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Felipe de Edimburgo es un dios

Felipe de Edimburgo es un dios

Y Rambo, también. Recorrido por las religiones más exóticas del mundo: veneran al coco (el de comer), a ‘Karate Kid’, a un soldado yanqui...

gerardo elorriaga

Martes, 12 de julio 2016, 01:34

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No corren buenos tiempos para la espiritualidad fundamentada en el coco. El credo Hoa Dong, que aboga por una dieta frugal basada en la fruta de la palmera, fue instituido por el vietnamita Nguyen Tham Namh en los años sesenta, cuando el país asiático se hallaba desgajado entre un régimen comunista al norte y otro afín a Washington en el sur, y la contienda civil asolaba el delta del Mekong. La sede de este culto en la isla de Phoenix constituyó un insólito remanso de paz en un cruel escenario bélico. Mientras el conflicto se agudizaba, el frondoso paraje llegó a reunir a 400 acólitos, pero hoy, en un país en paz y lleno de atiborrados supermercados, solo la anciana Nguyen Ten cumple sus consignas y permanece fiel a los menús de coco, aunque reconoce que los sazona con chile, sal o pimienta para combatir la rutina alimenticia.

Aquel postulado conciliador atrajo a miles de pacifistas hartos de las consecuencias de la Guerra Fría. Curiosamente, el fundador nombró monje de la congregación al periodista John Steinbeck IV, hijo del autor de Las uvas de la ira. Pero las incursiones de los vietcong, los bombardeos norteamericanos y los mensajes antibelicistas con el rostro de Jane Fonda han quedado atrás, relegados a los museos, y actualmente solo las turbas de turistas alteran la armonía de una curiosa fe ajena a la gula.

Su templo principal, formado por curiosas esculturas, parece un parque de atracciones arruinado, la metáfora de una fe al borde de la desaparición por falta de demanda. Algunas religiones, como las tribus tropicales y las lenguas minoritarias, se hallan abocadas a la extinción cuando van menguando sus fieles por fallecimiento o abandono, y el proselitismo no consigue nuevos adeptos.

La aparición de la Hoa Dong no resulta ajena al devenir de Indochina, territorio de historia convulsa en el que han confluido diversas tradiciones culturales generando una mixtura subyugante. Sobre el animismo de sus primeras comunidades se expandió el budismo, convertido en culto mayoritario, y la influencia de la vecina China divulgó el confucionismo y el taoísmo. La colonización francesa durante el siglo XIX propició, por su parte, la irrupción del cristianismo.

La concurrencia ideológica, el deseo de sacudirse la Administración gala y la ofensiva comunista explican la aparición de sujetos iluminados capaces de atraer a grandes masas. Salvando las distancias entre Hollywood y la península indochina, la historia de Huynh Phú SO (1920-1947) recuerda a la de Karate Kid. El que fuera mediocre estudiante de Secundaria fue enviado a la montaña, donde aprendió de la espiritualidad de un ermitaño. Era otro cuando regresó a su aldea, resuelto y elocuente, con la intención de propagar una doctrina que aunaba la práctica budista más humilde con la oferta de hierbas curativas y acupuntura. Lo bautizó como Doa Hoa Hao.

Pero el sincretismo más abigarrado llegaría con la aún más poderosa iglesia Cao Dai. Según cuenta la historia, Ngo Van Chieu (1878-1932), apasionado del espiritismo, recibió la visión del Ojo Divino cuando buscaba soluciones vía médium a los problemas de salud de su madre. Alentado por la aparición de semejante pupila, este funcionario al servicio de los franceses comenzó su épica construcción de una confesión destinada a conciliar todos los presupuestos religiosos, tanto orientales como occidentales, y que reivindica la llegada de su fe tras las misiones, previas y parciales, de Moisés, Jesucristo, Mahoma, Buda o Confucio.

El panteón de esta fe es generoso y ecléctico, y ha otorgado la santidad a Juana de Arco, Lenin, Louis Pasteur, Thomas Jefferson, Charles Chaplin y Víctor Hugo, entre otros. Sus influencias son diversas y amalgaman todo tipo de influencias. El modelo organizativo del Vaticano fue asumido por la nueva creencia, que se dotó de su propia santa sede, papa y curia, además de un estilo arquitectónico kitsch en el que abundan los dragones y las serpientes enroscadas alrededor de columnas de color pastel.

Como el hoahaoismo, este movimiento obtuvo una apabullante respuesta de una población atrapada entre el poder colonial y las milicias nacionalistas. En los años 40, una cuarta parte de los vietnamitas profesaba este culto colorista. El triunfo de la guerrilla comunista supuso la confiscación de sus bienes y el ateísmo oficial impulsó el declive de la práctica religiosa. Sus actuales jerarcas han abierto los templos al turismo para conseguir fondos. No obstante, aún hoy, más de cuatro millones de fieles mantienen su vínculo con esta fe que propugna la unificación de la humanidad bajo la mirada del globo ocular izquierdo de la divinidad inserto en un triángulo amarillo.

Desfiles marciales

La veneración por el Ojo Divino puede resultar tan bizarra como el culto a John Frum o a Tom Navy. Ambos se antojan surgidos alrededor de un soldado llegado de Estados Unidos (John from America) y un marine de buena planta que arribaron al remoto archipiélago de Vanuatu, en la inmensa Oceanía durante el fragor de la Segunda Guerra Mundial. Al primero aún se le espera que retorne como un mesías con un motor de barca bajo el brazo. La congregación celebra periódicamente desfiles marciales y construye aviones de madera que rememoran su paso por el paraíso tropical.

El contacto entre sociedades muy diferentes también genera extrañas religiones, aparentemente absurdas, aunque su trasfondo revela las enormes diferencias en el mundo previo a la globalización. El denominado cargo cult hace referencia a mitos y creencias surgidos de la fascinación que supuso la llegada de aquellos extranjeros uniformados y su parafernalia industrial, pero también al deseo de libertad de una sociedad hasta entonces plenamente sometida a los colonizadores británicos. Una teoría asegura que los isleños creyeron en la promesa de redención llevada a cabo por un militar yanqui de verbo fluido y, posiblemente, piel tan oscura como la de los nativos melanesios.

Pero no todos los seres divinos son individuos anónimos. La tribu yaohnanen, que habita también en el Pacífico Sur, cree que el príncipe Felipe de Edimburgo es el hijo de la reina Isabel II, en vez de su marido. Su retrato proliferaba en todas las dependencias oficiales y dedujeron que aquel poderoso y lejano caballero de sienes plateadas era el redentor que protagonizaba sus leyendas, también destinado a despojarlos de los yugos de los ingleses. Otros pequeños grupos nativos han identificado al presidente norteamericano Lyndon B. Johnson como su mesías e, incluso, al músico Duke Ellington, tal vez confiados en la magia del jazz.

La realidad supera a la ficción y, a veces, se nutre de ella. La adoración de los indígenas kamula por Rambo proviene de su arrobada contemplación en vídeos de un antropólogo, tal vez ajeno a la fascinación que provocan las aventuras del personaje interpretado por Sylvester Stallone. Posiblemente su capacidad para eliminar charlies animó la convicción de que, algún día, el veterano de Vietnam desembarcaría en las playas de Nueva Guinea, cinta en la frente y metralleta en ristre, para conducirlos hacia ese futuro feliz por el que claman en ceremonias rituales y leyendas ancestrales.

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