Edición

Borrar
La ley de la cárcel

La ley de la cárcel

La droga es el principal detonante de los 3.000 incidentes violentos que se registran al año en las prisiones españolas. En 2014 hubo cinco violaciones

BORJA OLAIZOLA

Sábado, 16 de abril 2016, 01:33

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Cada vez que entran violadores se les da unas hostias». Esta frase la pronunció un preso juzgado hace unas semanas en Madrid por participar en la paliza que dejó en coma a otro en la cárcel de Aranjuez murió poco después y resonó en la sala de vistas como uno de esos pasajes del Antiguo Testamento que reivindican la ley del talión. El recluso se limitó a enunciar uno de los principios del código que rige en el talego, pero al plantearlo de una forma tan descarnada volvió a convocar a los fantasmas que pueblan las zonas de sombra de las celdas. ¿Es la convivencia en las cárceles realmente tan conflictiva? ¿Se puede llevar una vida más o menos normal en un centro penitenciario?

La agresión al falso shaolín

  • Un cepillo bien afilado

  • Juan Carlos Aguilar, tristemente famoso por haber asesinado a dos mujeres en Bilbao, fue agredido en 2014 por otro interno cuando estaba en la cárcel palentina de Dueñas. Aunque los responsables del centro habían adoptado las máximas cautelas, el falso shaolín fue atacado con un cepillo de dientes afilado que no pitó en el detector de metales del módulo por ser de plástico. Una de las dos puñaladas que recibió en el cuello estuvo a punto de alcanzarle la carótida.

  • Traslado de cárcel

  • El asesino fue trasladado a la cárcel leonesa de Mansilla de Mulas, donde está previsto que cumpla la condena de 38 años.

  • 12

  • agresiones graves o muy graves a funcionarios se contabilizaron a lo largo de 2014 en las cárceles españolas. Las leves ascendieron a 156.

Los 68 penales españoles alojan a unos 65.000 reclusos. Las estadísticas que Instituciones Penitenciarias traslada al sindicato Acaip, mayoritario en las prisiones, contabilizan unas 3.000 agresiones al año entre los internos, el 2% de ellas graves o muy graves. «Hay que aclarar que se registra todo lo que pasa y que incluso una discusión algo subida de tono entre dos presos se anota como incidente», puntualiza un funcionario que trabajó en la administración penitenciaria y que conoce bien sus resortes. A efectos de conflictividad también se incluyen las agresiones de presos a vigilantes: en 2014, último año del que hay datos, tuvieron lugar 168 episodios de esa naturaleza.

El retrato estadístico se completa con la cifra de reclusos fallecidos, 162, la mayor parte por enfermedades como infarto de miocardio, cáncer de pulmón y sida. Drogas y suicidios están detrás del resto de los decesos. ¿Y las muertes por agresiones? La media a lo largo de la última década ha sido de dos al año. «La inmensa mayoría de la población penitenciaria la forman personas que evitan los líos y que solo quieren que el tiempo pase lo antes posible para salir a la calle», sentencian las mismas fuentes. Ignacio Gutiérrez, del sindicato Acaip, corrobora esa impresión y afirma que las medidas preventivas minimizan la violencia. «Cuando se sabe que alguien puede generar problemas es apartado del resto», zanja.

Como se encargó de recordar el recluso de la prisión de Aranjuez ante el magistrado, las reglas de la cárcel colocan a los delincuentes sexuales en una situación comprometida. «Se les desprecia y en cuanto surge una oportunidad se les canea; los violadores, los pedófilos y los que atracan a mujeres mayores son los que peor lo pasan ahí dentro», relata un recluso que acaba de salir de un penal del norte de la península. En teoría, los presos ignoran las razones por las que sus compañeros han sido enchironados, pero la verdad siempre termina por abrirse paso, sobre todo en las cárceles más pequeñas. «Puede que en Madrid o Barcelona sea posible mantener cierto anonimato, pero en el resto de las prisiones se termina sabiendo todo», observa el expresidiario.

Instituciones Penitenciarias tiene un protocolo para prevenir las agresiones. Lo cuenta un antiguo responsable de una prisión andaluza que también reclama anonimato: «Los violadores, asesinos en serie o pederastas son sometidos a un régimen especial. Normalmente se les aísla del resto de los presos y, por ejemplo, solo se les permite acceder al patio cuando los demás ya se han ido. Eso ocurrió con Tony King, el que mató a Rocío Wanninkhof y a otra joven malagueña, y también con el pederasta Santiago del Valle, que asesinó a la niña Mari Luz Cortés en Huelva. Con José Bretón, condenado por asesinar a sus dos hijos, pasó otro tanto». Las cautelas, añade el exfuncionario, se relajan a medida que pasa el tiempo y la huella de los crímenes se va diluyendo: «Tony King terminó pasando a un módulo de respeto, que es donde suelen estar los internos con mejor conducta para que la convivencia sea más llevadera».

Violación o pincho

Cuando se prevé que un recluso pueda ser objeto de maltrato se le adjudica un preso de apoyo, alguien que se convierte en su sombra durante las 24 horas del día a cambio de beneficios penitenciarios. A veces el tiro sale por la culata y el supuesto defensor se convierte en una pesadilla. En Zaragoza acaba de ser juzgado un interno por violar al que sobre el papel era su protegido en la prisión de Zuera, en agosto de 2013. Aprovechó que compartían celda para forzarle dos veces bajo la amenaza de clavarle un pincho.

Las agresiones sexuales constituyen el apartado más escabroso de la leyenda negra de la cárcel. Unas fuentes sostienen que son casos aislados, mientras que otras insisten en que son mucho más comunes de lo que indican las estadísticas: «Solo se denuncia una ínfima parte por temor a las represalias». Instituciones Penitenciarias contabilizó en 2014 cinco violaciones y tres intentos, las mismas que el año anterior.

Las medidas de seguridad desactivan la mayor parte de los intentos de agresión, aunque en ocasiones las cautelas resultan insuficientes y las leyes no escritas del talego se cumplen de forma inexorable. Ocurrió con el llamado Mataviejas, condenado por asesinar a dieciséis mujeres de entre 60 y 90 años. El tribunal le sentenció a 440 años, pero para entonces su condena de muerte ya estaba dictada: en otoño de 2002 fue asesinado por dos compañeros cuando paseaba por el patio del penal salmantino de Topas. Le metieron 113 puñaladas con dos pinchos previamente introducidos en el patio de la tercera galería. Se dice que, en realidad, a José Antonio Rodríguez Vega se lo llevaron por delante por chivato, pero los que decidieron su destino sopesaron los viejos códigos carcelarios que castigan los ataques a personas indefensas.

Otro que tuvo la oportunidad de comprobar la vigencia de la ley de la cárcel fue el holandés que se pasó más de once años encerrado por tres intentos de violación que nunca cometió. «La vida no es fácil en la cárcel, pero lo es aún menos si estás dentro por haber violado a mujeres indefensas. En la ética del talego, ese crimen no se admite», admitió al salir de la penitenciaría de Palma, después de que el Tribunal Supremo reconociese el monumental error y ordenase el año pasado su puesta en libertad. «Cuando me encarcelaron contó me chillaban cada noche por la ventana: Hijo de puta, violador de mierda, vas a morir».

En las cárceles no es fácil salir indemne si uno lleva la etiqueta de depredador sexual. Pero el verdadero detonante de la violencia entre rejas es la droga y todo lo que se mueve a su alrededor. «El trapicheo y las deudas están detrás de la práctica totalidad de los 3.000 incidentes anuales que se registran», señala el extrabajador de Instituciones Penitenciarias. En el talego, donde sobra tiempo para exhibir testosterona, magnificar agravios y rumiar venganzas, la droga es el eje sobre el que pivota casi todo. «Asombra la cantidad de reclusos que se terminan cayendo por las escaleras porque no quieren denunciar que han sido agredidos», ironiza. Abrir la boca está tan mal visto como agredir a mujeres y niños. Y no hay atenuantes.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios