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La gran estatua de Mao. Abajo, la iglesia de la polémica.
Cruces entre la hoz y el martillo

Cruces entre la hoz y el martillo

La construcción de una iglesia que supera a la estatua más alta de Mao aviva los recelos por el auge del cristianismo en China

ZIGOR ALDAMA

Sábado, 20 de mayo 2017, 03:51

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Sobre el papel, China es un país comunista y ateo que, sin embargo, recoge el derecho a la libertad de culto en el artículo 36 de su Constitución. Teóricamente, los ciudadanos son libres de profesar su fe como lo consideren oportuno, siempre que su religión se encuentre entre las cinco aprobadas por el Gobierno -budismo, taoísmo, islam y cristianismo en sus vertientes protestante y católica-, y están protegidos frente a cualquier discriminación por esta razón. Además, desde la reforma de la Normativa de Asuntos Religiosos de 2005, las organizaciones religiosas registradas tienen derecho a publicar textos, recibir donaciones, formar a clérigos y poseer inmuebles.

Efectivamente, los templos budistas y taoístas operan en paz y armonía por todo el país. Sin embargo, basta con acudir a misa en cualquiera de las iglesias cristianas para darse de bruces con baterías de cámaras de seguridad y, aseguran sus fieles, también con algún que otro agente de los servicios de seguridad camuflado que controla todo lo que se dice en el sermón. Además, todos los sacerdotes deben contar con la aprobación del Estado, que prohíbe terminantemente la injerencia de religiosos extranjeros. El tiempo de los misioneros, aducen, ya pasó.

El autoritarismo chino se siente todavía mucho más en las mezquitas. En la región de Xinjiang, donde habita la minoría étnica uigur -mayoritariamente musulmana-, los rezos son vigiladospor policías, muchas veces armados con fusiles automáticos. Además, en nombre de la lucha contra el terrorismo independentista y el extremismo islámico, las autoridades han aprobado allí normas que impiden a las mujeres vestir velo integral y a los hombres lucir una barba «excesivamente» larga o bautizar a los niños con nombres «extremistas».

Una provocación

La mayoría de los chinos considera que esta regulación es justa y necesaria. De hecho, no faltan quienes consideran que el auge de las creencias extranjeras es un peligro para la estabilidad social del país. Sobre todo el cristianismo, que se extiende rápidamente y, generalmente, sin hacer demasiado ruido. Una excepción es la ciudad de Changsha, capital de la provincia de Hunan, en la que nació y vivió parte de su vida Mao Tsetung. Allí, una congregación protestante ha levantado una gran iglesia que, con una torre de 70 metros, rebasa con creces la altura de la mayor escultura de Mao, que se encuentra a solo 15 kilómetros de distancia.

«Levantar semejante monumento al cristianismo daña la ideología de nuestro país», criticó en las redes sociales Zhao Danyang, miembro del 'think tank' ultranacionalista Moralidad Roja. Pronto se le sumaron cientos de ciudadanos molestos con el hecho de que la cruz de Cristo se eleve por encima del pelo de Mao. «En una sociedad avanzada no hay espacio para la superstición. Y eso es lo que, en definitiva, son todas las religiones», comentaba un usuario de Weibo, el Twitter chino.

Las autoridades, siempre alerta, censuraron todos los mensajes y lograron apagar uno de los debates que más les incomodan. Pero diferentes organizaciones de derechos humanos aseguran que China está endureciendo cada vez más la regulación de todos los cultos, y que el cristianismo preocupa especialmente. No en vano, según la base de datos del Consejo de Relaciones Internacionales, es la fe que más ha crecido en el país. Mientras en 1950, tras la fundación de la República Popular, apenas la profesaban cinco millones de chinos, ahora su número se ha disparado hasta los 110 millones.

La mayoría, eso sí, no acude a las iglesias oficiales. Optan por rezos y sermones en lo que se conoce como 'iglesias en hogares familiares'. Básicamente, los miembros más adinerados de la congregación ofrecen sus casas para pequeñas -y no tan pequeñas- ceremonias religiosas que escapan al control de los dirigentes comunistas. «Las leyes se están endureciendo para incrementar las penas impuestas a quienes llevan a cabo ceremonias fuera del circuito oficial. A las autoridades les preocupa no poder decidir quién da misa y qué dice durante la ceremonia, porque la religión ha sido en muchas ocasiones inductora de rebeliones», comenta Gao Baosheng, un cura chino-estadounidense.

China también ha lanzado duras campañas para acabar con los símbolos religiosos más ostentosos. Así, entre 2015 y 2016, multitud de cruces que coronaban iglesias oficiales en Wenzhou fueron demolidas por no ajustarse a la normativa vigente, que, por lo visto, nadie entiende. En total, China ha retirado unas 17.000 cruces. «Generalmente, los obreros llegan por la noche y casi sin previo aviso, y retiran los símbolos», comenta un cristiano que prefiere no dar su nombre. «Al Gobierno no le gusta la religión, pero con algo tenemos que llenar el vacío de nuestros corazones. Así que seguiremos encontrando la manera de profesar nuestra fe», advierte desafiante.

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