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Los vecinos del barrio madrileño de Quintana han retirado miles de tarjetas porno de los coches.
Prostitutas de colección

Prostitutas de colección

Barrios de Madrid se levantan contra la avalancha de anuncios de meretrices desnudas en los coches. «Los niños se los intercambian como si fueran cromos»

ANTONIO PANIAGUA

Viernes, 26 de mayo 2017, 00:31

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Como en otras ciudades españolas, en el barrio madrileño de Quintana, a cuatro kilómetros de la Puerta de Alcalá, los coches amanecen cada día empapelados con anuncios de prostitución. En los parabrisas aparecen tarjetas de colores chillones profusamente ilustradas con nalgas y pechos prominentes. 'Paraguayas, piso discreto', 'Conejitas', 'Masajes orientales'. Son algunas de las leyendas impresas junto a los cuerpos desnudos. «Los niños se los intercambian como cromos de colección -se lamenta la presidenta de la Asociación de Vecinos de Quintana, Ana Martínez-. Las agrupaciones de padres de los colegios nos avisaron y decidimos hacer algo». Aparte de ir retirando miles de tarjetas, con las que han llenado media docena de bolsas, la organización vecinal ha publicado carteles para colocar en el salpicadero de los vehículos con el siguiente lema: «No acepto publicidad de prostitución. Por las mujeres. Por nuestros niños/niñas. Porque quiero un barrio limpio. Porque no quiero mafias». La campaña está teniendo tal éxito que se ha extendido a otros lugares de Madrid, como Vallecas, La Elipa o Chueca.

La publicidad de la discordia no es de clubes de alterne, sino de mujeres que venden placer en pisos particulares. «Nos llamó la atención la enorme cantidad de anuncios, y eso nos hizo preguntarnos en qué condiciones viven estas chicas. ¿Están forzadas o lo hacen porque quieren? El cuerpo no es una mercancía». Pese a la popularidad de la iniciativa, los repartidores no se dan por aludidos y siguen diseminando la propaganda por el barrio. Los avisos para que se abstengan de hacer de su coche un catálogo porno les trae al pairo. Cada día es una competición entre quienes siembran de anuncios los vehículos y quienes los quitan. «Está claro que detrás de todo esto hay mafias. Reparten publicidad hasta tres y cuatro veces al día».

Rocío Barrio, de 49 años, pertenece a la Asociación de Madres y Padres de Alumnos (Ampa) del Centro Cultural Elfo. Con dos hijos de 13 y 11 años, se encuentra inerme por la avalancha de incitación al sexo de pago. En su casa todos los dispositivos electrónicos tienen habilitados mecanismos de control parental para impedir la irrupción de pornografía. Pero poco puede hacer cuando cada mañana, al llevar a los críos al colegio, se encuentra con su turismo convertido en un panel publicitario. «Por 20 euros, un adolescente puede acceder a un servicio sexual sin garantías sanitarias», denuncia Barrio. Por añadidura, le inquieta que las tarjetas se incorporen al juego de los niños. «Te cambio un culo por unas tetas. No van a necesitar cromos de fútbol», dice con ironía Barrio.

En teoría, estas octavillas están prohibidas por las ordenanzas municipales. No sólo porque degradan la imagen de la mujer, sino porque se trata también de una publicidad no consentida que ensucia las calles. Sorprender al distribuidor de los folletos puede acarrear la imposición de una multa de 600 euros. Pero ni a Ana Martínez ni a Rocío Barrio les parece una buena idea penalizar a una persona sin oficio ni beneficio.

Dinero negro

La entidad vecinal ha planteado el problema a la Policía Municipal hasta en tres ocasiones, pero sus peticiones han caído en saco roto. «Nos han dicho que no pueden entrar en una vivienda particular si el propietario del piso, en caso de que lo haya alquilado a una prostituta, no presenta una denuncia por darle un uso distinto al convenido», indica Martínez. Los agentes le informaron de que si lograban hablar con una prostituta dentro de esa casa, la afectada jamás iba a reconocer que era una esclava sexual. «Les hablamos del dinero negro que genera la trata, y dijeron que no eran competentes, que lo denunciáramos en Hacienda», se queja la dirigente vecinal, que asegura que la prostitución está degradando la convivencia. «Si la chica está ocupada, los clientes, por lo general hombres muy mayores, esperan en la escalera del piso a que les toque el turno, fuman y las colillas se quedan en el suelo. Los vecinos que salen de casa se encuentran de repente con gente que ni conocen sentada en los escalones. Están hartos», argumenta Martínez.

Julia, propietaria de un bar en la zona, sostiene que Quintana se ha degradado por culpa del trapicheo de drogas, los robos y la prostitución: «Desde hace tres años, esto se ha ido acentuando. Lo único que se ve es propaganda de señoritas ofreciéndose de malas formas. Esto no es muy decorativo para el barrio».

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