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Carlos Peña saluda desde el puerto deportivo de Getxo.
5.000 kilómetros nadando de espalda

5.000 kilómetros nadando de espalda

El guipuzcoano Carlos Peña acaba de obtener un insólito récord del mundo. La travesía más peligrosa la completó en plena Guerra de los Balcanes

fernando miñana

Sábado, 2 de julio 2016, 00:27

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Carlos Peña (Tolosa, 1965) era un atleta notable que de chaval ganó la Behobia en su categoría y que se lanzó a por el maratón a una edad, los 17 años, que hoy en día está prohibido. En el tercero, siempre en San Sebastián, acabó en dos horas y 32 minutos, una marca al alcance de muy pocos. No tardó en lesionarse. «1989 me lo pasé en blanco. No podía. Me quemaban las piernas». Así queparó en seco. O en mojado, más bien. En verano, conversando con su hermano en Lodosa (Navarra), donde iban de vacaciones a pescar y descansar, surgió la idea de hacer una travesía a nado por el Ebro. Ahora, 27 años después, aún no sabe realmente qué le impulsó a ello: «Yo no nadaba más de mil metros en la piscina. Fue una locura. Quizá porque somos vascos, por decir algo. O porque a los 23 años tienes la sangre caliente. No lo sé».

Travesías

  • La más larga. El Ebro al completo, desde Reinosa hasta Amposta. En total, 927 kilómetros que recorrió en 25 días.

  • La más aburrida. Peña hizo 48 kilómetros en una piscina de 25 metros de Tolosa. Estuvo 24 horas nadando.

  • La más peligrosa. Del puente viejo de Mostar a Metkovich en plena Guerra de los Balcanes. Escoltado por cascos azules.

  • La más bonita. En el estrecho de Magallanes, en Chile, dentro de un lago donde desemboca un glaciar.

  • Próximos retos. Aunque lleva 56 travesías, ya sueña con otras en el Tíbet, el Támesis o en el Central Park de Nueva York.

Hay que situarse. En 1989 no existían los ligeros y cómodos trajes de neopreno de los que hoy presume cualquier triatleta de tres al cuarto. En aquella época todo lo que pudo conseguir para nadar en el Ebro, con el agua a ocho grados y una temperatura ambiente de dos, fue un traje de dos piezas de pesca submarina. Aquello era tan rígido que no podía bracear de forma natural, a crol. La única opción era hacerlo de espalda.

Los hermanos Peña se lanzaron a un río desconocido en el puente romano de Logroño para avanzar, por etapas, hasta el Club Helios de Zaragoza. En total, 200 kilómetros sin ver lo que tenían por delante y mucho frío. Su única ayuda era la cartografía militar que habían comprado y que ojeaban su padre y su hermano, que no tardó en buscar la orilla.

Carlos, 27 años después, acaba de recibir un diploma de OWR (una asociación llamada Official World Record) que acredita que posee la mejor marca mundial de natación extrema de espalda: 4.880,30 kilómetros recorridos en un total de 2.151 horas y 20 minutos desde el año 1989 hasta el 2015. Primero lo intentó con el Record Guinness, pero se lo denegaron porque no tenía competencia. Vamos, que nadie más se dedica a hacer travesías a nado, y con ese estilo, a través de ríos, lagos, embalses, canales, estrechos... Y que encima intenta vincularlas a fines solidarios.

Ya lleva 56 aventuras de este tipo. Algunas pintorescas, otras francamente arriesgadas. Como aquella vez, durante la Guerra de los Balcanes, en 1995, que se zambulló en el río Neretva, a un grado, muchos menos fuera del agua, y nadó de Mostar a Metkovich protegido por los cascos azules que le pedían por favor que saliera de una vez. Él resistió y con esa gesta, sin mirar a las orillas minadas y salpicadas de cadáveres, logró reunir dos camiones de ayuda humanitaria. O esa otra en la que se atrevió con el Mar Muerto. «Aquello está bien para meterte con un periódico y hacerte la foto flotando, pero es muy corrosivo y como te entre agua en los ojos, te quedas ciego. Te quema la piel». Después de cinco días y 55 kilómetros salió casi despellejado.

Estos sufrimientos se mezclan en la memoria con recuerdos más dulces. Como aquel plácido recorrido por el lago Grey, en Chile, donde se adentró en un glaciar. «Otro que me pareció muy bonito fue en el lago de Garda, en Italia. El agua estaba muy, muy limpia y el paisaje era espectacular». Aunque no siempre chapotea en un medio tan cristalino. «Por ahí me he encontrado de todo: lavadoras, bicicletas, motos, frigoríficos, animales muertos...».

Siluros y ballenas

Y otros vivitos y coleando que ha sentido cerca y ha preferido ignorar: como tiburones, ballenas o, y a estos sí que los ha visto en algún embalse del Ebro, siluros, esos peces gigantescos que pueden llegar a medir tres metros y pesar cien kilos. Por eso, necesita ayuda. Porque él avanza de espaldas y no ve lo que se avecina. Ya sea uno de estos bichos, o un tronco, o una roca. Su pareja, Yolanda Mintegui, se ha convertido en su guía. «Menos mal que me entiende y me apoya, si no, esto sería imposible».

En España se le empiezan a agotar los cauces y hasta se ha atrevido con el Ebro al completo, desde Reinosa hasta Amposta, 927 kilómetros en 25 etapas. Casi 40 kilómetros diarios para recaudar fondos que destinó a los afectados del huracán Mitch. A los 50 años, a punto de cumplir los 51, este conductor de autobús en Euskotren no se marca retos a largo plazo. «Quiero ser cauto», advierte, aunque los sueños no se le agotan y en el horizonte vislumbra algún lago del Tíbet, el Támesis o del Central Park de Nueva York.

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