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Autopista al infierno

Autopista al infierno

Esta es la carretera más peligrosa del mundo

david lópez

Viernes, 30 de septiembre 2016, 00:43

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Ante un viaje en avión, decía el inefable Orson Welles, sólo se pueden experimentar dos clases de emociones: el aburrimiento o el terror. En tierra, se repite la disyuntiva. En el caso de la ruta de Masaka, que conecta la capital de Uganda, Kampala, con el sur del país, el tedio no es una opción, pues transitarla es poco menos que una invitación a una montaña rusa rebosante de emociones fuertes y vertiginosas... que te pueden costar la vida. Y su recorrido es, por supuesto, una auténtica pesadilla, un acto de fe para todos aquellos que no comparten que lo importante es el camino. Aquí, alcanzar la meta es el único objetivo.

En lo que llevamos de 2016 han muerto más personas en los 130 kilómetros que conforman esta carretera que en el célebre paso boliviano que conecta La Paz con la región de Las Yungas, donde el pasado año fallecieron cerca de 300, la mayoría precipitándose al vacío a lo largo de una estrecha pista poblada de pendientes pronunciadas. Retomando este macabro ránking de peligrosidad, la nación africana ahora puede presumir contra su voluntad de tan infausto récord con un recorrido terriblemente sinuoso, no apto para las almas sensibles que sufren algún tipo de enfermedad cardiovascular.

Las autoridades de la república ugandesa se han tomado muy en serio esta cuestión y han puesto en marcha la operación Fika Salama (llegar con seguridad, en suajili, el idioma local) para erradicar esa mala fama que ha convertido el lugar en una atracción turística para los amantes del riesgo. «Más de 200 personas han muerto desde enero, ha sido una masacre», afirma Edith Nanteza, una agente de tráfico que, a duras penas, trata de imponer cierto orden en un control situado en lo alto de una colina desde donde se divisa una espesa bruma de calor brotando del asfalto, siempre bajo un sol inclemente. El resto del tiempo lo dedica a espantar a los animales salvajes que cruzan la vía a su antojo. Nadie pone en duda su profesionalidad.

El abismo boliviano del terror

  • El Camino a Los Yungas

  • Así se conocen los 80 kilómetros de pista que unen la capital, La Paz, con los valles Yungas. Fue construida a pico en los años 30 por prisioneros paraguayos.

  • Vértigo y miedo

  • Esta estrecha carretera, en la que a duras penas pueden cruzarse dos vehículos en ocasiones, ni eso, discurre a media ladera junto a precipicios de hasta 900 metros de profundidad, sin guardarraíles y bajo nieblas perpetuas. El barro, la lluvia y los desprendimientos son compañeros habituales de viaje.

  • 200

  • personas mueren al año por término medio en ella. Los cuerpos de muchos viajeros despeñados jamás son recuperados.

Los técnicos que han estudiado el trazado insisten en el lamentable estado de la calzada o la conducción temeraria de algunos imprudentes para justificar tan negativa publicidad de cara al visitante, pero los lugareños apuntan en otra sorprendente dirección: algo tan autóctono como la brujería. El cóctel es explosivo si sumamos supersticiones ancestrales, rituales mágicos y una carretera cuya crónica negra infunde respeto a propios y extraños. «Está maldita». No en vano, los que se atreven a coger el volante procuran rezar algunas oraciones antes de lanzarse a la aventura. Visto lo visto, más vale encomendarse a los dioses para llegar al destino de una pieza.

Exorcismos en la cuneta

En dicha tesitura, lo menos chocante es que algunos grupos religiosos se hayan visto en la obligación de tomar cartas en el asunto. En el arcén, el reverendo Bibiry derrama aceite sobre las líneas mientras quince de sus fervientes seguidores entonan una canción tradicional y tratan de invocar el auxilio de fuerzas naturales que escapan a nuestra lógica. «Es la primera vez que realizamos un exorcismo de carretera. Mientras se construía se realizaron en la zona muchos ritos de brujería y por eso ahora muere tanta gente», proclama tajante. Si hay que señalar a un culpable, lo tiene claro: «Es cosa del diablo». Los no creyentes, entretanto, aguardan soluciones más terrenales.

La estampa que ofrece la comisaría de Policía de Mpigi resulta escalofriante. En el patio, los restos de vehículos se amontonan en una pila. «Recientemente, 21 personas, incluyendo un niño, fallecieron en un único accidente. Un coche intentó adelantar a otro y terminó colisionando con un camión, perdió la dirección y se estampó contra dos minibuses repletos de pasajeros», relata Nanteza con la serenidad que le confiere haber encarado la muerte en diversas ocasiones.

Lejos de creer en espíritus malignos, la oficial Sarah Kwibika, al mando del dispositivo, no vacila a la hora de atribuir a «un error humano» el 90% de los percances. «La velocidad, los adelantamientos arriesgados en curvas, camiones sobrecargados, automóviles poco apropiados para la circulación y el estado de ebriedad de algunos conductores son las principales causas», defiende, en un intento por desviar la atención sobre una autovía que ya fue repavimentada y ensanchada con carriles extra hace una década gracias a las donaciones internacionales.

Si el error es humano (y no estructural o, aún peor, sobrenatural) se imponen las sanciones. A falta de milagros, nada cómo atacar el bolsillo. El lema, «perseguiremos al infractor sin excepción». Las multas por conducir sin carné rondan los 50 dólares (unos 45 euros), una cantidad que, en principio, no disuade a los reincidentes, amparados del mismo modo en unos procesos judiciales condenados a la eternidad. Desde la distancia, la burocracia de Uganda da tanto miedo como esa carretera que algunos tildan ya como la más aterradora del planeta.

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