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Inocencio Arias, durante la entrevista.
"Decir, como Errejón, que en el palco del Bernabéu se negocian babaridades es demagogia"

"Decir, como Errejón, que en el palco del Bernabéu se negocian babaridades es demagogia"

Alcanzó la fama como diplomático y luego en el Real Madrid, pero tiene una espina clavada: no haber hecho una película con Sidney Pollack

CÉSAR COCA

Miércoles, 8 de febrero 2017, 02:50

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Posa Inocencio Arias para las fotografías frente a la Embajada de Italia en Madrid, abrigado con una capa con la que parece un actor de teatro en una obra decimonónica, y con su inseparable pajarita. Mientras mira a la cámara, dos señoras se paran a su lado y lo saludan con toda naturalidad. No lo conocen de nada, pero le han visto muchas veces en la televisión y lo escuchan en la radio. No hay ningún otro diplomático en España al que le suceda algo semejante. Aún más: el actual ministro de Exteriores y sus predecesores del último cuarto de siglo podrían pasear juntos por la calle y nadie los pararía. Pero Inocencio Arias es distinto y se ha labrado su popularidad a base de desparpajo, simpatía, saber estar ante las cámaras, dominar los temas para los que se requiere su presencia... y tener mucha suerte. Porque este diplomático retirado que quiso ser periodista y espía, renunció a ejercer de notario porque no quería vivir en un pueblo y fue director general del Real Madrid, reconoce que tiene buena estrella. Lo ha contado en sus memorias, publicadas hace unos meses ('Yo siempre creí que los diplomáticos eran unos mamones', Ed. Plaza&Janés), y lo reitera sentado a la mesa en una cafetería de estilo inglés, mientras devora un plato de jamón y unas croquetas y de vez en cuando echa una ojeada al 'Financial Times'.

- ¿Qué hace un diplomático jubilado? ¿A qué dedica su tiempo libre?

- Escribo artículos, soy tertuliano en un programa de radio varios días a la semana, tomo notas para un libro, leo más que antes, paseo, voy al cine y ordeno mis papeles, porque ahora no tengo secretaria que lo haga.

- También tendrá más oportunidad de satisfacer sus aficiones de siempre, como el fútbol.

- Por supuesto. El fútbol siempre ha sido una gran afición. Y el teatro. Me gustaría que me tocara la lotería para comprar un teatro. Si me cayera un premio, también ayudaría a alguna ONG.

- Habla de que le toque la lotería, pero usted procede de una familia acomodada, así que siempre ha vivido bien. Aunque en sus memorias asegura que uno de sus primeros recuerdos es una cartilla de racionamiento.

- Mi padre era notario en un pueblo de Almería y teníamos una vida comparativamente desahogada, pero si miramos desde la perspectiva de hoy padecíamos estrecheces que ahora ni imaginaríamos. Por ejemplo, en nuestra casa no había calefacción ni agua caliente. Nos calentábamos con braseros y para ducharnos poníamos agua al fuego. No comí buen pescado hasta los 13 o 14 años, porque al pueblo no llegaba. Y para ir al internado tenía que coger tres autobuses.

- Confiesa tener muy pocos recuerdos de su padre pese a que cuando murió ya tenía nueve años. ¿Cómo puede ser?

- Tengo pocos recuerdos, sí. Su oficina notarial estaba en nuestra casa. Pasaba mucho tiempo allí y cuando salía prestaba más atención a mi hermano mayor. Con el tiempo se han ido difuminando en mis recuerdos su risa, el sonido de su voz...

- En la radio de su colegio hacía un programa deportivo. ¿Imaginó entonces que llegaría a ser director general del Real Madrid?

- No podía soñar ni siquiera con ser jugador. De todas maneras, en aquella época yo era del Athletic. Y de mayor quería ser periodista o notario.

- Lo de periodista se lo quitó su madre de la cabeza.

- De un tajo. Tenía 16 años y vino un día a verme al colegio. Lo hacía pocas veces porque en aquella época durante el luto las mujeres apenas salían de casa. Aquella vez me habló de forma tajante: «Tú estudiarás Derecho, como tu padre y tu hermano».

- También quiso ser espía.

- Ya sabía que eso era irrealizable, pero me habría gustado, aún tratándose de algo quimérico. De todos modos, si a los 22 años se me acerca alguien del Servicio de Inteligencia a proponérmelo, igual les digo que sí.

- Volvamos a la época estudiantil. Antes de llegar a la Universidad se montó sus pequeños negocios con el equipo de fútbol local y el recinto del baile del pueblo. Hoy sería lo que se llama un 'emprendedor con éxito'.

- O un benefactor con éxito, porque todas las cosas que monté, más que ganar dinero, tenían el objetivo de resolver algún problema. Da igual que fuera ayudar a unos amigos de un equipo o tratar de que el pueblo no quedara sin baile durante las fiestas. Mi objetivo máximo era lograr ambas cosas... y no perder dinero.

- Dice en sus memorias que si entonces hubiese sido posible ser notario en un pueblo y al tiempo vivir en una ciudad o las comunicaciones hubiesen sido mejores, no habría descartado la posibilidad de ser notario...

- Sí, porque lo de ser notario lo veía difícil pero alcanzable. No tenía pasión por el trabajo que realizan, pero me atraía la independencia que resulta de no tener un jefe, ni un horario. Mi padre trabajaba mucho, era una persona muy respetada y, sobre todo, era dueño de su tiempo. Ser diplomático es más divertido, más apasionante, más ameno. También se gana menos dinero, pero entonces no pensaba en eso.

Apuntador... y actor

Pero mientras decidía su futuro, se dedicaba al teatro. Fue apuntador en un grupo universitario y con él trabajó en cuatro obras, incluso fuera de España, compitiendo en algunos concursos. «Hablaba muy deprisa y seguramente habría sido un mediocre actor teatral», reconoce. La Historia no se puede reescribir, pero en ella está también que años después participó en una docena de películas y episodios de series de televisión como actor. Con Manolo Summers rodó tres capítulos de una serie, «con papeles importantes, casi de protagonista». Con Berlanga y Garci tuvo intervenciones de menor relevancia, pero en filmes de mayor prestigio.

- Ha comentado alguna vez que estuvo a punto de trabajar con Sidney Pollack pero no lo hizo por un problema sindical. ¿Cómo llegó a elegirle para una película?

- Sí, se asustó ante la presión de los sindicatos. Yo entonces estaba en la ONU y la película, que se titula 'La intérprete', se rodaba allí mismo los fines de semana. De lunes a viernes yo no habría podido participar ni aún pidiendo vacaciones para ello, porque si sucedía algo en cualquier lugar del mundo la culpa habría sido mía... (se ríe).

- ¿Cuál era su papel?

- El de un presidente latinoamericano. El embajador de Singapur, que era vecino de Pollack, hizo de intermediario y nos encontramos en una comida, le llevé un obsequio, hablamos del tema... y al final se echó atrás cuando más o menos estaban las cosas ya acordadas.

- Mucho antes de eso, cuando se decidió por la carrera diplomática, pasó una larga temporada en las islas británicas para mejorar su inglés. Y allí descubrió, lo cuenta en sus memorias, que ligar es una excelente forma de practicar una lengua.

- Cuando se aprende un idioma ya de mayor, es una estrategia fundamental. Eso y tomárselo en serio, claro. Yo lo hacía como si preparara una oposición, con muchas horas diarias de dedicación. Luego compraba el 'Times' y subrayaba las palabras que no sabía y las anotaba en una libreta. Ahora es mucho más lúdico lo de ligar. Al principio balbuceas, pero luego, si quieres conseguir avances, te fuerzas a buscar palabras.

- Su primer destino diplomático fue en Bolivia. No se quejaría, un destino de altura.

- ¡Y tanto! Vivía en un piso que estaba a 3.600 metros sobre el nivel del mar. A mí no me afectó mucho la altura, pero a otros sí. Y se nota en todo: no puedes subir escaleras, ni cargar peso sin cansarte muchísimo. Ni debes comer mucho, tampoco.

- Se casó con una estadounidense de origen ruso. ¿Cómo se conocieron?

- Antes de tener pasaporte estadounidense, ella había sido apátrida. Estuvo durante seis años en el país sin tener nacionalidad alguna. Fue al venir a España para hacer un máster cuando se la dieron.

- Así que la conoció en Madrid.

- Fue la noche antes de mi último examen de la carrera diplomática. Yo había salido para despejarme un poco, y ella no entendía que estuviera nervioso, porque no dije nada sobre el examen. Al día siguiente, aprobé.

- Para casarse tuvo que pedir permiso a Franco. ¿Por qué?

- Era un viejo resabio que aún existe en algunos países. Se supone que, si te casas con alguien que es extranjero, el Gobierno de su país podría presionar a la familia y esta a tu mujer, o tu marido, para conseguir información o lo que sea.

- ¿Hubo algún caso en su época en el que no se concediera ese permiso?

- En mi generación no, pero creo recordar que en la anterior sí hubo alguno.

- Después de Bolivia estuvo en Argelia y más tarde en Portugal. Aquello sería como el paraíso, aunque fuera la época de la Revolución de los Claveles.

- Pugné por ir a Portugal porque después de estar en dos países del Tercer Mundo quería algo de agitación e interés político. Y en ese momento Portugal tenía un enorme interés para un español.

- Más tarde pasó por Los Ángeles y la ONU... ¿De qué destino exterior guarda mejor recuerdo?

- Quizá de Bolivia, por lo exótico del país y porque uno se enamora de su profesión en el primer destino, en especial si es en Latinoamérica. Fue un puesto muy formativo y enriquecedor. Allí, además, te sientes importante. En aquel momento, Bolivia era un país muy agitado, por la actuación de la guerrilla.

- ¿Ha sentido más peligro en esos destinos o en los pasillos del ministerio?

- Los pasillos del ministerio pueden ser peligrosos, aunque para mí no haya resultado así. Mis períodos de ostracismo han sido breves. He tenido mucha suerte.

Espías y fútbol

La suerte. Inocencio Arias se extiende hablando de episodios en los que el azar jugó a su favor. Desde un viaje acompañando a los Reyes al que no estaba previsto que fuera, en el que resolvió -a la vista de todos, sin pretenderlo- un problema con el equipaje de algunos periodistas, que así se convirtieron en sus primeros valedores, hasta otras muchas circunstancias. Eso le permitió situarse en la mejor posición para ocupar puestos relevantes, incluida la representación de España en la ONU.

- ¿Cuáles han sido las personas más interesantes que ha conocido gracias a su trabajo diplomático?

- Simon Peres, Mario Vargas Llosa, James Baker... En cambio, Madeleine Albright no me causó buena impresión.

- ¿Y alguno con quien habría deseado salir corriendo a lavarse las manos tras saludarlo?

- Quizá Sadam Hussein, pero por lo que luego supe de él, no en el momento en que le saludé.

- ¿Tuvo oportunidad, durante su carrera, de conocer a muchos espías?

- En nuestras embajadas hay menos de los que parece, y además los conocen las autoridades locales.

- ¿Y en otras?

- Sí, pero nunca espías de, digamos, alta graduación. Rusos, americanos, franceses, españoles, claro. Cuando crees que has identificado a uno tomas precauciones. Más con uno ruso que con uno americano, pero también con este.

- Hablemos ahora de su paso por la dirección general del Real Madrid. ¿Un puesto directivo en el fútbol es un destino para un diplomático o hace falta alguien con menos finura, que vaya más al grano?

- No es incompatible tener olfato para los negocios y mano izquierda. El mundo del fútbol está hoy mucho más refinado que entonces. Hay más transparencia y menos informalidad, y también más respeto a la palabra dada. En mi época, donde yo estaba, no había ninguno. Y si estás en el club más famoso del mundo eso desprestigia a la institución.

- ¿Y la corrupción? Leyendo sus memorias parece que en los palcos de los estadios de primera, segunda y hasta regional se hacen negocios poco claros.

- Yo creo que es así, pero no más que en otros sitios donde coincidan habitualmente políticos y empresarios. Y eso puede ser una boda de un hijo de alguien importante, una primera comunión o el entierro de un famoso.

- Así que la Fiscalía Anticorrupción debería vigilar con atención los palcos.

- Sí, como todos esos sitios que le digo. Pero, desde luego, no puedo estar de acuerdo con la frase de Íñigo Errejón de que en el palco del Bernabéu se han negociado barbaridades. Es de un gran infantilismo decir eso. Y pura demagogia.

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