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INÉS GALLASTEGUI
Domingo, 21 de mayo 2017, 00:18
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El consumo de leche en España ha caído más de un 40% en los últimos treinta años: de 124 litros por persona en 1987 a 72 en 2016. Las razones para que ese producto que hace unas décadas era el paradigma del superalimento esté perdiendo nuestro favor son múltiples. Por un lado, hay un sector creciente de la opinión pública, con veganos y animalistas a la cabeza, que considera la ganadería intensiva un cruel maltrato. Por otro, la moda de lo 'verde' se ha traducido en una fuerte competencia de las bebidas vegetales -soja, almendra, avena o arroz- mal llamadas 'leches'. Además, un 15% de las personas padecen en algún momento de su vida intolerancia a la lactosa. Por si fuera poco, hay una razón demográfica: hoy nacen muchos menos niños, tradicionalmente los mayores consumidores. Los 'picos' fueron 1977, con 677.000 nacimientos, y 2008, el año antes de la crisis, con 519.000, mientras en 2016 bajaron a unos 400.000. Y otra científica: algunas guías nutricionales cuestionan que la leche sea indispensable en una dieta saludable y hasta ponen límites a su ingesta. «No hay ningún alimento imprescindible», asegura el dietista nutricionista Juan Revenga.
La especie humana es la única que toma leche de otro animal tras el destete. Claro que también somos los únicos capaces de inventar la ganadería -hace unos 10.000 años- y de convertir la secreción mamaria de vacas, cabras y ovejas en alimentos tan ricos y sofisticados como el queso, el yogur, la mantequilla o la nata montada.
Pero este regalo de la naturaleza que en muchas culturas era sinónimo de salud, riqueza y fecundidad -según la Biblia, de la tierra prometida a los judíos «manaba leche y miel»- está quedando arrinconado en los hábitos de consumo de los europeos. Hoy, cada español toma un vaso de leche escaso al día. Si tenemos en cuenta que la mayoría de los niños consumen más, no es arriesgado deducir que una parte considerable de la población ni la prueba.
La industria, preocupada
La interprofesional del sector, Inlac, que agrupa a los ganaderos y a la industria transformadora, lleva años preocupada por la tendencia del mercado en España, que es similar en otros estados europeos con población envejecida y baja natalidad. En los países en desarrollo, en cambio, la demanda sigue al alza. A mediados de junio esta asociación lanzará una campaña cofinanciada con fondos europeos bajo el lema 'Di sí a los lácteos'. «Queremos explicar a la población por qué hay que consumirlos como parte necesaria de una dieta sana y equilibrada», subraya José Armando Tellado, presidente de Inlac.
¿Por qué la leche ya no es un imperativo? Hay muchas razones. Por un lado, se trata de un alimento que la gente asocia a determinados momentos del día -especialmente, el desayuno- y a periodos concretos de la vida: la infancia, la adolescencia o el embarazo. «Se toma menos leche sin ser consciente de ello», admite Tellado, que es también director general de Central Lechera Asturiana.
Pero también hay consumidores que eligen a conciencia reducir o eliminar este producto de su día a día; entre ellos, vegetarianos estrictos, veganos o seguidores de la 'paleodieta', que abogan por alimentarse como los cazadores-recolectores, antes de que se inventaran la agricultura y la ganadería.
Juan Revenga cree que tomar bebidas vegetales como sustitutos de la leche «no tiene sentido». «Las dos son líquidas y blancas, y sirven para tomar con café o disolver el cacao. Pero, nutricionalmente hablando, es como sustituir una loncha de queso por una de jamón porque las dos son cuadradas y encajan en el pan de sándwich. O como cambiar el brócoli por un filete. No tienen nada que ver», resalta el autor del blog 'El nutricionista de La General'.
La leche es un alimento bastante equilibrado por su contenido en proteínas, hidratos de carbono, grasas, vitaminas y minerales, entre ellos el calcio. Hace ya años que las versiones semidesnatada (45%) y desnatada (29%) superaron en ventas a la entera (26%). La 'sin lactosa' es cada vez más demandada. ¿Es esencial la leche? «Puede formar parte de un patrón de alimentación equilibrado y variado, pero no es imprescindible -zanja Revenga-. Los nutrientes pueden encontrarse en distintos alimentos. No 'hay que' tomar leche».
El alto contenido en calcio que distingue a este producto (unos 120 miligramos por cada 100 gramos) ha sido uno de los principales argumentos a su favor. Sin embargo, es similar al que contienen las almejas, los pistachos, las judías blancas o las espinacas y bastante menor que las sardinas en aceite, las almendras o las avellanas. El aporte de este mineral es necesario para desarrollar huesos fuertes en la infancia y frenar la pérdida de masa ósea en la edad adulta, pero no el único: un estilo de vida sano, la actividad física y la vitamina D que proporciona la exposición al sol son las otras tres patas del banco.
«No está claro que necesitemos tanto calcio como se recomienda ni que los lácteos sean la mejor fuente de calcio para la mayoría de la gente -señala el portal de nutrición de la Escuela de Salud Pública de Harvard, una de las más prestigiosas del mundo-. El calcio y los lácteos pueden disminuir el riesgo de osteoporosis y cáncer de colon, pero una ingesta alta puede aumentar el riesgo de cáncer de próstata y, posiblemente, de ovario».
Pirámides interesadas
La ración diaria recomendada es motivo de controversia. Con los conocimientos científicos actuales, muchos de los consejos nutricionales contenidos en las guías oficiales han sido puestos en cuestión. No hay que olvidar que la primera pirámide que se difundió a gran escala -la que mucha gente tiene aún pegada en el frigorífico- la elaboró en 1992 el Departamento de Agricultura de Estados Unidos. La preeminencia de los cereales, en la base del triángulo, era cuando menos llamativa; parecía más una herramienta política para dirigir el consumo en beneficio de determinados sectores económicos que un patrón de alimentación saludable. Hoy sabemos que un exceso de carbohidratos, y no tanto de grasas, es el principal responsable de la epidemia mundial de obesidad.
La pirámide ha sufrido diversas actualizaciones -ahora el consumo de cereales y tubérculos se vincula a la actividad física-, pero, en lo que a los lácteos se refiere, ha habido pocas variaciones: en España se siguen recomendando «dos o tres raciones diarias» de leche y sus derivados. Una ración se corresponde con un vaso de leche, dos yogures o una porción de queso (40-60 gramos si es curado, 80-125 si es fresco o tierno). El 'plato de comida saludable' de Harvard, en cambio, recomienda «limitar» a un máximo de una o dos raciones diarias la ingesta de leche.
Las natillas no son leche
A estos efectos están excluidos los postres lácteos tipo natillas o los helados, que aparte de leche contienen otras muchas cosas, por ejemplo, gran cantidad de azúcar. Entrarían en la categoría de dulces que hay que consumir de manera esporádica. En ese aspecto, el autor del libro 'Adelgázame, miénteme' expresa su preocupación: a su juicio, la leche no ha sido sustituida en las preferencias de los españoles, especialmente niños y jóvenes, por opciones tanto o más saludables, sino por productos ultraprocesados repletos de calorías vacías, como los refrescos, zumos y batidos superazucarados.
Quizá por eso, Estados Unidos ha pasado de promocionar la leche -en 1993 el lema 'Got Milk?', con un montón de celebridades luciendo 'bigote' blanco, logró hacer repuntar el sector- a centrar sus esfuerzos en fomentar los productos vegetales: ahí están la huerta de Michelle Obama o la campaña 'Fruits&Veggies More Matters'. Blanco y en botella.
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