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Una hembra de alce y su cría cruzan una carretera de Alaska.
La increíble historia de Alaska

La increíble historia de Alaska

El 150 aniversario de la compra del territorio por EE UU alimenta el revisionismo histórico. «No nos consultaron», dicen

ANTONIO CORBILLÓN

Sábado, 29 de abril 2017, 02:42

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Los pacíficos misioneros ortodoxos rusos tuvieron más éxito en Alaska que los soviéticos en su propio país. El comunismo ya no existe en Rusia. Sin embargo, el Estado más norteño de EE UU aparece salpicado por iglesias abovedadas con las inconfundibles cúpulas que recuerdan a una simplificación del Kremlin. Son el legado de una colonización que comenzó a mediados del siglo XVIII y se cortó abruptamente hace justo 150 años. La efeméride ha reabierto la 'herida blanca' del orgullo ruso.

Por este territorio tres veces más grande que España, aunque con la población de Cantabria, los americanos pagaron 7,2 millones de dólares en 1867 al zar Alejandro II. Coincidió con la derrota rusa en Crimea frente a los ingleses. Ante la perspectiva del expansionismo británico cerca de sus fronteras, Rusia prefirió venderle aquel cuadrado al todavía poco relevante vecino americano.

Hoy Crimea vuelve a ser rusa tras su invasión en 2014. Y algunos nostálgicos aún tratan de dar marcha atrás al reloj de la historia y añadir al lote la recuperación de Alaska. Hace tres años, uno de los envíos digitales más populares en Rusia mostraba a unos pingüinos que gritaban: 'Crimea es nuestra' 'Alaska, siguiente'. Por aquellos días y en plena euforia rusa, un 'hacker' logró colar en la web de la Casa Blanca una campaña de firmas por la recuperación del territorio de los esquimales e inuits: la apoyaron 35.000 en pocos días.

Y todavía hay quien añora, bajo el signo de la bandera de las barras y estrellas, los tiempos zaristas. «Los rusos nos ayudaban con nuestros idiomas: teníamos libros, escuelas. Nuestro pueblo podía leer y escribir en ruso y en nuestros idiomas», lamentó en el diario 'Deutschlandfunk' el aborigen aleuta Ethan Petticrew. «El legado ruso aún se ve en los apellidos de la gente. Los americanos solo nos occidentalizaron», suele explicar a sus visitantes el director del Museo de Historia de Sikla (primera capital de Alaska), Hal Spackman.

A todo esto se añade el revisionismo, desde uno y otro país, de aquella compra. Como el que ha lanzado el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Illinois, Francis Boyle, quien tras estudiar a fondo el tratado de venta insiste en que los rusos «jamás vendieron el territorio, sino los derechos de comercio». Para completar la clase de historia, el embajador de las comunidades tradicionales de la región, el indígena yunik Ronald Barnes, lleva 25 años recorriendo el mundo para gritarle que el referéndum que les convirtió en ciudadanos americanos (junto a Hawái) se hizo «sin el consentimiento del pueblo». Sangre yunik también corre por las venas de Todd Palin, el marido de la exgobernadora Sarah Palin, primera mujer que intentó llegar a la vicepresidencia de EE UU.

Ilegal o no, lo que nadie duda es que Alaska y los gélidos territorios del Ártico van a calentar las relaciones entre las potencias en los próximos años. Algo muy alejado del cachondeo con que los ciudadanos americanos de 1867 se tomaron el empeño de su secretario de Estado, William H. Seward, de comprárselo a los rusos para convertirlo en el 49 Estado de la Unión. La Biblioteca de América del Congreso de Washington permite consultar documentos en los que se destacan las críticas a «la nevera de Seward» o el «jardín de osos polares».

Geopolítica y recursos

Pero aquella inmensa baratija de hielo y rocas, faro del estratégico Estrecho de Bering, será uno de los futuros policías del equilibrio entre las potencias. «Si Rusia estuviera en posesión de Alaska hoy, la situación geopolítica en el mundo sería diferente», reconocía hace unos días el primer ministro de la actual Crimea rusa, Sergey Aksyonov, al 'RusNavy.com', un diario dedicado a la mayor gloria del militarismo moscovita.

A principios de abril, Vladimir Putin se presentó en el Foro Ártico para recordar que la zona guarda el 25% de los recursos del planeta. Desde que el presidente ruso regresó para un tercer mandato en 2012, no deja de 'empujar' sus derechos de explotación hacia el Polo Norte. En un futuro cercano, habrá unas 100 instalaciones nucleares rusas en la región. En ese foro se mostró conciliador ante las relaciones respecto a Alaska, cuya afilada costa se acerca a apenas 50 kilómetros de su frontera más septentrional: «No es necesario preocuparse por eso», zanjó displicente.

El futuro deshielo por el cambio climático va a convertir la zona en un codiciado escenario para explotar sus recursos y usarlo como pasillo de navegación. Chinos y coreanos tratan de hacerse sitio. En los años 30, la Unión Soviética fantaseó (y fracasó) con un 'Ártico Rojo'. Ahora, el último informe del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales habla ya de 'El nuevo Telón de Hielo'.

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