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200 años del medio más barato, limpio y humano

200 años del medio más barato, limpio y humano

Nació para aliviar una crisis y puede ser la solución a otra

GUILLERMO ELEJABEITIA

Miércoles, 26 de abril 2017, 00:32

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Dicen que las bicicletas son para el verano pero, paradójicamente, se inventaron tras un año que no lo tuvo. La erupción del volcán Tambora provocó una ola de frío que arruinó las cosechas y dio lugar a una de las peores hambrunas del siglo XIX. Si las personas tenían poco que llevarse a la boca, alimentar a los caballos se convirtió en un lujo. Europa, que acababa de dejar atrás las guerras napoleónicas, se afanaba por recomponer sus ruinas con una tecnología aún rudimentaria. En la corte del gran duque de Baden, un treintañero alemán de familia noble llamado Karl von Drais había dejado su puesto como inspector forestal para dedicarse a la invención. Un tarado, debieron pensar sus paisanos, ajenos a que aquella decisión había de procurarle un lugar en la Historia.

Tal día como hoy, hace 200 años, Drais remataba un ingenio con el que pretendía atajar los problemas de movilidad ante la escasez de equinos. La 'máquina de correr', como la bautizó el barón, consistía en dos ruedas unidas por un tronco de madera, sobre el que se asentaba un sillín, y un manubrio que permitía dirigir la marcha. Sin pedales; aquel artefacto, que permitía alcanzar la misma velocidad que un carruaje, se movía dando grandes zancadas.

El invento no llegó a ser nunca la solución a los problemas del vulgo, sino que se convirtió más bien en un divertimento para aristócratas. De hecho, los ingleses bautizaron su propia versión mejorada de la draisiana -así figura en los libros de Historia en honor a su inventor- como 'el caballo de los dandis'. Curiosamente, su mecanismo era bastante parecido al de esas pequeñas motos de plástico que se han popularizado últimamente entre los críos que todavía no saben dar pedales.

Aún faltaba mucho para que un descendiente de aquel juguete para snobs se convirtiera en un medio de locomoción para las masas. Una serie de mejoras técnicas fueron transformando el invento del barón Drais en lo que hoy conocemos como bicicleta. Los pedales llegaron veinte años después, pero en su primera versión estaban unidos a la rueda trasera a través de unas varillas metálicas. No fue hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando comenzaría a verse por las calles algo parecido a la bicicleta moderna. Una familia de herreros franceses, los Michaux, ideó en los 60 un prototipo con los pedales adheridos a la rueda delantera y un primitivo freno de cuchara. Eran tan lentos e incómodos que se les llamó sacudehuesos. Una década más tarde se dio con una solución para ganar velocidad: hacer la rueda delantera tres veces más grande que la trasera. Aquellos icónicos velocípedos de rueda alta sí gozaron de cierta popularidad en las ciudades de Occidente, tanta que en 1884 Thomas Stevens decidió dar la primera vuelta al mundo sobre dos ruedas encaramado a uno de ellos. Alcanzaban los 40 kilómetros por hora pero eran una mina de accidentes. Solo estuvieron de moda durante un par de décadas, pero quedaron grabados en la memoria popular. Hoy se siguen fabricando, aunque más bien como atracción de feria.

Los riesgos del velocípedo se disiparon con una nueva versión que se comercializó a partir de 1885 con el nombre de bicicletas de seguridad. Con los últimos compases del siglo XIX el invento se depuró hasta adquirir esencialmente su forma actual. Volvían al esquema original de dos ruedas iguales -neumáticas desde que John Dunlop desarrollara la cámara de aire- y tenían una escala más humana. Pero el avance clave fue la correa de transmisión. Esa cadena que tantos quebraderos provoca a los ciclistas novatos permitió multiplicar la velocidad con la misma tracción humana. Ahora sí, la primitiva idea de Drais estaba lista para convertirse en una herramienta capaz de cambiar la sociedad.

Acortar distancias

Con ella el ser humano descubrió que podía perderse por la naturaleza o acortar distancias con sus semejantes, impulsado únicamente por su propia fuerza. En el campo, no tardó en sustituir a burros y mulas para algunas labores de transporte, y oficios como el de cartero o repartidor de periódicos están desde entonces asociados a las dos ruedas. La producción en masa abarató los costes y la hizo definitivamente accesible. E infinitamente popular.

El ciclismo fue deporte olímpico desde la primera edición de los Juegos modernos, celebrados en Atenas en 1896 bajo los auspicios de otro barón, en este caso francés, que atendía por Pierre de Coubertin. Sólo participaron 19 ciclistas de cinco países y los galos coparon la mayor parte del medallero. Había nacido un deporte que a lo largo del siglo siguiente despertaría grandes pasiones. En 1903 se celebró el primer Tour de Francia, pero habría que esperar hasta 1935 para la primera Vuelta a España, un pelotón de 50 corredores en pesadas bicis de hierro. La ganó el belga Gustaaf Deloor, que finalizó doce minutos por delante de su máximo rival, el corredor de Olite Mariano Cañardo. Faltaba mucho para los Perico, Induráin o Contador que han llevado el ciclismo español a la cima.

Cuando empezó a extenderse el uso del automóvil, los fabricantes se lanzaron a producir modelos infantiles en busca de un nuevo mercado. Desde entonces la bicicleta ha sido el regalo más deseado por generaciones de niños. Es difícil olvidar la sensación de euforia por esa libertad recién estrenada que le invade a uno cuando consigue dar las primeras pedaladas sin ayuda.

Hoy la bicicleta llega a todos los rincones del planeta. Se calcula que hay 1.000 millones de ellas en todo el mundo, de las que cerca de la mitad están en China y lucen el distintivo 'Flying Pigeon'. Holanda, Dinamarca y Alemania son los países con más bicis per cápita, muy por delante de España, donde se calcula que circulan unas 750.000.

Como hace dos siglos, el mundo de hoy vive atenazado por la amenaza de un verano igualmente devastador. Ante el calentamiento global y el agotamiento de las reservas de combustibles fósiles, moverse en el medio de locomoción más barato, limpio y humano que existe se antoja casi una cuestión de conciencia.

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