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Más directo que nunca. Brian Johnson, vocalista de AC/DC, canta ante un público enfervorizado.
La música cambia de ritmo

La música cambia de ritmo

La industria sale a flote impulsada por los directos y el consumo 'online', que supera por primera vez a los soportes físicos. Se escucha a los artistas más que nunca, pero su economía «no mejora»

JOSU OLARTE

Lunes, 24 de abril 2017, 02:22

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2016 fue el año del cambio para el negocio musical en España. Confirmando la tendencia global del anterior ejercicio, la música en formato digital superó por primera vez en ventas a los soportes físicos. Tras bordear el empate en 2015, el mercado online acaparó el 61,25% de la facturación, frente al 38,8% de los formatos tradicionales (cedés, elepés, sencillos, DVDs y casettes). Un nicho nada desdeñable que deja claro que, pese al cambio de paradigma, los discos no desaparecerán de tiendas y almacenes. Sobre todo los de vinilo, que disfrutan de una segunda juventud analógica, hasta el punto de que sus ventas crecieron el año pasado en España un 20%. El revival que experimentan los álbumes y singles de toda la vida tuvo su máxima expresión en Reino Unido , donde tocaron techo de ventas en 25 años, creciendo más del 50% (3,8 millones de euros) y superando incluso a las descargas digitales (2,5 millones).

Según datos de la Asociación de Productores de Música de España (Promusicae), que representa al 95% de la industria discográfica, el repunte del consumo digital ha fortalecido el mercado nacional, que por tercer año consecutivo mejoró, hasta los 163,78 millones de euros. Una cifra positiva, pero aún a años luz de los «irrepetibles» 603 millones que se ingresaron en 2001. El incremento del 1,7% logrado en 2016 está, no obstante, lejos del 6,1% que el mercado fonográfico mundial creció en el mismo periodo: 16.000 millones, de acuerdo a la Federación Internacional de la Industria Discográfica (IFPI).

El trasvase hacia el modelo digital del consumo tiene un culpable y se llama streaming. Favorecidas por el gran parque nacional de smartphones (el 80% de la población española posee uno de estos terminales, según Telefónica, la mayor penetración de toda Europa), las escuchas de música online se han convertido en el salvavidas de una industria que tocó fondo en 2013, tras acumular doce años de caída que supusieron para el sector la pérdida del 80% del negocio.

Más de un millón de personas en España están ya suscritas a plataformas que, como Spotify, Apple Music, Google Play o Deezer, permiten escuchar millones de canciones en cualquier sitio sin necesidad de descargarlas y hasta sin conexión vía wifi. El modelo de suscripción mensual premium, con acceso ilimitado por unos diez euros, creció en 2016 un 37% (un 45,2% mundialmente) y facturó 37,4 millones de euros, mientras que el streaming gratuito y financiado por publicidad lo hizo un 24,7%, generando 25,3 millones.

De la posesión a la disposición

Que con la piratería aún vigente el público prefiriera pagar por escuchar música en lugar de poseerla parecía una quimera hace solo unos años cuando, sobre todo en España, imperaba la idea de la cultura gratuita y la música se bajaba masivamente de webs piratas y enlaces. Pero eso es precisamente lo que ha ocurrido, y lo que seguirá pasando. Algo en lo que coinciden todos los agentes del negocio musical. «Seguimos reclamando una ley efectiva que anule las redes piratas de intercambio peer to peer, pero estos nuevos sistemas de acceso a la música han revolucionado la forma de consumo y están llamados a tener un papel central en los próximos años. Sólo estamos dando los primeros pasos», augura el presidente de Promusicae, Antonio Guisasola.

«Las discográficas entendieron que debían fomentar compañías que pudieran beneficiar el modelo de negocio digital y dejar de crear ellas mismas sus plataformas. Vamos hacia la consolidación mundial de los servicios de streaming, y no sólo eso: vamos a recuperar a mucha gente que hace años dejó de pagar por la música», apunta Carles Martínez, cofundador de industriamusical.es, la revista líder en habla hispana del negocio musical.

Disqueras y plataformas convergen en la explotación de unos servicios por los que ya pagan en el mundo 68 millones de personas. Más del doble que hace sólo tres años (28 millones). Y el negocio crece sin parar a medida que las descargas legales se estancan. De ahí que las plataformas vean rentable a corto plazo destinar cerca del 70% de sus ingresos a pagar a las discográficas (sobre todo a las tres majors) por el uso de su repertorio. Y de ahí también que la compañía sueca Spotify, que lidera el mercado en pugna abierta con Apple Music (unos 40 millones de usuarios de pago frente a 20) siga siendo una empresa en pérdidas (unos 170 millones de euros) pese a generar en 2015 casi 2.000 millones. Un balance que llevó el año pasado a la start up, valorada en casi 8.000 millones de euros, a financiarse vía OPV con otros 1.000 millones antes de su anunciada salida a Bolsa.

Si les salen las cuentas es porque «ni las compañías ni las plataformas de streaming compensan justamente a los artistas por el uso de los repertorios que les ceden», denuncia Luis Sevillano, director general de AIE, la mayor sociedad de artistas española, que considera «paradigmático» que cuando más música se escucha peor sea la situación de sus creadores. Se estima que sólo 0,60 euros de los 9,99 que suele costar una suscripción mensual de streaming revierte en los artistas y autores, según distintos analistas. «La mayoría no obtiene remuneración alguna por la explotación en internet de sus canciones y actuaciones. Solo la minoría que ha podido negociar un porcentaje de sus ingresos (royalties) percibe una pequeña parte. Las discográficas y las empresas tecnológicas se reparten la práctica totalidad de lo que genera la música. Esta situación es insostenible», agrega.

De hecho, ya existen plataformas europeas como Fair Internet que demandan un reparto más equitativo y que canalizan globalmente las sonoras disputas que estrellas como Taylor Swift, Metallica o Thom Yorke (Radiohead) han mantenido con Spotify o Apple Music. «Ha cambiado el modelo, pero el músico sigue siendo el que paga el pato al tener que aceptar los derechos que otros han pactado. Sobre todo si firmaron su contrato antes o en los primeros tiempos de internet», comentaba el cantante de Love Of Lesbian, Santi Balmes, en vísperas de su ultimo concierto en Bilbao.

Iba más allá recientemente Jeff Price, fundador de Audiam, compañía que recauda pagos de las plataformas de streaming a compositores y editoriales en Estados Unidos. «Spotify ni siquiera tiene un mecanismo para identificar a los compositores y poder pagarles. Lo tiene para las discográficas, pero no para los autores. Reproducen música sin autorización con la que generan ingresos y valor para una compañía que luego recauda capital para salir a Bolsa. Durante tres años no pagaron nada a Metallica por canciones con más de 400 millones de reproducciones. Red Hot Chili Peppers no recibieron royalties por el 85% de sus grabaciones. Y algo parecido pasó con todos los artistas que comprobamos en nuestra base de datos», desvela Price.

Y peor aún es lo de YouTube, que copa cerca del 40% de las escuchas online pero apenas genera el 4% de los ingresos de la industria, según revelaron el año pasado directivos de Apple Music. Se dice que el portal de vídeos de Google planea lanzar su propia plataforma de streaming (Music Key), pero de momento su modelo, basado en publicidad «y muy opaco», reporta a los creadores de contenidos musicales «hasta seis veces menos que Apple Music o Spotify», advierte la presidenta de la Unión Fonográfica Independiente, Inma Grass, que, sin embargo, pinta un cuadro menos apocalíptico para los artistas. «El nuevo escenario digital ofrece oportunidades para que un artista independiente pueda darse a conocer, pero también es cierto que si un artista logra destacar necesitará un sello o una agencia de management que sepa orientar su carrera y velar por sus derechos».

«Las discográficas tradicionales tienen ya poco que ver con las del siglo pasado. Tienen los derechos de los enormes catálogos que ofrecen, pero también se ocupan de una faceta que sigue siendo clave y que nadie ha podido ocupar: descubrir y lanzar nuevos talentos y continuar desarrollando las carreras de los artistas ya establecidos», argumenta Antonio Gisasola, de Promusicae.

Los distintos agentes se van resituando en el nuevo panorama. Y con las tres grandes disqueras Universal, Sony y Warner participando en el accionariado de compañías en expansión vertiginosa como Spotify, pudiera parecer que el streaming es el nuevo aliado de una industria tradicional abocada a la reconversión para perpetuarse. Algo así como su caballo de Troya o, citando al líder de Radiohead, Thom Yorke, «el último pedo desesperado de un cadáver moribundo». «Para las discográficas, es prioritario mantener el reparto actual en su modelo de negocio sostiene José Luis Sevillano. Sólo así se entiende su connivencia con las plataformas para dejar fuera a los creadores de contenido que todos demandamos. Es imprescindible un nuevo marco legal que proteja a los creadores. Hasta entonces, serán otros los que se beneficien de su trabajo».

Una visión más integrada tiene Carles Martínez. «Los pagos a los artistas están lejos de ser justos, pero lo serán cuando el modelo de negocio se consolide. Es cierto que existió cierta preocupación de los artistas de las majors en torno a qué pasaría si sus discográficas recibían grandes beneficios por la salida a Bolsa de Spotify, pero Warner y Sony ya han manifestado que repartirán entre sus artistas. Aunque, hasta que llegue el momento, nadie sabe cómo».

La experiencia del directo

Frente a esta progresiva deriva de la industria hacia el formato virtual y no tangible, la música en directo crece sin cesar como forma de entretenimiento global, no reproducible ni amenazada por la tecnología. Una experiencia única, corpórea y comunitaria que se retroalimenta de manera sostenida creando mayor demanda. «Los conciertos están más fuertes que nunca. Son la parte más importante de la industria», ha declarado Pino Sagglioco, el veterano promotor italiano y presidente de Live Nation España, en referencia implícita a los más de 30.000 millones de euros que, según la IFPI, ingresó globalmente la industria gracias a las actuaciones en directo.

De manera paralela a su reconversión digital, parece por tanto claro que el futuro deriva hacia un modelo de negocio integral basado en la rentabilización máxima de la música en vivo. Así lo evidencian las múltiples joint ventures (fusiones) y estrategias expansivas de gigantes del sector como Live Nation o AEG Live y, sobre todo, el crecimiento de la facturación de los directos.

Según el último anuario de la Asociación de Promotores Musicales (APM), los ingresos logrados en conciertos y festivales en España durante el último trienio han crecido un tercio. De los 158,1 millones de euros con los que se tocó fondo en 2013 (tras la subida del IVA cultural al 21% en septiembre del año anterior) a los 232,2 millones que se facturaron en 2016, cantidad que supone una subida del 14,7% respecto a 2015 (194,6 millones). Un incremento que la APM atribuye a la consolidación del circuito de festivales musicales y a la masiva asistencia a macroconciertos internacionales y a las giras de los astros del panorama hispano.

Pero mayor facturación no supone que el negocio vaya viento en popa para todos. Los cachés cada vez más elevados de las estrellas dejan a los promotores beneficios muy ajustados y la gran mayoría del sector (en torno a un 80% cifra la APM) «está integrado por pequeñas promotoras que sobreviven a duras penas, igual que los artistas de la clase media y baja», describe su presidente, Albert Salmerón, que denuncia la falta de regulación del sector y demanda una reducción fiscal pareja a la que se aplica a periódicos y libros (4%) o la que mantienen países como Bélgica, Holanda o Francia.

Luz al final del túnel

En este panorama de luces y sombras, mediatizado por el streaming, la gestión online de los derechos, la realidad virtual y el big data, parece que los músicos seguirán dependiendo primordialmente de lo que puedan recaudar actuando en directo. «Continuará siendo su fuente fundamental de ingresos, pero no todos los artistas tienen la opción de acceder a circuitos de música en vivo rentables. Para asegurarles una remuneración justa por el uso de sus interpretaciones y actuaciones en internet, es imprescindible un marco legal que lo garantice y que sea respetado por las discográficas y empresas tecnológicas que explotan las plataformas de música online. Hasta que esto no se produzca, seguirán viendo cómo otros se benefician de su trabajo», sentencia José Luis Sevillano, de la AIE.

Carles Martínez augura un devenir con perspectivas más halagüeñas para los artistas: «Los menos conocidos seguirán percibiendo ingresos digitales y físicos, de merchandise, de comunicación pública, sincronizaciones..». En la misma línea se expresa Inma Grass: «Los ingresos procedentes de las plataformas digitales no paran de crecer y ya suponen una importante fuente de financiación para muchos creadores. Además, plataformas como Altafonte ofrecen pagos mensuales, lo que hasta ahora no se había visto, y eso crea un ecosistema totalmente distinto. Vemos el futuro con mucho optimismo».

«Hemos llegado hasta aquí sin ayudas. Estamos en la buena dirección, pero cuando logremos normas legales y consensos que permitan recuperar el tejido productivo artístico nos podremos dedicar a buscar nuevos talentos y a producir música que promueva un mayor consumo por parte de un público cada vez más exigente», tercia el representante de la industria Antonio Guisasola (Promusicae). Como él, Carles Martínez también ve luz al final del túnel. «La industria mundial de la música grabada (que este año ha generado 16.000 millones) igualará y superará la facturación máxima que tuvo en 1999, con 26.000 millones de dólares. ¿Cuándo? Esperemos que lo antes posible», dice.

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