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La Batalla de Almansa, de la Guerra de Sucesión Española, es la joya del museo L'Iber.
El impresionante mini ejército de esta familia española

El impresionante mini ejército de esta familia española

Una familia valenciana atesora 1,2 millones de figuras de plomo, de las que expone en su museo 95.000. «Nací rodeado de soldaditos y me rendí», recuerda su dueño, un helenista experto en Alejandro Magno

FERNANDO MIÑANA

Martes, 7 de marzo 2017, 03:03

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La de Alejandro Noguera fue una infancia empapada de historia. Su madre le leía 'La Ilíada' para niños y aquel chaval de solo cuatro años y no muchas más palabras ya decía que de mayor quería ser «arqueógolo». Su padre, versátil hombre de negocios que ayudó a fundar el Banco de Valencia y presidió una destacada inmobiliaria, le enganchó a la historia jugando con una magnífica colección de soldaditos de plomo. Álvaro Noguera, que es como se llamaba su progenitor, poseía una colección gigantesca que nunca dejó de crecer y que utilizaba para instruir al mediano de sus tres hijos.

Aquel niño se divertía, sí, pero también aprendía nociones de Historia y otros conocimientos. «Nací rodeado de soldaditos y me rendí», bromea Noguera, quien encontró algo más que regocijo. «Mi padre creó unas reglas de juego de guerra muy complejas en las que había algo de diplomacia, economía... Yo aprendí gestión a través de su juego. Desde pequeño le ayudé a ordenarlos y me enseñó mucho sobre Historia; me educó con los soldaditos de plomo».

Esta saga de empresarios se remonta a principios del siglo XIX y, ya en 1945, el abuelo de Alejandro Noguera compró en Valencia el Palacio de Malferit, un imponente edificio gótico del siglo XV que se encuentra muy cerca, en la misma calle, del Palau de la Generalitat. En 1981, padre e hijo, Álvaro y Alejandro, empezaron a pensar en abrir un museo para compartir su vasta colección de miniaturas. No era una tarea sencilla. El 'ejército' de los Noguera contaba ya con un millón de reclutas. «Han salido de muchos sitios. Desde el rastro más pulgoso de San Petersburgo, Estambul o El Cairo, de Londres, París o Nueva York, como de las subastas más lujosas de Christie's o Sotheby's. Aquí se encuentra también buena parte de la colección de Forbes, el multimillonario, que tenía un gran número de soldaditos en su palacio de Tánger y, al fallecer, sus familiares los vendieron. Una parte la compramos directamente y la otra a través de subastas. Otros los fabricamos nosotros, la marca 'Facan' (Fet a casa nostra, que en valenciano quiere decir hecho en nuestra casa), y otros los pedimos expresamente a diferentes fabricantes».

Álvaro Noguera creó una fundación en 1996, pero el museo no se abrió al público hasta 2007, justo después de su fallecimiento, a los 67 años. «Desgraciadamente mi padre murió en 2006 y no pudo verlo abierto», se lamenta Alejandro a dos meses del décimo aniversario del Museo L'Iber, que finalmente, después de que muriera su abuela, se instaló en la planta baja del palacio. Los visitantes pueden encontrar allí 95.000 figuritas repartidas por temáticas, que es como decir por diferentes épocas históricas. Lo que nadie se puede imaginar es que lo expuesto es únicamente un 6% de la colección, que ha crecido ya hasta los 1,2 millones de soldaditos. La joya de la corona es la Batalla de Almansa, que se encuentra estudiada y fielmente reproducida en un enorme expositor. Es tan real que hasta se extiende por encima de tierra del campo de batalla original. «La recogió mi padre y yo le ayudé. Desde entonces he seguido la tradición y me voy trayendo tierra de donde ha habido algún enfrentamiento. Luego, en los aeropuertos, siempre me paran, extrañados, pero llevo en el móvil fotos de los soldaditos y las maquetas para explicarles el motivo. Yo creo que acaban creyéndome porque les parece impensable que alguien pueda inventarse algo así».

La conversación salta del pasado al presente y vuelta atrás. Un par de veces queda interrumpida por el teléfono de Alejandro Noguera, desde donde suena gentil la música que creó Anton Karas para la película 'El tercer hombre'. El cine es otra de sus pasiones. Aunque su gran obsesión lleva su nombre. Es Alejandro Magno. Los libros sobre su figura llenan varios estantes de una librería en su despacho y él rescata la tesis que hizo para el doctorado. Noguera es un reputado helenista y, dicen, el hombre que mejor conoce a Alejandro Magno en España. Al lado, en una mesita, reposan cascos, recuerdos de mil viajes, algún Alejandro Magno y premios que han reconocido su labor, que no se ciñe solo a mostrar su colección sino que, por pura erudición, le lleva a organizar cursos, charlas y conferencias sobre historia, arte o literatura. «Aquí tenemos en primicia muchas presentaciones de los libros de los mejores novelistas históricos (Santiago Posteguillo es un habitual) porque son amiguetes. Somos un oasis de cultura». También organiza viajes -«de autor», añade él-. «En Fallas nos vamos a Macedonia. Allí he excavado, estudiado, dado clases... Me la conozco mejor que la Comunidad Valenciana. Y en Semana Santa, a Uzbekistán. Son viajes tras las huellas de Alejandro Magno...».

Los niños aprenden historia

Pero no todo es para estudiosos. También hay clases de historia para los colegios, niños que entienden mejor el 'rollo' del profesor viendo con sus ojos a los soldados de esas batallas que, antes de la visita, parecían tediosas. «Las figuritas son una forma de enseñar en tres dimensiones y estamos en una época en que la transmisión visual es la más fácil. A mí lo que más me gusta es la interacción entre generaciones. Abuelos contándole batallitas a nietos que escuchan atentamente o madres que muestran a sus hijas las figuras de la moda (hay miniaturas con modelos de históricos diseñadores), o al revés, niños que le explican a sus padres los poderes de los superhéroes o las naves de la Guerra de las Galaxias. A mí me encanta ver los comentarios que dejan en los libros, como que les gustan mucho los 'driegos'».

Sus tres hijos, de 17, 14 y 12 años, ya no jugaron con soldaditos de plomo. No hay ejército que pueda combatir contra las tabletas. «Son muy de tecnologías, pero yo también lo fui, tuve un Mac Plus en los 80 que me costó muchas horas de trabajo en verano como camarero. Ninguno quiere ser historiador, pero sí que les gusta y creo que he sabido transmitirles el amor por la historia y por los museos, que es mucho».

Alejandro, tan clásico como sus soldaditos, viste camisa a cuadros bajo un jersey de lana, pantalón de pana y mocasines. Se levanta solícito para el tiroteo fotográfico y pasea orgulloso entre las vitrinas atiborradas de soldaditos por la que era la casa de sus abuelos mientras hace retroceder su flequillo. De las paredes cuelgan los retratos de sus antepasados y él va recordando qué era cada dependencia. «Mucha gente viene por ver el edificio y hemos respetado al máximo el patrimonio. Hemos intentado integrar la colección aprovechando el mobiliario e invirtiendo mucho en muebles que no desentonen». Su gran frustración es que las instituciones le dan la espalda.

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