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Jueves, 25 de mayo 2017, 11:23
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Desde que Europa se está viendo atacada en los últimos años por diferentes atentados yihadistas, además de la masacre que provocan, hay una circunstancia que se repite en prácticamente todos. Tal y como reflexionan en el diario El Mundo y en Público, los terroristas suelen dejar cerca de la escena del crimen alguna identificación que facilita mucho la búsqueda a los equipos de investigación que trabajan para esclarecer los sucesos.
En el último atentado perpetrado en Mánchester se ha vuelto a repetir la misma circunstancia. El supuesto terrorista, Salman Abedi, dejó entre sus enseres personales un DNI que rápidamente le incriminó y que puso en marcha un ejército de pruebas que han ayudado a las fuerzas de seguridad a conocer de primera mano los orígenes de este joven de 22 años que ha atentado en el corazón de Reino Unido.
Pero el hecho se repite incluso desde el 11S de Nueva York. Allí se encontró entre los escombros la identificación de uno de los terroristas que secuestraron y estrellaron los aviones y lo mismo sucedió en el 11M en Madrid. Y se repite de manera evidente en París, Niza o Berlín. La principal teoría que se maneja para entender lo que sucede es que los terroristas en cuestión pretenden dejar una huella, una firma de su acto para reivindicar su lucha.
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