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Playa donde John (arriba) busca el tesoro.
El botín pirata mejor escondido

El botín pirata mejor escondido

Un tesoro oculto en las Seychelles consume los afanes de dos generaciones. Lo buscó Reginald Cruise-Wilkins y ahora lo hace su hijo John

ANTONIO PANIAGUA

Martes, 30 de mayo 2017, 01:29

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La búsqueda de un tesoro escondido puede consumir no ya una vida, sino dos. Es el caso de un padre y su hijo, ambos ingleses, que han dedicado su existencia a la búsqueda de los lingotes de oro y plata, piedras preciosas y otros objetos de valor incalculable que transportaba un galeón portugués. Uno de los dos hombres obsesionados con el botín pirata lleva varias décadas muerto, pero dedicó 27 años de su vida a dar con el paradero de la fortuna. La imagen fantasmal de cofres enterrados en una isla del océano Índico ha envenenado los sueños de dos generaciones.

Hasta ahora, todos los intentos por dar con el tesoro han sido vanos. De hacer caso a la leyenda que se propaga en las islas Seychelles y Reunión, el barco alojaría una hacienda valorada en más de cien millones de libras (117 millones de euros), el mayor dineral robado por bucaneros. Quien comenzó con esta empresa fue Reginald Herbert Cruise-Wilkins, apodado 'el hombre del tesoro', que murió sin haber cumplido su aspiración. Su hijo John heredó la obsesión de su padre y aún hoy se obstina en cumplir su sueño. Puede parecer una quimera, pero, si se atiende a las palabras del cazatesoros, el metal precioso está tan cerca que parece que se puede tocar.

La BBC ha podido hablar con él y su relato es fascinante. Para comprenderlo todo hay que remontarse unos siglos atrás; en concreto, a 1721, cuando entra en escena el pirata francés Olivier Levasseur, también conocido como 'La Buse' (El Halcón) por la velocidad con que desvalijaba patrimonios ajenos. Levasseur y sus compinches abordaron el galeón portugués 'Nuestra Señora del Cabo', que navegaba bajo pabellón británico, en el puerto de Reunión, entonces llamada Isla Bourbon. Los 250 salvajes que asaltaron la nave pasaron a cuchillo a la tripulación. Levasseur ignoraba que había atacado un barco acaudalado. Por eso, cuando vio lo que escondía en sus tripas quedó asombrado. Era como la mina del rey Salomón flotando en el mar.

Quedaba pendiente poner el botín a buen recaudo. Los piratas pusieron rumbo a Madagascar, donde se hallaba su cuartel general. Había que ponerse a salvo de la marina inglesa, que andaba a la caza de los bucaneros. Como Levasseur no quería de ningún modo que los oficiales británicos le desposeyeran del tesoro, lo repartió entre sus hombres. Cada uno tocó a razón de 42 diamantes y 5.000 guineas, y el corsario se quedó con el resto y lo ocultó en la isla de Mahé, en las Seychelles. «La tripulación ignoraba dónde se encontraba la cámara del tesoro. Fue trasladado a una cueva y mantenido allí temporalmente. Sólo los que participaron en esta misión conocían su paradero, pero fueron ejecutados después de enterrarlo. Únicamente Levasseur sabía cómo recuperarlo», explicó John a la BBC.

El pirata también acabó mal. Los de su género, ya se sabe, no suelen morir en la cama. Fue capturado y ahorcado el 7 de junio de 1730 en Reunión. Quienes presenciaron la ejecución pudieron observar que, antes de morir, arrojó un trozo de pergamino a la multitud y gritó: «Mi tesoro para quien sepa entenderlo». ¿Qué decía aquel documento? Ahí está la clave, porque la herencia del corsario era un criptograma, un texto de 17 líneas cuya comprensión escapa al entendimiento humano, a no ser que ponga mucho empeño en descifrarlo.

Levasseur armó un jeroglífico inextricable, un galimatías trufado de griego, hebreo y salpimentado de conocimientos de mitología, astronomía, astrología y esoterismo. Cruise-Wilkins, el padre de John, se pasó años intentando desentrañar el enigma. Y parece que lo consiguió. El tesoro estaría en la paradisíaca zona de Bel Ombre, en la costa norte de la isla Mahé, un lugar bañado por aguas turquesas, de vegetación lujuriosa y monumentales rocas de granito horadadas por las olas.

Marcas en la roca

La loca empresa iniciada por Reginald Herbert Cruise-Wilkins y continuada por su hijo parece que está tocando a su fin. John ha explorado más de 160 kilómetros cuadrados del área de Bel Ombre y ha dado con lo que cree son marcas en la roca hechas por el corsario. También ha encontrado huesos, pistolas, balas de mosquete y estatuillas. El problema es que sólo puede llegar al botín construyendo un túnel bajo el nivel del mar. Eso, sin contar con la trampa que habría montado Levasseur para evitar que otras personas rescataran el tesoro.

En caso de encontrarlo, John tendrá que compartirlo. En 2009, el Gobierno de las Seychelles le obligó a interrumpir los trabajos preparatorios hasta que pagara 250.000 rupias para conseguir la licencia, y le impuso la condición de repartir el botín a partes iguales si lo hallaba. El británico no tuvo más remedio que detener su empresa y a punto estuvo de tirar la toalla cuando supo de las exigencias de las autoridades. Pero el cazatesoros se ha tomado el empeño como una cuestión de orgullo. Además, la mitad de cien millones de libras sigue siendo mucho dinero. Infatigable, John no cae en el desaliento. Ahora lucha por obtener financiación para culminar las obras. Y entonces, quizás pueda relamerse viendo el fulgor del oro.

millones en oro, plata y piedras preciosas es el valor del tesoro que trasladaba el galeón portugués asaltado por el corsario francés Olivier Levasseur, según las estimaciones de John.

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