Edición

Borrar
Alumbrado por una linterna, el pastor saluda al Tsaagar Sar, el primer amanecer del nuevo año. ::
La primavera empieza en Mongolia

La primavera empieza en Mongolia

Tres días de ceremonias ancladas en la noche de los tiempos celebran la Luna Blanca en la provincia más remota del país de Gengis Khan

ZIGOR ALDAMA

Lunes, 6 de marzo 2017, 02:24

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Son las siete de la mañana, todavía no ha amanecido, y el termómetro marca 27 grados bajo cero. Todo invita a quedarse en la cama, pero los hombres de Ulaangom ya se han vestido con sus mejores galas y ponen rumbo a las montañas que rodean la capital de la provincia de Uvs, en el extremo noroccidental de Mongolia. Una caravana de todoterrenos y desvencijadas camionetas rusas recorre a toda prisa las carreteras blancas del lugar para llegar a tiempo. No hay que perderse el primer amanecer del año, Tsagaan Sar, al que se recibe en lo alto de los montes con una fogata sobre una pila de piedras, cánticos religiosos, y plegarias. «¡Khuree! ¡Khuree!», rezan. «Hoy comienza la primavera», explica uno de ellos a pesar de que es 27 de febrero y nada a su alrededor hace pensar en un inminente cambio de estación.

De hecho, entre las ofrendas obligatorias de la mañana está el té con leche típico del país de Gengis Khan. La tradición manda que se lance a los cuatro puntos cardinales con la hoguera sagrada como epicentro. Pero el contenido apenas dura milisegundos en estado líquido. Contra el cielo, se convierte en un polvo que se resiste a caer al suelo. Y, aunque el mercurio continuará todavía en territorio negativo durante varias semanas, los nómadas de este país, cuya superficie triplica la de Francia aunque su población ni siquiera alcanza a la de la ciudad de Madrid, ya planifican el primer traslado del año.

Davaanyam Sukh pronto desmontará el 'ger' -como se llama a la yurta tradicional mongola- para buscar mejores pastos. Los necesita porque sus animales ya han comenzado a parir y el lugar en el que la familia de este hombre de 34 años pasa el invierno es un pedregal en el que no crecen ni los cactus. «Nos mudamos hasta 25 veces al año», cuenta. Y para tener a los dioses de su lado en los viajes, durante el 'bituun' -como se denomina a la Nochevieja mongola- Sukh ha contratado un monje que se dedica a bendecir al ganado. Trabajo no le falta, porque la familia tiene más de cien camellos, entre 600 y 700 cabras y ovejas, quince caballos y diez vacas. Media hora de monótono mantra después, los hombres salen con la última luz del día para bañar en humo de incienso a los inquietos animales.

«Lo que más tememos en la vida es el 'zud' -invierno de frío extremo- y que con él muera el ganado. Por eso, después de haber sobrevivido a las temperaturas más bajas, rezamos por que nazcan muchas crías y para que crezcan sanas», comenta el pastor. Luego ya es hora de relajarse. Eso sí, no hay mucho que hacer en una yurta ubicada en medio de la nada. Así que Sukh abre una botella de vodka y un grupo de amigos monta una timba rápida que concluye bien pasada la madrugada. Desafortunadamente para la mujer de Sukh y sus dos hijas, de 11 y 14 años, cuyo papel se limita a mirar y a servir a los invitados después de un duro día de trabajo.

Un iPhone en el desierto

A 200 kilómetros de distancia, en la familia de Tsevegmed Chamsuren, el año nuevo comienza de forma frenética para las mujeres, que están volcadas en la cocina. En el hornillo, que quema bostas de vaca y hace también las veces de eficiente estufa, media oveja congelada espera a ser cocida. «Hasta el jueves recibiremos la visita de decenas de familiares y amigos a los que hay que agasajar», cuenta este padre de familia de 48 años. A su lado, sus dos hijas mayores, de 18 y 21 años, ayudan con desgana. Estudian en la capital, Ulán Bator, y se han acostumbrado a la vida en la ciudad. «Aquí no hay ni siquiera señal de teléfono, así que nos aburrimos», reconoce la mayor, que trata desesperadamente de conseguir Internet en su iPhone.

Pero el Tsagaan Sar es el equivalente a la Nochebuena cristiana, un momento en el que las familias se reúnen independientemente de los kilómetros que tengan que recorrer por desiertos, estepas y montañas. Así se entiende que hasta el pasado jueves las ciudades hayan permanecido desiertas y que el campo haya recuperado una vitalidad que va desapareciendo rápidamente. «A los jóvenes la tradición nos cansa un poco, pero nuestros mayores la agradecen porque es el único momento en el que nos pueden ver a todos», cuenta Enkhbayar Batsukh, de 27 años. No en vano, en la casa de sus padres el reguero de invitados parece interminable.

Todos llegan engalanados y listos para el ritual de bienvenida: dos tímidos besos en la mejilla, intercambio del intrincado bote en el que guardan el tabaco de inhalar, un sorbo de vodka y de leche, y la ofrenda de regalos de rigor, entre los que destacan las botellas de alcohol para los hombres y los textiles para las mujeres. También dinero que se coloca en el altar familiar, donde se recuerda a los antepasados. Y todo se hace en torno a una mesa llena de los manjares nacionales, como las empanadillas 'buuz', la carne de oveja cocida y los diferentes tipos de queso. Media hora de parabienes después, es hora de salir y poner rumbo a la siguiente yurta.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios