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Donar tus zapatos viejos puede salvar vidas

Donar tus zapatos viejos puede salvar vidas

Un profesor de Enfermería de Cantabria pide calzado para los refugiados y junta en unas horas 60 palés que partirán rumbo a Grecia. «Ha sido increíble»

IRMA CUESTA

Sábado, 14 de enero 2017, 00:30

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Cuando el 9 de enero Miguel Santibáñez, profesor de Farmacología en la Escuela de Enfermería de Cantabria, se incorporó a sus quehaceres, ni en el mejor de los sueños imaginó que esa idea con la que había regresado de las vacaciones le convertiría en el protagonista de una acción solidaria sin precedentes, al cabo de solo unos días. Santibáñez cuenta que aprovechó la vuelta a clase para comentar con el resto del equipo directivo del centro la iniciativa que una ONG vizcaína de Munguía, su pueblo, había puesto en marcha. La idea, les contó, era recoger zapatos para luego mandarlos a Grecia, ese rincón de Europa en donde 62.000 refugiados ateridos de frío esperan pacientemente a que un milagro les aleje del infierno.

El profesor dice que, con el permiso de sus compañeros bajo el brazo, redactó un email para compartir el proyecto con el resto del personal; un escrito que inicialmente debía haberse quedado dentro de los muros de la escuela pero que las redes sociales se encargaron de convertirlo en un movimiento de solidaridad sin precedentes en unas horas. Ayer, cientos de pares de zapatos se amontonaban en las aulas de la escuela a la espera de ser clasificados y embalados para poner rumbo a Grecia después de que miles de mensajes de WhatsApp viajaran por el éter reproduciendo la llamada de ayuda. «La verdad es que estoy saturado», confiesa Miguel. «No se cómo podría analizar un experto en marketing lo que ha pasado», dice mientras pide que, de momento, nadie más haga donaciones porque están desbordados.

La realidad es que, en el mejor de los casos, los promotores de la iniciativa contaban con llenar una furgoneta que enviarían a Munguía para que, desde allí, se encargaran de hacer llegar el cargamento al país que los dioses eligieron para vivir. Ahora, con al menos 60 palés repletos de calzado de todo tipo, han tenido que activar un plan urgente de logística. «Hemos hablado con SOS Refugiados. Ellos cerraron hace tiempo un acuerdo con la empresa SEUR para mover gratis diferentes cargamentos dentro de territorio español y no habrá problema en lograr que lleguen hasta el puerto de Valencia. El temas es que el barco cobra 120 euros por palé y la ONG solo puede afrontar una parte del coste, de manera que ahora estamos estudiando la forma de conseguir el resto del dinero que hace falta», explica el profesor mientras atiende las llamadas que, desde hace horas, colapsan la centralita de la escuela y su despacho.

Nieve y frío en cuerpo y pies

A la espera de que esos problemas se resuelvan, en el centro la actividad es frenética: los zapatos deben llegar a su destino y antes hay que clasificarlos: meter en bolsas los que estén sueltos, especificar si son de hombre, niño o mujer, y el número; todo para que, una vez lleguen al campo de refugiados, el reparto pueda hacerse lo más rápido posible. «Hemos hablado con voluntarios que trabajan en Grecia y nos han dicho que están desesperados. Hace ya dos semanas que allí es imposible conseguir zapatos y aquella gente los necesita», dice Santibáñez destacando que todo el equipo directo y el personal administrativo y de servicios de la escuela echa una mano para tenerlo todo listo cuanto antes.

Ni siquiera haciendo acopio de toda nuestra imaginación resulta fácil imaginar cómo se puede sobrevivir estos días de nieve y temperaturas gélidas a una jornada a la intemperie -o bajo un toldo que nadie, ni siquiera siendo muy optimista, podría ver como un techo- si, además de no tener un buen abrigo, lo único que te aísla del suelo son unas alpargatas, unas playeras que ya no recuerdan la última vez que se usaron para hacer deporte, o unas botas llenas de agujeros.

Nada es suficiente; ni siquiera el hecho de que el Gobierno griego haya trasladado a algunos migrantes a casas prefabricadas y tiendas con calefacción, porque aún quedan miles de personas en tiendas de campaña. Tampoco parece que vaya a ser la solución el buque que la Armada ha enviado cargado de estufas y colchones para dar refugio a cerca de 500 personas. A pesar de todo, cualquier ayuda es bienvenida. Por supuesto, también la que proporcionará Miguel y su gente. Él dice que es probable que algo haya ayudado a animar a los cántabros el hecho de que, durante unas horas, se especulara con la posibilidad de que se trataba de una broma.

Y es que, cuando comenzaron a correr los mensajes por la red, hubo quien interpretó que el lugar de destino era Valdecilla -el centro hospitalario situado muy cerca de la escuela- y al llegar allí, y no encontrar a nadie que se hiciera cargo de la donación, muchos lanzaron la voz de alarma. Aquello, que podría haber desanimado a cualquiera, solo logró reforzar el ánimo de quienes habían decidido ayudar. «Por alguna razón, esa confusión creó aún más expectación. Era verdad. Solo había que dejar los zapatos unos metros más allá».

Situación límite

De que la situación es insostenible no solo dan fe las organizaciones humanitarias que trabajan en la zona. El ministro de Inmigración griego, Yanis Muzalas, ha apartado las buenas expectativas que exhibía hace solo unas semanas para reconocer públicamente que «las condiciones en las islas son horribles».

En la llamada 'Ruta de los Balcanes', en donde sobreviven como pueden miles de refugiados (solo en Serbia son 7.500 personas) tampoco hay con qué combatir el frío. Según Médicos sin Fronteras, en Belgrado cerca de dos millares duermen en edificios abandonados a 20 grados bajo cero.

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