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La Policía Científica registra el vehículo de María del Carmen Martínez, viuda del expresidente de la CAM y asesinada probablemente por sicarios. :: M. Lorenzo / efe
Asalariados del gatillo

Asalariados del gatillo

Amenazan, secuestran, mutilan y matan. Son los asesinos a sueldo, que viven una nueva edad de oro al calor de los narcos. «Son servicios cada vez más demandados», cuenta un policía. El precio del pistolero depende del objetivo: aceptan encargos por mil euros, pero pueden llegar a cobrar 90.000

ANTONIO PANIAGUA

Lunes, 19 de diciembre 2016, 01:10

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Richard Kuklinski fue uno de los sicarios más crueles de la historia, un asesino vocacional que se jactaba de haber mandado al otro barrio a cien tipos por encargo. Le llamaban 'el hombre de hielo' por su frialdad y porque mantuvo congelada durante dos años a una de sus víctimas para que los forenses nunca pudieran seguir su rastro. Kublinski murió en una cárcel de Nueva Jersey (EE UU) en 2006, probablemente envenenado, pero su oficio sigue vivo. Sicarios, gatilleros, asesinos a sueldo, matones, esbirros, mercenarios. Son denominaciones distintas para un empleo que no decae en la lista de ocupaciones del crimen organizado. España no es ajena al fenómeno. Ahí están los casos del alcalde de Polop (Alicante) y más recientemente, también en Alicante, y el de la empresaria María del Carmen Martínez, de 72 años y viuda del exbanquero y presidente de la Caja de Ahorros del Mediterráneo, Vicente Sala, asesinada de dos disparos a bocajarro cuando se encontraba en su Porsche en el interior de un túnel de lavado. Ninguna de las personas que hablan en este reportaje se atreve a endosar este crimen al sicariato, pero detrás de esas reservas existe la fuerte sospecha de que fue obra de un pistolero profesional, que incluso empleó un silenciador.

La conmoción por la muerte el pasado día 9 de María del Carmen Martínez, una mujer muy adinerada, ha reavivado el interés por el viejo oficio del asesino a sueldo, toda una institución en Latinoamérica, donde esta figura delictiva está tipificada en el Código Penal. «En España es algo residual. Hay un pacto de no agresión entre mafias, aquí viven mafiosos y se lava dinero negro, pero los conflictos se suelen resolver fuera», dice Daniel Sansó-Rubert asesor de la Red Latinoamericana de Seguridad y Delincuencia Organizada.

Sin embargo, las llamadas 'oficinas de cobro' colombianas, auténticas franquicias criminales que amenazan, torturan, secuestran, mutilan y matan para recaudar una deuda, viven una edad de oro. «Como cada vez es más difícil introducir la droga en Europa, este tipo de servicios para recuperar pagos no satisfechos son cada vez más demandados», dice un inspector de la Unidad de Droga y Crimen Organizado (Udyco). Los gatilleros también hacen su aparición para rescatar cargamentos de drogas perdidos o simplemente robados, algo imperdonable en el código de honor de los narcos. «Si el pistolero viene de fuera, se le paga por adelantado lo que ellos llaman 'los viáticos' (gastos de desplazamiento y estancia). Cobran cuando han cometido el homicidio. Si se devuelve la deuda, la oficina se queda con el 50% más los intereses de demora», explica el inspector.

En el negociado de los asesinos a sueldo los motivos para matar son variados. El sicario trabaja para resolver litigios sobre el control territorial de un negocio y castigar a 'sapos' que se han ido de la lengua. Herencias, disputas personales o simplemente un ataque de cuernos son razones suficientes para contratar a un matón.

No se mata todos los días. Un cadáver llama mucha la atención. Para evitar riesgos y pasar inadvertidos se externaliza el crimen. «El ejercicio de la violencia expone mucho a las organizaciones y las pone en el punto de mira de la Policía. Por tanto, desde hace ya un tiempo se subcontrata a grupos que trabajan para varias organizaciones que realizan este tipo de actos», argumenta Andrea Giménez Salinas, del Instituto de Ciencias Forenses de la Universidad Autónoma de Madrid.

«Psicópatas de libro» Los crímenes quedan impunes porque en el mundo del hampa la ley de silencio se cumple con respeto escrupuloso. Un colombiano jamás se arriesgará a denunciar ante la Policía que es víctima de amenazas en España cuando sabe de sobra que si lo hace, su familia será exterminada al otro del Atlántico.

Entre los sicarios hay estilos. Los procedentes de países del Este tienen fama de profesionales y fríos, además de contar con un bagaje militar. «Los colombianos, en cambio, por los estrechos lazos que tienen con su familia, se desmoronan antes», dice otro policía que prefiere permanecer en el anonimato. Soldados rusos, chechenos o georgianos, al acabar la guerra en que luchaban, se han hecho asesinos a sueldo como lucrativa alternativa al paro.

El 'modus operandi' obedece a un patrón reconocible. Se utilizan coches y motos robados. Se estudian los movimientos cotidianos de la víctima, sus horarios y recorridos habituales. Se analizan el entorno, el tráfico y los lugares que frecuenta. Los sicarios suelen ser discretos y reducen sus salidas a la calle al mínimo imprescindible, para comprar comida y poco más. La organización se asegura de que no hay cámaras de vigilancia. Procura al matarife un arma y, una vez que ha cumplido la ejecución, el sicario se marcha tan rápido como ha llegado. «En ocasiones hemos comprobado que cuando regresa a Colombia el propio sicario es asesinado», aduce el miembro de la Udyco.

La proverbial 'limpieza' que gastan los pistoleros colombianos es un sarcasmo. A veces decapitan el cadáver y los sumergen en barreños con ácido sulfúrico y ácido clorhídrico para impedir la identificación de la víctima. Para Jorge Sobral, catedrático de Psicología Social de la Universidad de Santiago de Compostela, los sicarios son «psicópatas de libro, moralmente encallecidos y con una incapacidad manifiesta de apiadarse del sufrimiento de los otros».

No todos creen que el sicariato tenga un papel tan marginal en España. No por casualidad, la península ibérica es el principal puerto de entrada de la cocaína que se introduce en Europa. Por añadidura, aquí se han asentado mafiosos sicilianos que huyeron de la guerra de clanes que se desató a principios de los ochenta en Italia. «Yo no diría que el fenómeno es minoritario, porque va de la mano de la actuación de las organizaciones criminales y España es un punto clave en el flujo de mercados ilegales europeos», arguye Giménez Salinas.

Es difícil saber cuánto cuesta 'mandar flores' al enemigo, como se conoce el asesinato por encargo en la jerga del maleante. El precio fluctúa según la naturaleza del pedido. «Depende de muchos factores, de cuál sea el objetivo y de las dificultades que entraña la acción», sostiene Sansó-Rubert. Hay matones especialmente asequibles, que se conforman con 1.000 euros, y otros que no se manchan las manos de pólvora por menos de 30.000, 50.000 o 90.000 euros. «No es lo mismo matar a un narco de rango bajo que a un policía, un juez o un fiscal con escolta», aseveran fuentes de la Udyco.

Anuncios en internet En la internet profunda, la que escapa a los motores de búsqueda tradicionales, hay anuncios y hasta tablas de precios por el servicio. Las fuerzas de seguridad rastrean este tipo de ofertas por si son ciertas. Y es que detrás de estas incitaciones al crimen se ocultan muchos extorsionadores, gentes que chantajean al incauto resentido que ha querido dar una lección tintada en sangre. «En internet la mayoría de los anuncios de sicarios son falsos. A un cliente mío le chantajearon pidiéndole 80.000 euros para solucionar el asunto», señala el criminólogo Aitor Curiel.

En España, la pedagogía de la violencia sienta cátedra en la costa mediterránea, Madrid, Barcelona, Andalucía y Galicia. Cuando el narcotráfico campaba a sus anchas en Galicia, los Charlines ficharon a sicarios colombianos para hacer entrar en razón a los Baúlos, que entablaron negociaciones con el juez Garzón, impulsor de la 'operación Nécora'.

Un día se hizo realidad eso de que quien a hierro mata, a hierro muere. El capo colombiano Leónidas Vargas fue asesinado a tiros, con silenciador, en el Hospital 12 de Octubre de Madrid mientras convalecía de una dolencia coronaria. El compañero de habitación lo vio todo. Quien fue jefe del cartel de Caquetá murió en la cama, pero acribillado a balazos por dos pistoleros. Se da la circunstancia de que estaba acusado de ordenar el asesinato del candidato presidencial Horacio Serpa. Como Richard Kuklinski, que apiolaba al personal con armas de fuego, bates de béisbol, picahielos y hasta granadas de mano, Vargas murió por alguien que se relamía con la venganza.

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