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Mi querida mascota muerta

Mi querida mascota muerta

Las funerarias para animales son un negocio en alza. Algunas brindan también la opción de la taxidermia

carlos benito

Martes, 31 de mayo 2016, 01:51

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Durante mucho tiempo, hemos tratado a las mascotas muertas de manera clandestina, apresurada y bastante torpe. Tras su fallecimiento, no se las solía ver como un cadáver del que despedirse, sino más bien como unos residuos de los que había que deshacerse: muchas personas recuerdan cómo, de niños, regresaron un día del colegio y el compañero de tantos buenos momentos simplemente ya no estaba, eliminado como basura. Pero las cosas han cambiado: las empresas de pompas fúnebres para animales se han convertido en un sector en alza, ya que cada vez más gente desea despedirse de su mascota con la dignidad que antes se reservaba a los otros miembros de la familia, los humanos.

Ha sido un proceso largo que, en algunas de sus manifestaciones, todavía hoy es capaz de generar debate. La parte más normalizada de este ámbito funerario, los cementerios para mascotas, existe desde finales del siglo XIX: es el caso del discreto rincón de Hyde Park reservado a los perros, donde los londinenses inhumaron a 300 ejemplares entre 1881 y 1903, o del recinto de Hartsdale, en Nueva York, fundado en 1886 y aún en funcionamiento. Pero, en las décadas más recientes, el último adiós a las mascotas se ha sofisticado hasta extremos que desconcertarían a nuestros antepasados: en muchos países, incluida España, hay ya tanatorios donde el cadáver del perro o el gato se expone, debidamente adecentado, para una despedida sin prisas. Aseguran algunos expertos que las ceremonias de este tipo resultan especialmente beneficiosas de cara al duelo de los niños, ya que evitan truncar bruscamente su relación con el animal, a diferencia de aquellas súbitas ausencias de antaño.

La empresa belga Animatrans, en activo desde 1995, es una de las pioneras europeas del sector e incluye una opción que sigue despertando suspicacias, ironías y críticas. Además del entierro o la cremación de los restos, su carta de servicios brinda la posibilidad de disecar al animal fallecido, para después exponerlo en casa. El propio fundador de la funeraria, Patrick Pendville, es consciente de que la idea puede resultar chocante: «Que hablen los que no tienen nada mejor que hacer: es tu elección y solo te concierne a ti», anima a los clientes. Y no faltan quienes, ante la perspectiva de no ver nunca más a su adorada mascota, prefieren transformarla en un objeto inanimado.

«Me reconforta»

Son personas como Chantal Bauchez, que aparece en la foto principal de estas páginas con su mascota disecada, el macaco Moukys. O como Monique Kroonen-Dupont y su Yorkshire terrier, Doudou, rígido como jamás estuvo en su nerviosa vida. O como Myrian Waeles, que decidió perpetuar el cuerpecillo de su pato Arthur: «Era muy especial. Siempre me esperaba en la puerta cuando yo volvía a casa y me acompañaba hasta el salón. Tener a Arthur disecado junto a mí me reconforta», explica. La taxidermia de animales domésticos no es una exclusiva de la firma belga: en EE UU, por ejemplo, cada vez está más extendida e incluso se propone la alternativa de liofilizar el cadáver, un proceso de congelación y sublimación que se prolonga durante meses y suele costar de mil euros para arriba. Y, por supuesto, las tres empresas que criopreservan restos humanos, con la esperanza de que algún día la ciencia será capaz de revivirlos, complementan sus ingresos congelando mascotas en sus futuristas cápsulas de nitrógeno líquido.

La taxidermia, empleada tradicionalmente con los trofeos de caza, es contemplada por muchos como una solución morbosa, que trata de sortear el duelo aferrándose de manera patológica al amigo perdido, e incluso hay quienes la consideran una traición imperdonable a ese vínculo: al fin y al cabo, apuntan estos críticos, lleva al extremo la idea del animal como una posesión material. «Es difícil imaginar que los desconsolados dueños actúen por otra motivación que la pena y el amor por el animal que han perdido apunta la escritora Jessica Miller en un ensayo sobre el trato post-mortem que se brinda a las mascotas, pero puede resultar igualmente difícil contemplar el producto final sin una sensación de incomodidad».

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