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Efraim Zuroff persigue nazis desde su oficina del Centro Simon Wiesenthal, en Jerusalén.
Este hombre es la pesadilla de los nazis

Este hombre es la pesadilla de los nazis

Efraim Zuroff, el último cazador de los criminales de las SS, sabe que tiene por delante muy pocos años de trabajo. «La mayoría están muertos, pero aún quedan algunos». Al último lo han localizado en Minnesota

josé antonio guerrero

Martes, 28 de marzo 2017, 01:08

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L a estampida se desató el mismo día en que se rindieron. Es posible que antes, incluso. La huida de los nazis iniciada en la primavera de 1945 dura hasta hoy. Y su busca y captura también. El inexorable reloj biológico ha hecho el trabajo que no pudieron hacer los jueces. Miles de esos criminales de guerra han muerto. Y los que quedan con vida, se cree que no más de un centenar, rondan los 95 años o más. Ese puñado de fugitivos, muchos con la lucidez intacta, son la obsesión de Efraim Zuroff, el director del Centro Simon Wiesentahl, de Jerusalén, un tipo duro de Brooklyn de 68 años que lleva 35 rastreando las cuatro esquinas del mundo detrás de los hombres de Hitler, sean antiguos oficiales de la SS, responsables de los campos de exterminio, colaboracionistas y encubridores o, sus preferidos, los miembros de la Einsatzzgruppen, el escuadrón más cruel del Ejército alemán, responsable de la muerte de un millón y medio de judíos, la mayoría asesinados en masa en los países del Este.

A Zuroff, considerado el último cazanazis, y discípulo y heredero espiritual del legendario Wiesentahl, le gusta poner una pizca de ironía en su paciente y agria tarea de incansable perseguidor. «La gente me llama Míster Holocausto. Para hacer este trabajo hay que tener un poco de sentido del humor». Este mes de marzo ha deparado a Zuroff una grata sorpresa. Polonia se dispone a pedir la extradición de Michael Karkoc, un adorable viejecito, así lo ven sus vecinos de Minneapolis, que sirvió como comandante en las SS y, según la justicia polaca, ordenó la matanza de 44 civiles, entre ellos mujeres y niños, cuando su unidad arrasó la aldea de Chaniow, en Polonia oriental, el 23 de julio de 1944. Karkoc, nacido en Ucrania, huyó a Estados Unidos tras la caída del Tercer Reich y allí se ganó la vida como carpintero y respetado feligrés de la iglesia ortodoxa de San Miguel y San Jorge.

El Lobo, su nombre de guerra, ya peina 98 años, en la línea de los criminales a los que Zuroff sigue la pista. A Karkoc lo tenía fichado desde hace años, pero la maquinaria de la justicia es lenta y no ha sido hasta ahora cuando las autoridades polacas han reunido todas las pruebas para identificarle como el comandante de la Legión ucraniana de Autodefensa, una unidad encuadrada en las SS con un pasado de torturas, asesinatos y violaciones. Los hijos de Karkoc, niegan esa oscura biografía de su padre, se resisten a la extradición y por si acaso alegan incapacidad mental. Y ahí es donde el cazanazis Zuroff levanta su vozarrón de Brooklyn al otro lado del teléfono, y suelta: «Escúcheme bien... que vayan a su casa expertos médicos independientes y certifiquen si está enfermo. ¡Todos alegan lo mismo!».

Sólo 40 a juicio

Zuroff, de entrada, no se fía de los argumentos, que en su descargo, ponen encima de la mesa los supuestos criminales y sus familiares. Él ha participado en la investigación de tres mil casos, aunque solo cuarenta llegaron a juicio y no todos terminaron en condena. Aún así ni se rinde ni se desanima. Cree que aún quedan unos cuantos como Michael Karkoc. «Soy consciente de que en unos años todos los criminales nazis habrán muerto. El hecho es que soy el último cazanazis y mi tarea es la de ayudar a maximizar la justicia y allanarle el camino eliminando los obstáculos».

El aspecto de vulnerables ancianitos que presentan los otrora oficiales de las SS no conmueve lo más mínimo a este abuelo judío de once nietos, que define su trabajo como «una tercera parte de detective, otra parte de historiador (su título académico) y otra de lobista político». «La vejez no puede protegerlos, el paso del tiempo no disminuye lo más mínimo la culpabilidad de los asesinos, su avanzada edad no debe implicar inmunidad». Toda esa línea argumental queda resumida en un gran póster pegado a la pared de su oficina en Jerusalén donde sobre una fotografía de las puertas de Auschwitz aparece una leyenda en alemán que dice Tarde, pero no demasiado tarde. El insiste: «La mayoría de los fugitivos nazis han muerto, pero quedan algunos con vida y lucidez para ser juzgados». A la espera de ver qué pasa con el viejo carpintero de Minnesota, el último criminal que Zuroff ayudó a sentar en el banquillo fue el miembro de las SS Reinhold Hanning, de 95 años, condenado el pasado verano a cinco años de cárcel en el juicio abierto contra él en la Audiencia de Detmold (Alemania) por complicidad en el exterminio de 170.000 presos de Auschwitz. La sentencia está recurrida y Hanning no ha ingresado aún en prisión.

A la compleja tarea de localizar a los forajidos nazis y recabar pruebas contra ellos se une las dificultades que ponen los países para poder echarles el guante. En la charla telefónica con Zuroff surge el nombre de Austria, «uno de los países donde quedan más nazis vivos, pero donde las autoridades hacen muy poco por ponerlos en manos de la justicia. De hecho», agrega cabreado Efraim, «¡ningún nazi ha sido castigado en Austria en los últimos treinta años!».

Y España... ¿ha colaborado?

Después de la muerte de Franco, en 1975, grupos judíos plantearon a España la cuestión de los criminales de guerra nazis, pero no se llevó a cabo ninguna acción. Ahora mismo no tengo certeza de que quede alguno en España.

Efectivamente un buen número de alemanes que colaboraron activamente con Hitler encontraron cobijo en la España del dictador, preferentemente en la Costa del Sol y en el Levante. La lista incluye nombres como Johannes Berhaedt, general de honor de las SS, y Gerhard Bremer, que en sus matanzas con la Waffen SS (el cuerpo de combate de las SS) se ganó la cruz de caballero. Pero tal vez el más conocido fuera el vienés Otto Skorzeny, que rescató a Mussolini y ejerció como espía a las órdenes directas de Hitler. Todos ellos murieron sin ser juzgados. A eso se resiste el último cazador de nazis.

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