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ARMANDO MÉNDEZ
La historia del pueblo gitano se estudiará en la escuela por decisión del Congreso

La historia del pueblo gitano se estudiará en la escuela por decisión del Congreso

Cuatro miembros de esta etnia que escapan del mito cuentan sus vidas, expectativas y afanes

ANTONIO PANIAGUA

Lunes, 6 de noviembre 2017, 01:15

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Dentro de poco los niños aprenderán que en 1749 el marqués de la Ensenada decretó el encarcelamiento de todos los gitanos que poblaban España. Gracias a una iniciativa del Congreso de los Diputados votada por unanimidad, la historia romaní se incorporará al currículum escolar. Este periódico ha hablado con cuatro gitanos que escapan al estereotipo que se tiene de ellos. Un maestro, un informático, un policía nacional y una abogada cuentan sus vidas y tradiciones y opinan sobre los prejuicios que aún les acechan. Hacía falta una medida así, dicen, aunque esperan que no se convierta en una «anécdota».

Teresa Heredia Cortés Abogada

«Mis padres quisieron que tuviéramos educación»

Teresa Heredia Cortes, de 25 años, es la menor de seis hermanos y aspira a convertirse en una inspectora de trabajo o en una abogada laboralista. Por ahora esta licenciada en Derecho trabaja en la Fundación Secretariado Gitano en Cáceres y es miembro del equipo Calí, donde ejerce como técnica de igualdad. Ella disfrutó de mejores oportunidades económicas que sus hermanos, que abandonaron la escuela en la etapa de secundaria. Nota un viraje cualitativo entre su vida y la de sus padres, que no la animaron especialmente a hincar los codos, pero tampoco la intentaron persuadir de que arrumbara los libros. «'Si quieres estudiar, nos parece perfecto; pero si no, no pierdas el tiempo', me dijeron».

Desde los 13 años tenía muy claro que quería desenvolverse en el campo de las leyes. «La justicia, la igualdad, la equidad, la lucha por los derechos de los colectivos más desfavorecidos son inquietudes que siempre han estado muy dentro de mí». No en balde su trabajo de fin de carrera versaba sobre la explotación de los temporeros inmigrantes de Almería, de donde procede su familia.

Hija de una limpiadora y de un trabajador agrícola que compatibiliza su quehacer con trabajos esporádicos en la construcción, ninguno de los dos sabe leer ni escribir. «Sin embargo, siempre quisieron que sus hijos fueran al colegio y tuvieran, al menos, una educación básica», cuenta Teresa, quien pudo terminar sus estudios gracias al esfuerzo de sus progenitores, no por las becas recibidas.

Nadie la ha apuntado con el dedo ni ella ha sentido miradas reprobadoras por ser gitana, pero sí ha sufrido formas más sutiles de rechazo. «Cuando intenté alquilar un piso y les dije a los de la agencia inmobiliaria que trabajaba en la Fundación Secretariado Gitano, los intermediarios prefirieron decir a los arrendadores que estaba en una ONG, sin más, tal vez para no tener problemas. A veces noto cierta sensación de sorpresa cuando la gente repara en mis apellidos; piensan: '¿pero ésta es gitana?'». Pese a que es morena, a Teresa no la identifican con la estampa arcaica «de la gitana en bata y con grandes pendientes de aro».

Francisco Plantón Profesor

«No concebimos vivir en casa sin generar dinero»

«Una vez nos juntamos cuatro o más niños gitanos para ir a la discoteca y el portero no nos dejó entrar. Obviamente no te dicen que es porque eres gitano, pues entonces incurrirían en un delito de odio. Pero se reservan el derecho de admisión». Quien así habla es Francisco Plantón, de 24 años, profesor de primaria en el colegio Nuestra Señora del Pilar de Málaga y colaborador en Onda Azul, emisora de la misma ciudad. Ya de chico le gustaba la docencia. Se fijaba en lo que hacían su padre, también maestro, y su madre, monitoria escolar. «Se puede decir que nací en un entorno propicio al estudio», asegura Francisco, cuya hermana cursa segundo de Magisterio.

Algunos tópicos sobre la comunidad cañí le sublevan. Está harto de que se tilde a su gente de «subsidiada por el Estado y de ineficiente en el trabajo. Los gitanos no concebimos vivir en casa sin generar dinero». Tampoco soporta que se les tenga por tramposos y tergiversadores. El estudio de la historia de los gitanos en los colegios puede ser la oportunidad para deshacer esos mitos, aunque espera que no se convierta en «algo anecdótico. Ojalá no ocurra eso».

Para Francisco, las costumbres de su etnia no son ni mucho menos una rémora. «No me imagino una celebración de Navidad sin cuarenta o cincuenta personas, entre padres, tíos, primos y hasta bisabuelos; no me imagino a un tío mío enfermo y yo en casa sin ir a visitarle; no concibo una boda sin subir a hombros a los novios y sin el cante de la 'alboreá'».

Como católico y conocedor de su comunidad, Francisco es una voz cualificada para analizar la conversión masiva de un buen número de gitanos a la Iglesia Evangélica de Filadelfia. «Desde hace unos cincuenta años ha cobrado fuerza, quizá porque cuenta con sus propios pastores gitanos. El riesgo que veo es que se reduzca a una Iglesia de gitanos para gitanos».

Francisco S. V. Policía nacional

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