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Sin gobierno ni vacaciones

Sin gobierno ni vacaciones

El presidente en funciones está en Madrid, andando rápido en su cinta de gimnasio de La Moncloa (la ciudad es un horno) como un hámster en una rueda

FRANCISCO APAOLAZA

Domingo, 31 de julio 2016, 00:12

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En la carrera de San Jerónimo se están fundiendo los leones. Daoiz y Velarde, que están hechos con los cañones de la guerra de África, llevan en la mirada, más que furia y poder, angustia y sofoco. En Madrid se están cayendo los pájaros y por la acera del Congreso de los Diputados no se adentran ni los turistas ingleses, que son los Hernán Cortés de las solaneras. En el despacho de la presidenta de la institución, con esa tupida moqueta a los pies, esas paredes de madera noble y todas esas cosas que tan bien sientan en las tardes heladoras de febrero, se ha roto el aire acondicionado y hace un calor exasperante. Ana Pastor podría estar en Sanxenxo con el fresco del noroeste atlántico entrándole por la ventana, y no en la capital, en ese despacho lleno de relojes y en un coche que va y viene al Palacio de La Zarzuela. Ha tomado la carretera de La Coruña muchas veces esta semana. Da una rueda de prensa en el salón del Escritorio, junto al hemiciclo, y después de los corrillos de este verano, que se bailan apretados como una lambada, se cuela una pregunta: ¿Y el descanso? La presidenta del Congreso se va por un pasillo: «No esperen mis vacaciones. La urgencia es otra». Parecía mentira que la clase política, que durante decenios fue la imagen del privilegio y casi de la molicie y la prebenda, fuera un día a quedarse sin vacaciones. Pero también creía Mariano Rajoy que, después de las segundas elecciones generales, el escenario sería otro -«contradice toda lógica que estemos julio, agosto y septiembre y no se sabe hasta cuándo discutiendo de lo divino y de lo humano»- y aquí nos tienen, compuestos y sin fecha de investidura.

El presidente en funciones está en Madrid, andando rápido en su cinta de gimnasio de La Moncloa (la ciudad es un horno) como un hámster en una rueda. Todo tiene un cierto recuerdo de algo, como un 'déja vù'. Galicia desde aquí, con las laderas verdes de Pontevedra y el agua salada y fría de Sanxenxo, parece mentira. En aquel paraíso verde esperan Elvira, su mujer, y sus dos hijos, que pasan los calores en A Casa de Alicia, un alojamiento rural en Ribadumia: coqueto, discreto, con un césped tupido, tres habitaciones y una piscina alargada de piedra que cuesta 210 euros la noche y donde veranea desde hace años. Quizás toda la familia cambie el sur por el norte y pase unos días en el palacio de Las Marismillas, en Doñana, un lugar más asequible para las comunicaciones a las que debe estar sometido buena parte del día. Teléfono, videoconferencias... En algunas vacaciones del poder, estar es, a veces, como no estar, aunque los paseos por el coto, los langostinos de Sanlúcar y los mosquitos como cazabombarderos no se los quita nadie.

Las escapadas de Sánchez

Pedro Sánchez se ha movido algo más, aunque a lo suyo tampoco se le puedan llamar vacaciones. «Son fines de semana, como los de cualquier persona». Después de las elecciones, desapareció del mapa, en sintonía con el papel político que se otorgó él mismo: formar gobierno era una cuestión del PP y no iba con él. La primera visita fue a Mojácar, en Almería. Llevaba unas gafas de sol anchas, un polo azul y una gorra blanca, pero el de la mesa de al lado le hizo una foto y la colgó en Twitter. Esa es la zona fetiche del líder socialista, que también acudió al Festival de Benicassim, aunque tampoco le dio tiempo para desconectar. A la 1:40 emitía un tuit mostrando su preocupación por el golpe de estado que se daba en Turquía, aquel 16 de julio. El pasado puente, se acercó a Aldeanueva de Cameros, un minúsculo y encantador pueblo riojano al que acudió con su mujer, Begoña Gómez, y sus dos hijas. Allí tiene una casa su cuñado. No hay manera de saber a dónde irá la próxima y si habrá una próxima.

En La Moncloa tampoco se sabe cuándo viajará ni Rajoy ni nadie. Porque cuando no descansa el jefe, no lo hace ni el apuntador. La política española se está llenando de caras cansadas y de responsables de prensa con ojeras. Pero hay un estrato afortunado que va a poder relajarse algo: diputados del mogollón. Aunque no hay una consigna oficial, entre los populares (también en el PSOE) existe un mantra que dice que nadie se vaya muy lejos. ¿Se imaginan que alguien no puede votar en una investidura porque está en un país asiático bloqueado por algún tipo de inestabilidad política o incluso por una catástrofe? Eso no va a pasar: todos son destinos cortos y a mano.

Los equipos directivos de los partidos están conectados 24 horas y se han caído todos los planes. Albert Rivera, que el año pasado se tostó unos días en Menorca, tenía pensado acudir a la convención demócrata de Hillary Clinton -si eso se puede llamar vacaciones- y se ha quedado con las ganas por su cita del jueves con Felipe VI. Si se tercia, intentará salir fuera de España, aunque no las tiene todas consigo. Pablo Iglesias guarda el secreto de su descanso como si fuera la fórmula de la Coca-Cola, pero en su entorno creen que va y viene a su casa de madera ecológica en Casavieja, en pleno valle del Tiétar, en Ávila. Su equipo defiende a capa y espada su vida privada y la separan de su vida profesional. Su compañero de coalición Alberto Garzón pasa los días que puede en su casa de Rincón de la Victoria, en Málaga, y ha anulado un viaje que tenía planeado a la Toscana.

Echenique y las ciudades

Pablo Echenique no encuentra el momento para irse de turismo urbano, que es el que prefiere. Dado que es un personaje conocido, si es en el extranjero, mejor, «por encontrar momentos de tranquilidad en los sitios públicos. Aun así, según la ciudad, también hay muchos españoles de vacaciones y al final la situación acaba siendo parecida. La verdad es que no tengo un lugar perfecto al que ir, sobre todo desde que salgo por la tele», confiesa el político científico.

Algunos en voz alta y otros en secreto, todos sueñan con que haya una investidura el mes que viene para poder relajarse, aunque el descanso será corto: si hay gobierno, se reanudará rápidamente el curso parlamentario y, si no, también. Los jefes se pueden ir despidiendo de aquellas semanas eternas de asueto. El portavoz del PSOE, Antonio Hernando, espera irse en algún momento un fin de semana a su casa de Almería. El mismo rincón que el vicesecretario de Ciudadanos, José Manuel Villegas, que lleva sin más vacaciones que tres días seguidos desde 2014. Lo cuenta en la sala de prensa del Congreso, donde cada dos horas reina el desconcierto. Entre corrillos y carreras. Su compañero Miguel Gutiérrez tiene pocas esperanzas, aunque sueña con un velero. «No hay vacaciones a la vista. Mis hijos me preguntan: 'Pero papá, ¿nos vamos a ir?». A cinco metros de la conversación, el socialista Pedro Saura da una rueda de prensa y habla de no sé qué relativo a 20.000 millones de euros, y a la salida admite que lleva dos años sin descansar, salvo días sueltos, «por la urgencia del momento». Si todo cuadra, se irá a la Manga del Mar Menor.

Hasta los ministros lo tienen complicado. José Manuel García Margallo atenderá la actualidad internacional, más que movida gracias al Brexit y al Daesh, en Jávea, leyendo y navegando en su barco. Otros son más discretos. El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, visita estos días el balneario de Fitero en Navarra. Fuentes populares lo tienen claro: «No van a ver a un político saltando de la popa de un yate». Probablemente, ni siquiera lo haga el monarca. Felipe VI es duda en la Copa del Rey de Vela que empieza en Palma el lunes. Sería la primera regata de la historia en la que no participa la Corona.

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