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Tarjeta roja por no sacar bien la basura

Tarjeta roja por no sacar bien la basura

Los basureros holandeses sacan tarjetas amarillas y rojas a quien no respeta las normas de recogida de residuos. No siempre son bien aceptadas: en algunas ciudades han tenido que desplegar agentes especiales para custodiarles

ANTONIO CORBILLÓN

Sábado, 2 de junio 2018, 09:40

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Cualquiera que pase un tiempo en Holanda se sorprenderá de la compleja maquinaria de recogida de la basura. En las ciudades disponen de hasta siete contenedores distintos para separar los residuos y de enrevesados calendarios de retirada que siembran confusión entre muchos ciudadanos. Toda sea por mejorar la reputación de ser el país más 'verde' de la Europa comunitaria.

En algunos municipios aplican incluso criterios futbolísticos, en forma de tarjetas amarillas y rojas, para mejorar estos procesos. Y, como pasa en el fútbol, en Holanda preocupan los 'ultras' que han convertido la profesión de basurero en un trabajo de riesgo. En Best, por ejemplo, los operarios del camión de basura están autorizados a sacar una cartulina amarilla a quienes cometen errores en la gestión de sus desechos. En marzo empezaron también a exhibir tarjetas rojas, que se traducían en que las bolsas quedaban sin recoger. El rojo parece haber excitado los peores instintos y en las últimas semanas se han repetido episodios de amenazas y agresividad contra los trabajadores. Un camión fue bloqueado en una calle por los vecinos y no le dejaron salir hasta que recogió sus bolsas.

Los responsables de la estación de residuos ya no se sienten seguros por las calles de esta pequeña ciudad de 30.000 habitantes. Aún no ha habido agresiones físicas, pero a uno de ellos le dijeron: «Sabemos a qué escuela van tus hijos». «No vamos a permitir que algunos residentes molesten o amenacen a estos trabajadores», advierte su alcalde, Hans Ubachs, en el diario 'Volkskrant'.

Ahora, detrás de cada camión de basuras de esta ciudad se puede ver a funcionarios como Ad van den Berk. Vigila montado en su bicicleta de montaña para comprobar que la recogida sea segura. «Es una pena que las cosas tengan que ser así», lamenta el atlético agente en el mismo diario. Van den Berk es lo que en Holanda llaman un BOA, oficial extraordinario de investigación, una figura que ha adquirido un creciente protagonismo en la regulación de la vida comunitaria en el país.

Descuentos en el barrio

A pesar de tener el mejor programa de gestión de residuos de Europa, como cada año certifican los informes de la Unión Europea, en el país de los tulipanes tratan de mejorarlo. Y no dejan de echarle imaginación. En el distrito Noord de Amsterdam funciona desde 2016 el programa Wasted (desperdiciado), que incentiva a los hogares a reciclar sus plásticos recompensándoles con descuentos en negocios del barrio.

En otras ciudades, como La Haya, sus agentes ambientales vigilan a residentes y empresas para alertar cuando se incumplen las normas. En muchos barrios hay 'ecoequipos' que se esfuerzan en difundir la ortodoxia recicladora. Son incontables las webs que dan cursos, ciudad por ciudad, para entender las claves de cada contenedor, su color, función y plazo de recogida.

Para no sobrecargar a los policías de calle con nuevas tareas, esta vigilancia queda en manos de los BOA, que tienen un estatus de agente público y entre cuyas funciones se incluye la pedagogía pero también la capacidad de practicar arrestos, imponer sanciones y cursar denuncias. En el tema de los desechos, las sanciones empiezan con 100 euros. De ahí, para arriba.

Hay más de 23.500 agentes BOA en 1.100 instituciones holandesas, desde municipios hasta áreas medioambientales, de bienestar e infraestructuras, educación, transporte público o trabajo. Y su condición de 'comisarios' sociales les ha incluido en la lista de profesiones de riesgo. El pasado fin de semana sonaron las alarmas del colectivo BOA después de que le rompieran la nariz a un agente que riñó a unos usuarios por hacer fuego e internarse con sus 'quads' en un área recreativa de Ijsselmonde. En abril le rompieron un tobillo a otro agente que ejercía de guardabosques en Oost-Brabant.

«Desafortunadamente, las narices y brazos rotos ya no son una excepción», lamenta Eric Lakenman, portavoz de la Asociación Holandesa de agentes BOA. El colectivo se queja de que sus denuncias no suelen contar con el refrendo de los fiscales, que suelen archivarlas. El asunto se ha convertido en debate de interés nacional.

El Gobierno de Holanda, que ha invertido 40 millones de euros en los últimos diez años en campañas contra la agresividad hacia los funcionarios públicos, estudia triplicar las penas para los casos de violencia hacia un BOA. Se suman así a la larga lista de profesionales de riesgo como policías, bomberos, conductores de ambulancia, de autobús o políticos. Y los basureros a los que custodian.

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