Edición

Borrar
Hermanos que se aman

Hermanos que se aman

Ana y Dani Parra comparten padre, pero se conocieron con 20 años y acabaron enamorándose. «Necesitamos tener una relación normal. Acabar con el chismorreo»

inés gallastegui

Lunes, 30 de mayo 2016, 12:14

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Dani y Ana al pie del Big Ben. Dani y Ana esquiando en Andorra. Dani y Ana con amigos en un festival tecno, tomando rebujitos en la Feria de Abril, disfrazados de pitufos en Carnaval, viendo el Circo del Sol, besándose en la calle... Dani y Ana se muestran en Facebook tal y como son: jóvenes, divertidos, enamorados. Lo normal: tienen 24 y 27 años. Bueno, quizá no tan normal. Ellos son Dani Parra y Ana Parra. Son novios, pero también son medio hermanos.

«Somos personas adultas. No hacemos daño a nadie. Sabemos que lo nuestro no está mal porque separados estamos peor», asegura ella. «No hemos crecido juntos. Nos conocimos con 20 años; es como si te enamoras de alguien de la calle», argumenta él.

Ana es dependienta en una perfumería y Dani, encargado en un súper. Viven juntos en un piso en Granollers, Barcelona. Y se hicieron famosos el 11 de abril, cuando eligieron contarle al mundo su extraño amor en un programa de Telecinco. A Cámbiame la gente va a que transformen su look. Ellos fueron a que les cambiara la vida. Y vaya si lo ha hecho.

Cuando ella tenía cinco meses, su padre abandonó a la familia, empezó a convivir con otra mujer y tuvo un segundo hijo. Con el paso de los años, Ana buscó a su hermanastro a través de las redes sociales. Se conocieron y empezaron a quedar de vez en cuando. Entonces la vida de Ana atravesó un bache; dejó a su pareja y se marchó a vivir sola. Dani la ayudó mucho y se mudó a su casa. «Al vivir juntos nos dimos cuenta de que encajábamos;nos gustaban las mismas cosas, compartíamos todo, hasta los amigos», recuerdan.

Y un día «pasó». Trataron de evitarlo, pero se habían enamorado. Durante casi dos años guardaron el secreto. «Pero necesitábamos tener una relación normal. Ocultarse es agobiante». Desvelarlo en la tele, dicen, era una forma de zanjar los «chismorreos» y ahorrarse explicaciones.

De Cleopatra a García Márquez

  • Mitología e historia

  • El sexo en familia es una constante en la mitología griega ahí está Edipo y cristiana Adán y Eva solo habrían podido ser los padres de la humanidad si sus hijos hubieran tenido relaciones entre sí; Abraham estaba casado con su hermanastra Sara y Lot tuvo descendencia con sus dos hijas. En algunas dinastías reales era una estrategia para mantener el poder. Es el caso de Cleopatra, casada con dos de sus hermanos.

  • El arte imita a la vida

  • El incesto ha sido una constante en el cine está en El soplo al corazón, de Louis Malle; La luna, de Bernardo Bertolucci, o la tremenda Precious, de Lee Daniels. En literatura, los Diarios de Anaïs Nin describen la relación de la escritora con su padre y en Cien años de soledad García Márquez empareja a varios primos e introduce el mito del bebé con cola de cerdo, fruto de una relación maldita.

  • 200

  • años estuvieron los Habsburgo casándose entre sí, hasta que Carlos II, enfermo y estéril, murió sin descendencia y la rama española de la dinastía se extinguió.

La familia, los amigos y los conocidos han reaccionado muy bien. Hay quien lo ve raro, pero les felicita por su valor. «Los comentarios negativos están en internet», recalca Dani, en alusión a una campaña de recogida de firmas para que los anunciantes retirasen su apoyo al programa por «fomentar el incesto». «La gente que más se escandaliza no se ha parado a escuchar la historia apostilla Ana. Las relaciones entre un adulto y un menor, sean familia o no, son repugnantes».

¿Por qué la mayoría de la gente siente rechazo a una relación entre hermanos, aunque sea consentida? La respuesta es el tabú del incesto. En la gran mayoría de las culturas las relaciones sexuales entre familiares con diversos grados de consanguinidad progenitores con hijos e hijas, hermanos entre sí y, en menor medida, primos no son aceptadas socialmente. A veces, también están legalmente proscritas.

En una discoteca

Una explicación es la regla de la exogamia: en las tribus primitivas los jóvenes buscaban a su pareja fuera del grupo en algunas sociedades se marchaban las mujeres y en otras, los hombres y esos lazos matrimoniales favorecían las alianzas con otros linajes, lo que hacía más fuerte al núcleo familiar y reducía la posibilidad de enfrentamientos con los vecinos.

Pero también existe un motivo biológico. Cuando los seres humanos se emparejan con sus familiares a lo largo de varias generaciones crece el riesgo de que sufran enfermedades hereditarias; los individuos se vuelven menos fértiles y se reproducen menos. O sea, la evolución premia la dispersión de la herencia genética y castiga su concentración.

Un argumento que refuerza la interpretación biológica es que también algunas especies de animales evitan aparearse con miembros de su familia. «Los primates tampoco practican el incesto señala el antropólogo Pablo Herreros, autor del libro Yo, mono. En especies como los chimpancés o los monos araña, las hembras deben abandonar sus grupos natales cuando alcanzan la madurez sexual y buscar otro nuevo. En los capuchinos o los macacos es al contrario, son los machos los que deben dejar el grupo». Un mecanismo adaptativo que garantiza que esa norma se cumpla, señala el primatólogo, es el desarrollo de un rechazo sexual hacia las personas con las que convivimos; el llamado efecto Westermarck se instaura en la primera infancia, pero, según algunos científicos, también explicaría el descenso del deseo en los matrimonios duraderos.

Atracción sexual genética

Lo curioso es que la literatura científica describe esa impronta que nos lleva a evitar relaciones con parientes próximos o amigos de la infancia, pero también un fenómeno aparentemente contradictorio: la atracción sexual genética, por la que miembros de una familia que crecen separados pueden sentirse atraídos al encontrarse de mayores. Este síndrome se ha dado a conocer en los últimos años a causa de los reencuentros entre parientes que habían vivido en hogares distintos a consecuencia de procesos de adopción.

Ese podría ser el caso de los hermanos gallegos Daniel y Rosa Moya. Sus padres se habían separado y los siete hijos crecieron en grupos; a él le tocó con la madre y a ella, en un orfanato. Se conocieron en una discoteca de Madrid en 1977, cuando él tenía 22 años y ella, 17. Se enamoraron antes de enterarse de que eran hermanos y, aunque se separaron durante cinco meses, terminaron apostando por su amor contra viento y marea. No pudieron casarse la ley lo prohíbe y hasta 2012, con una sentencia judicial en la mano, no consiguieron que sus hijos, Cristina, de 30 años, e Iván, de 23, figuraran a nombre de los dos en el libro de familia. Hasta entonces, Daniel era oficialmente su tío. Ya llevan casi 40 años juntos.

«Nunca vamos a conseguir tener los derechos de una pareja normal, pero que no se diga que no hemos luchado afirma este alicatador afincado en Miño (La Coruña). A mí la vida ya me la reventaron, cuando mis hijos iban al colegio y les decían de todo».

Daniel, desde una experiencia de cuatro décadas, se atreve a dar un consejo a Dani y Ana Parra: «Es mejor no ocultar nada, ir de frente. Una vez que no hay secreto, se acabó el problema. ¿Que van a perder amistades? Seguro que sí, pero los pocos que les queden serán francos». A ellos su familia jamás se lo perdonó.

Y están convencidos de que el augurio de graves minusvalías para los hijos de relaciones incestuosas es solo para asustar. «Es una estupidez como un templo. ¿Que pueden heredar un gen y salir mal? Pues sí, pero también puede salir Einstein».

Puede, pero es más frecuente lo contrario. Patrick Stübing y Susan Karolevski crecieron separados porque él fue dado en adopción a los 3 años en Leipzig (Alemania). Dos décadas después conoció a su familia biológica e inició una relación con su hermana de 16, que sufría un ligero retraso mental. Tuvieron cuatro hijos: dos de ellos tienen discapacidad intelectual severa, otro nació con una cardiopatía congénita y la cuarta es normal. Como enAlemania el incesto es ilegal, Stübing fue encarcelado y les quitaron la custodia de los tres niños mayores. El caso fue muy polémico un sector de la sociedad pedía romper con «el último tabú», pero en 2012 el Tribunal de Estrasburgo falló a favor de la Justicia germana.

La excepción sueca

En España, el incesto fue despenalizado en 1978; cuando la relación se produce entre un adulto y un menor, lo que se penaliza no es el parentesco, sino el abuso sexual. El artículo 47 del Código Civil prohíbe contraer matrimonio a parientes en línea recta (padres e hijos, abuelos y nietos) y en línea colateral (hermanos) hasta el tercer grado, aunque tíos y sobrinos pueden hacerlo con permiso judicial. El matrimonio entre primos ha sido muy común a lo largo de la historia. En España estuvo prohibido durante el siglo XIX, pero actualmente es legal. Muchos países tienen legislaciones similares. Suecia es la excepción: hermanos que comparten un solo progenitor sí pueden casarse.

A la pareja de Granollers no le importa demasiado «haremos una boda falsa, porque nos hace ilusión celebrarlo», pero en cambio sí quieren tener hijos. «Nos preocupaba que no salieran bien, y de hecho nos planteamos la adopción, pero mi ginecólogo dice que no hay de qué preocuparse», explica Ana.

¿Es cierto que los hijos entre parientes nacen con malformaciones? Según los expertos, no tiene por qué ocurrir, pero hay más probabilidades. José Antonio Ortiz, bioquímico del Instituto Bernabéu de Medicina Reproductiva, con sedes en Valencia y Murcia, aconseja realizar un test genético para descartar riesgos y, si hay problemas, pueden resolverse con una selección de embriones.

Hay un grupo de enfermedades hereditarias, las autosómicas recesivas, que para manifestarse precisan que las dos copias del gen estén mutadas. En este caso, si los padres son parientes, sus descendientes tienen un 50% de posibilidades de ser portadores de la enfermedad y un 25% de padecerla, explica el experto. Aunque las probabilidades de que los hijos sufran anomalías dependen del grado de consanguinidad, se calcula que son cerca del doble que entre personas sin relación de parentesco. La fenilcetonuria, la fibrosis quística o la porfiria son algunas dolencias de este grupo.

Teresa San Segundo, profesora de Derecho Civil de la UNED, pone el dedo en la llaga: ¿qué pasa con los hijos fruto de tratamientos de fecundidad con donación de semen, óvulos o embriones? A su juicio, cada vez resulta más probable que dos hermanos lleguen a tener una relación sin saber que lo son.

Nuestra legislación considera exactamente iguales las relaciones de parentesco cuando media una adopción. Algo correcto, en opinión de esta jurista, que encuentra «aberrante» el caso de Woody Allen, que se casó y tuvo hijos con Soon Yi, hija adoptiva de su mujer, con la que tenía una relación paternofilial.

En España, paradójicamente, dos hermanos adoptados sin sangre en común no podrían casarse, pero sí podrían hacerlo dos hermanos biológicos concebidos en una clínica y con apellidos distintos. «En un futuro habrá que abordar este tema», aventura la profesora.

Entre padres e hijos

En realidad, no hace falta ser hijo de una clínica de fertilidad para que se produzca esta situación. En los años cuarenta causó un gran escándalo en la sociedad bien de Madrid el caso de Carmen Díaz de Rivera, la que fuera musa de la Transición. Hija de los marqueses de Llanzol, Francisco Díaz de Rivera y Sonsoles de Icaza, a los 17 años se enamoró de un hijo de Ramón Serrano Súñer, el cuñadísimo de Franco. Cuando anunciaron su relación a la familia, les aguardaba una sorpresa. Carmen y Ramón eran hermanastros: ella era fruto del amor adúltero entre Sonsoles y Serrano Súñer. Era un secreto a voces ella era rubia de ojos azules, como su padre biológico que los propios interesados desconocían. Rompieron su compromiso y ella nunca lo superó: se metió a un convento, después marchó a África y, cuando regresó, dedicó su vida a la política. Contó este amargo trago en sus memorias, al final de su vida.

Para San Segundo, que también es directora del Centro de Estudios de Género de la UNED, las relaciones sexuales entre hermanos de edad similar, con independencia de cuestiones éticas, no son tan problemáticas como el incesto entre padres e hijos; el de las madres es prácticamente inexistente. «Tiene efectos devastadores, tremendos. Muchos casos acaban en suicidio. Es un tema oscuro y muy poco estudiado», afirma. La profesora subraya que no se conocen las cifras reales, porque es muy difícil que las niñas o los niños denuncien los abusos que ejerce una persona a la que quieren y que tiene poder sobre ellas. Y cuando lo hacen, a menudo no reciben apoyo ni de sus propias madres. «Muchas se resisten a creerlo. Amenudo impera la ley del silencio lamenta. Ese es el verdadero drama del incesto».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios