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Solari, sobre el escenario de Olavarría. El cantante anunció hace año y medio que padece párkinson.
El último concierto mortal del Indio

El último concierto mortal del Indio

Fóbico, hermético y poco sociable. La mayor estrella del rock argentino, un ídolo de 68 años y corte alternativo, mueve legiones de devotos. Con dos muertos y un gran caos se ha saldado su último concierto

joseba vázquez

Viernes, 17 de marzo 2017, 01:44

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Carlos Alberto Indio Solari nació el 17 de enero de 1949 en Paraná, capital de la provincia argentina de Entre Ríos, y cavó su propia tumba la madrugada del domingo en Olavarría, una población de apenas 120.000 habitantes a 360 kilómetros de Buenos Aires. La fosa artística, aclarémoslo. La sepultura literal quedó asignada a Javier León 42 años, casado y con dos hijos y Juan Francisco Bulacio, de 36 años y padre de cinco descendientes. Ambos murieron en el macroconcierto que el actual grupo de Solari, Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, inició a última hora de la noche del sábado en la hacienda rural La Colmena, al sudoeste de Olavarría. El descampado abarca una superficie de 155.000 metros cuadrados. La organización y la propia municipalidad habían calculado unos 170.000 asistentes, pero las entradas se vendieron sin límite y tampoco hubo vallado ni controles adecuados de acceso al recinto. Imágenes captadas por drones, y visibles en YouTube, muestran una interminable marea humana avanzando pesadamente por la kilométrica Avenida Avellaneda. El resultado: avalanchas, empujones, desmayos, locura, caos... tragedia.

La ciudad, poco más que un pueblo grande, no estaba preparada. Ni los 1.400 efectivos de seguridad privada ni los 1.100 policías bonaerenses fueron suficientes. Tampoco las ambulancias y los limitados puestos de atención sanitarios dispuestos. La actuación estuvo detenida media hora, pero se reanudó y llegó a terminar. Además de los dos fallecidos en el concierto, otra mujer murió al día siguiente en accidente de tráfico cuando iba en búsqueda de sus hijos, de los que no tenía noticias. El Ejército tuvo que intervenir en auxilio de los miles de seguidores de Solari que deambulaban sin dinero ni comida por las calles de Olavarría y, aún ayer, el fiscal general del departamento, Marcelo Sobrino, reconoció que una veintena de personas permanecen desaparecidas y no descartó que se incremente el número de muertos. El país entero se encuentra conmocionado y se entiende que la catástrofe tendrá consecuencias políticas y quizás penales. Señalados quedan Ezequiel Galli, intendente de la municipalidad, y la organizadora del concierto, la productora En Vivo S. A., a la que el propio Solari ha responsabilizado en su declaración ante la fiscal del caso, Susana Alonso.

Ceremonia ricotera

Se entiende ahora bien que hace veinte años Olavarría suspendiera otro concierto previsto allí por el Indio Solari. 600 pesos, 36 euros, costaba la entrada para escuchar hace tres días a los Fundamentalistas del Aire Acondicionado. El sueldo medio mensual en Argentina es de 12.500 pesos, apenas 760 euros. Explica la masiva asistencia la sospecha de que pudiera ser la última actuación del artista, enfermo de párkinson, aunque hay quien opina que esto no es más que una estrategia publicitaria. La verdad es que, si lo es, no la necesita. Hace ya mucho que el Indio, número uno indiscutible del rock en su país, desborda estadios y todo tipo de recintos en sus contaditos recitales. Como el sumo sacerdote de una religión autopresentada como contracultural, Solari moviliza legiones de devotos que se desplazan hipnóticamente desde los más remotos lugares de la extensa Argentina cada vez que oficia ceremonia.

De hecho, a los espectáculos de este fenómeno de masas se les denomina misas, misas ricoteras, en honor a su primer grupo, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Otro nombre para el estudio. Los Redondos, como abreviaron sus admiradores, pervivieron desde 1976 hasta 2001. Su disco estrella, Oktubre, es un homenaje a la revolución bolchevique de 1917 y el tema Ji ji ji representa poco menos que un himno tribal para los seguidores de su creador. La letra también precisa un análisis. «Para mí es la paranoia», alumbró el alternativo Solari en su día. Paranoica y fóbica es esta leyenda viviente, hombre poco sociable, hermético, algo endiosado y obsesionado por la seguridad que se protege con múltiples cámaras de vigilancia en su mansión de Parque Leloir. En ella vive con su mujer, Virginia, y el hijo de ambos, Bruno, de 17 años. También tiene casa en Nueva York, «el único sitio donde puedo hacer vida urbana con mi familia».

Queda por ver si el reciente fatal episodio ha significado la homilia final de este ídolo de culto. Lo fue, esto es seguro, para Javier León y Juan Francisco Bulacio.

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