrontal, que es la parte mas evolucionada del cerebro humano. Un daño en alguna de esas áreas puede afectar a cada una de las memorias que aloja.

¿Por qué almacenamos ciertas cosas y otras no?

Todos sabemos que la memoria es selectiva, así que sólo recordamos aquello que es importante para nosotros tanto si es bueno como malo. Pero, ¿cómo hace eso nuestro cerebro? A través de las emociones. Lo que nos emociona nos importa.

¿Por eso al estudiar recordamos mejor lo que más nos gusta?

Así es, porque son los que nos producen una emoción y por tanto se registran y se recuerdan mejor.

Con todo, ¿podemos quedarnos en blanco ante un examen?

Sí. La evocación de muchos aprendizajes depende de que se den en el momento de hacerlo las mismas circunstancias que se dieron mientras se aprendía. Por eso, si uno aprende atiborrado de cafeína para aguantar muchas horas estudiando y el día del examen se presenta sin cafeína en su organismo su sistema nervioso en el momento del examen estará en un estado de actividad muy diferente y así hará que se quede en blanco. Es como si lo aprendido estuviera guardado en una habitación del cerebro y buscáramos en otra diferente. Traducido al lenguaje científico: estoy tratando de recordar activando circuitos de la memoria que no son los mismos que se activaron cuando estaba aprendiendo. Así quedarse en blanco quiere decir que la memoria está disponible pero no accesible. Es lo mismo que sucede cuando vamos a buscar algo desde el salón a la cocina y, al llegar a ella, no sabemos qué íbamos a hacer y recordamos al volver sobre nuestros pasos.

Imagino que son también las emociones las que no dejan que olvidemos ciertas experiencias traumáticas, pero ¿por qué ante una experiencia así hay quienes desarrollan estrés postraumático?

Esta situación es muy especial y no se da en todas las personas. Probablemente coincide con quienes nacen con una alta reactividad emocional. Así cuando les sucede algo emocionalmente muy fuerte, como una violación, se forma en su cerebro una memoria muy poderosa llamada de impacto que es capaz de venirles a la cabeza a lo largo de la vida, haya pasado el tiempo que haya pasado. Esa memoria no solo arrastra el puro recuerdo de lo sucedido, también el estado emocional que el afectado tenía cuando le pasó. De ese modo se genera una tensión tan grande que se vuelve incompatible con llevar una vida normal .

Pero hay veces que un episodio traumático puede mantenerse oculto en la memoria...

Y eso sinceramente es algo que todavía no sabemos por qué sucede.

En general, ¿por qué olvidamos cuando no existe un daño?

Hay muchas razones para olvidar. La más básica es que con el tiempo los circuitos neuronales que albergan la memoria pueden ir desapareciendo y de ese modo se borra su contenido. Muchas otras veces olvidamos porque en realidad no aprendimos bien. Otra causa son ls interferencias. El cerebro no guarda cada cosa en un lugar, sino que mezcla las informaciones y se dan solapamientos. Por eso a veces recorriendo mentalmente un circuito para establecer un recuerdo rememoramos un conocimiento paralelo que guarda algo en común con ese original, pero que es diferente. Eso es lo que ocurre cuando, por ejemplo, ponemos un nombre que no es a una cara determinada.

El sueño es un elemento importante del aprendizaje. ¿Qué sucede mientras dormimos?

Cuando dormimos las neuronas se recargan, se recuperan y se reparan los circuitos para que podamos aprender cuando comience a llegarles la información. Además, también el sueño ayuda posteriormente al aprendizaje, y lo hace porque mientras dormimos se tiende a reproducir la misma actividad cerebral que originó el aprendizaje cuando estábamos despiertos, es decir hay como unas prácticas. También el sueño integra la información aprendida con la que ya teníamos en el cerebro, consolidando mejor las memorias, y hace que descubramos cosas nuevas en la información que ya teníamos almacenada. Cada vez descubrimos más los poderes del sueño y nos están deslumbrando porque son muchos más de los que imaginábamos.

Hay gente que al recrear sus recuerdos mete elementos inventados, que no estaban allí. ¿Qué sucede en estos casos?

Que la memoria del pasado no es una memoria fiel, sobre todo cuando hablamos de memorias explícitas. Hay que tener en cuenta que al madurar tenemos otra manera de ver las cosas y eso se refleja en la forma de recordar el pasado hasta el punto de que llegamos a incluir en nuestros recuerdos cosas que en realidad nunca ocurrieron.

Habla en su libro de la epigenética heredara. ¿Se podría heredar el miedo, por ejemplo?

Pues eso es algo que estamos empezando a descubrir. Las investigaciones en ratones muestran cómo cierto trato emocional (situaciones de estrés, miedo) pueden producir, ignoramos cómo, cambios en las células germinales que se transfieren de padres a hijos llevando la herencia genética. Así modificaciones causadas por la experiencia podrían transmitirse, como por ejemplo traumas intensos, estrés sostenido De ese modo, por esa línea germinal podrían llegar a producirse en los descendientes reactividades emocionales adquiridas por sus padres durante sus experiencias vitales. Pero nos surge un problema a tener en cuenta: si padres e hijos comparten una alta reactividad emocional podría deberse no a la herencia sino a que ambos comparten el mismo ambiente. Por eso cuando consideramos que se trata de herencia debemos esperar como poco hasta la segunda generación para afirmar que se da por esa vía germinal.

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