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"No somos chivatos, pero en la Policía hay manzanas podridas"

"No somos chivatos, pero en la Policía hay manzanas podridas"

Los agentes de Asuntos Internos no gozan de muchas simpatías en el Cuerpo. Son los que persiguen y detienen a compañeros que han delinquido. Trabajan lejos de las comisarías, en pisos anodinos. Es la primera vez que hablan

melchor sáiz-pardo 

Martes, 25 de octubre 2016, 01:54

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No rotundo. «No se ha hecho nunca y no se va a hacer ahora. Ellos se niegan en redondo». La frase del jefe de prensa de la Policía Nacional pone punto y final a diez días de tiras y aflojas con los responsables del departamento de Comunicación del Ministerio del Interior para hacer un reportaje oficial quizás el primero de la unidad más secreta del cuerpo: Asuntos Internos (AAII). La Dirección General de la Policía, al final, impone su criterio al mismísimo Ministerio y el reportaje autorizado no se autorizará nunca.

Da igual invocar a la transparencia, a los años de amistad o al buen rollo con el Ministerio. Nada. El secretismo sigue siendo la máxima en esta unidad, más reservada incluso que la mítica Comisaría General de Información, donde se cuece la lucha antiterrorista, o la famosa Unidad contra la Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF), el brazo armado contra la corrupción.

Asuntos Internos, tanto para los de fuera como para los de dentro, ha sido siempre impenetrable, pero más ahora, después de que en los últimos meses se haya visto envuelta en los temas más turbios que salpican al Ministerio del Interior, especialmente dos. El primero es la supuesta operación Cataluña, las grabaciones al ministro Jorge Fernández y el espionaje a políticos soberanistas, en las que habrían participado algunos agentes adscritos a AAII. El segundo es la guerra sucia entre los más altos mandos del cuerpo por el control de la institución a cuenta de los casos Pequeño Nicolás o Gao Ping. Una batalla en la que la unidad se dejó el buen nombre en el barro a cuenta del enfrentamiento a muerte entre el exjefe de Asuntos Internos, el polémico comisario Marcelino Martín Blas, y el no menos controvertido comisario de asuntos especiales José Villarejo. El primero y sus hombres de AAII intentaron involucrar en ambos sumarios al segundo.

La propia sede de Asuntos Internos (la única que existe en todo el país) parece sacada del Berlín Oriental en plena guerra fría. Casi nadie de los más de 65.000 funcionarios que componen el Cuerpo Nacional de Policía sabe que el nido donde se esconden esos compañeros que les espían está detrás de unas cortinas blancas (desde fuera se aprecia cierta mugre) en una entreplanta enrejada y adornada con trasnochados azulejos verdes de los años 70. Las oficinas se ubican en un anodino edificio de vecinos de la calle Cea Bermúdez, en el corazón del barrio madrileño de Chamberí. Desde fuera bien podría ser la sede de una aburridísima sucursal de distribución de válvulas industriales. Ni una placa. Ni vigilancia en el exterior. Solo la señal de vado para vehículos policiales revela que allí hay algo más. Entrar en el Sancta Sanctorum del Cuerpo Nacional de Policía sin autorización oficial que es denegada por sistema resulta simplemente imposible. A no ser que uno sea un poli corrupto detenido o uno de los implicados en el caso del Pequeño Nicolás y termine siendo interrogado en esa misteriosa oficina sin llegar a ser acusado de nada. Eso, al menos, es lo que asegura que hicieron con él uno de los empresarios que tuvieron tratos con el supuesto niño farsante y que fue llevado al triste edificio de Cea Bermúdez en el marco de una extrañísima investigación que nada tiene que ver con policías corruptos.

En un bar de la periferia

«Del Pequeño Nicolás, nada. Del chivatazo, tampoco. De las guerras entre comisarios y de Marcelino, ni preguntes. De la Brigada de Análisis y Revisión de Casos (el misterioso equipo que supuestamente está detrás del espionaje a los políticos soberanistas), ni lo intentes». La verdad es que el debut no es nada halagüeño. Antes de la cita con dos agentes en un bar de la periferia de Madrid, los dos policías de la Unidad imponen una serie de condiciones «inamovibles» para poder conocerles y charlar con ellos: nada de nombres, ni de iniciales, ni de rangos, ni por supuesto fotos. Como no hay nada que perder, vamos directos al grano:

¿Sentís que os ganáis el sueldo como chivatos?

Sus miradas se clavan en la del intermediario que ha propiciado el encuentro. Se hace un silencio incómodo. Por un momento parece que los dos policías se van a marchar del bar, pero al fin el más veterano de los dos acaba arrancándose:

A nosotros nos gusta más vernos como el ángel custodio que tenemos en nuestro emblema, que vela sobre el escudo de la Policía.

La respuesta es un vacile. Pero al menos sirve para arrancar la charla.

A ver, no somos chivatos. Es evidente que en un colectivo tan grande como la Policía hay manzanas podridas y alguien tiene que localizarlas y llevarlas ante un juez. No es que sea un trabajo vocacional. Ninguno ingresamos en la poli para hacernos de Asuntos Internos, pero es un buen trabajo. No digo bonito, pero sí que es similar al que puede hacer cualquier otra unidad de Policía Judicial, solo que aquí los malos no son paisanos, sino compañeros.

¿Y qué lleva a un poli a convertirse en espía de sus compañeros?

La vida.

Su lacónica respuesta crea otro momento incómodo. Lo de «la vida» puede ser verdad, pero lo cierto es que a Asuntos Internos solo se llega por libre designación. Alguien tiene que ofrecer al candidato entrar en la unidad más secreta de la Policía. No hay oposiciones, no hay concursos. «Hombre, acabas aquí porque conoces a algún mando que confía en ti. Y luego, está la pasta». ¿Cuánta pasta?, la pregunta tiene como respuesta una sonrisa displicente. Nadie sabe cifrar a ciencia cierta el salario base de la gente que trabaja en Asuntos Internos. Lo del dinero, cómo no, también es secreto en AAII. Lo cierto es que el gancho económico para entrar en la unidad son las dietas. Como los casos están distribuidos por toda España y la unidad tiene su base en Madrid, los agentes por lo habitual viven quince días fuera de la capital cobrando los suplementos económicos de los viajes, y quince días en sus casas, de libranza. Quizás sea esa «pasta» extra, que puede superar los 1.000 euros mensuales netos, la que compensa (el sueldo de un inspector con 15 años de servicio ronda los 2.400 euros) las miradas de desprecio o de odio de los compañeros bajo sospecha, la falta de amigos fuera de Asuntos Internos o «cierta sensación de desarraigo», según admite el más joven de los dos agentes mientras apura una Coca-Cola Zero.

El refresco parece liberar su lengua. «No des en tu periódico una idea equivocada. En Asuntos Internos la inmensa mayoría nos dedicamos a perseguir malos, con placa, pero malos. El 95% de los casos que llevamos son para cazar a compañeros que trafican o que están metidos en redes de prostitución. Los casos más politizados como el Faisán (el chivatazo a ETA), el tema de Gao Ping o el del Pequeño Nicolás son anécdotas. De verdad, solo anécdotas en nuestro trabajo. Son temas que se han magnificado por intereses políticos. Pero nosotros nos dedicamos a lo que nos dedicamos: a las manzanas podridas que hay en el Cuerpo y que en su mayoría se pierden por asuntos de extranjeras y drogas», insiste el agente.

«Esto ha cambiado mucho. Antes Asuntos Internos se dedicaba a perseguir a los polis pluriempleados. Los compañeros estaban tan justos que se completaban su salario como puertas en las discotecas, taxistas o profesores de gimnasio. Pero ahora, esta unidad persigue temas gordos y es clave para mantener la pureza en el Cuerpo», apostilla el mayor con cierto orgullo indisimulado.

¿Y a qué os dedicáis exactamente vosotros dos?

Silencio.

¿Cuántos sois en la unidad?

No podemos hablar de eso.

¿Cómo se organiza Asuntos Internos?

Es secreto.

Secreto. Todo es secreto desde que un acuerdo del Consejo de Ministros del 6 de junio de 2014 blindara por completo la unidad y la pusiera bajo el control directo del hasta el pasado verano número 2 de la Policía, Eugenio Pino, uno de los mandos más señalados por su proximidad a la cúpula política del PP. Desde entonces Interior ni siquiera facilita el catálogo de los puestos de trabajo de ese departamento. Como el CNI.

Pero que sea secreto no quiere decir que no haya forma de saberlo. Las llamadas a la puerta del Ministerio del Interior son, de nuevo, en vano. Al final, un tercer agente de Asuntos Internos, tras muchas súplicas a través de intermediarios y amigos, se aviene a revelar algunos. «Somos unos 140 compañeros», dispara. (Según los últimos datos oficiales, que se remontan a 2012, antes del decreto del secretismo, eran 160). Estos agentes, «que en muchos casos ni dicen en su casa que trabajan en la unidad», se dividen en ocho grupos operativos, cada uno con nueve efectivos, que llevan tres o cuatro investigaciones simultáneas «a lo largo y ancho del país».

A ellos hay que sumar dos grupos más dedicados «exclusivamente a vigilancias», que apoyan a sus compañeros en investigaciones concretas. «Son los que se comen el marrón de estar en los coches espiando a los polis malos», explica de manera gráfica. Treinta funcionarios realizan esa desagradable labor.

La unidad se completa con el personal de secretaria y automoción y los miembros de la Brigada de Análisis y Revisión de Casos, que «en teoría deberían revitalizar casos sin resolver como el de Marta del Castillo. En teoría», remarca.

¿Cómo que en teoría?

Silencio.

«¡Ah, bueno! Y tienes a los de la GOID».

¿La qué? Dos décadas dedicado a esto y jamás había oído siquiera nombrar esas siglas. («Jajajajaja», el policía se parte, como si fuera poseedor del gran secreto de Asuntos Internos. Se regodea en las palabras: Grupo Operativo de Información y Desarrollo).

Ni por GOID ni por lo de Grupo Operativo aparece una sola entrada en Google. «No vas a encontrar nada ahí», dicen. «Es secreto». Vuelve a reír. «Asuntos Internos es uno de los pocos departamentos que tienen a un grupo especialista en rastrear bases de datos de todo tipo para cazar a los malos o lo que se les ordene. Lo mismo se dedican a mirar los registros de la propiedad que acceden a los archivos de las Unidades Territoriales de Inteligencia», revela el agente antes de arrepentirse de sus palabras al notar que está descubriendo algo totalmente inédito.

Ese remordimiento le invade. Deja de hablar. «No te puedo contar más. Es Asuntos Internos. Es secreto. Entiéndelo».

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