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Cinco días al capricho de los tiburones

Cinco días al capricho de los tiburones

Este año se estrenan dos películas sobre el ‘USS Indianapolis’, el buque que en 1945 transportó la bomba atómica de Hiroshima. Un submarino japonés lo hundió en 12 minutos. Murieron 880 hombres, la mitad devorados por los escualos

isabel ibáñez

Martes, 29 de marzo 2016, 01:38

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El periodista Tico Medina escribía en 1975 sobre la película Tiburón, que acababa de ver en un pase privado para la prensa española en septiembre, dos meses después de su estreno en los cines de EEUU: «Realmente es de escalofrío. Me dicen que este año se han vendido en aquel país muchos menos aparejos de pesca de alta mar que otros precedentes. Que se han agotado todos los líquidos antitiburones y que se ha bañado menos gente en sus costas que en veraneos anteriores». El director de la cinta, Steven Spielberg, aseguraba que la mitad del éxito de esta tiburonitis la tenían las dos notas musicales escritas por el compositor John Williams y que se convirtieron en el leitmotiv del gran blanco, que asustaba ya sin necesidad de mostrarse.

Bañarse en el mar nunca ha vuelto a ser igual, aunque solo sea por ese fugaz pensamiento que llega al dejar de tocar el fondo, medio desnudo en la inmensidad, desvalido, atento a una sombra con forma de aleta vislumbrada en la superficie. El crítico estadounidense Jeffrey Lyons asegura que es un miedo

Monólogo de quint en tiburón

  • En la película, el capitán Quint recrea este episodio histórico «(...) Con las primeras luces llegaron muchos tiburones y fuimos formando grupos cerrados, como aquellos antiguos cuadros de batalla (...). La idea era que cuando el tiburón se acercara a uno éste empezara a gritar y a chapotear, y a veces el tiburón se iba, pero otras permanecía allí y otras se quedaba mirándole a uno fijamente a los ojos (...) Me tropecé con un amigo (...); creí que estaba dormido... se balanceaba como un tentetieso, de pronto volcó y vi que había sido devorado de cintura para abajo. El quinto día apareció un avión de reconocimiento (...) y tres horas después un hidro de la Armada que empezó a recogernos y... ¿saben una cosa? Fueron los momentos que pasé más miedo, esperando que me llegara el turno (...)».

que no se queda viejo: «Hace presa en millones de personas que siguen intentando apartarlo de su cabeza cuando entran en el agua. Yo mismo le dije a Spielberg que nunca me he metido en el océano desde entonces». Hay muchos momentos terroríficos en la cinta, pero uno de ellos se produce sin la presencia del pez, sentados los protagonistas en torno a una mesa dentro de un barco. Es el discurso del capitán Quint, interpretado por Robert Shaw, uno de los mejores monólogos del cine: «Una de sus características son sus ojos sin vida, como de muñeca, ojos negros y quietos; cuando se acerca a uno se diría que no tiene vida, hasta que te muerde; esos pequeños ojos negros se vuelven blancos, y entonces... Aaah, entonces se oye un grito tremendo y espantoso, el agua se vuelve de color rojo, y a pesar del chapoteo y el griterío ves cómo esas fieras se acercan y te van despedazando».

A continuación, Shaw, que tuvo que repetir la escena al día siguiente porque en ese momento estaba demasiado borracho, se centra en un hecho histórico al que el capitán Quint había sobrevivido: el hundimiento del USS Indianapolis, un barco de guerra estadounidense torpedeado en 1945 y cuyos tripulantes pasaron cinco días en aguas infestadas de tiburones que los fueron diezmando antes de ser rescatados. El propio Spielberg confesó que antes de enfrentarse al guión nunca había oído hablar de este episodio de la Segunda Guerra Mundial. Dos películas recordarán este año la historia: la primera está lista, pendiente de estrenarse en mayo en EEUU, USS Indianapolis: Men of Courage, de Mario Van Peebles y protagonizada por Nicolas Cage. La segunda es un proyecto del actor Robert Downey Jr.

Ambas abordan lo ocurrido poco después de la medianoche del 30 de julio de 1945 y los días siguientes. El USS Indianapolis acababa de cumplir con una misión secreta: transportar hasta la base americana del atolón de Tinian, en el Pacífico, las partes y el material atómico necesario (uranio) para fabricar a Little Boy, la bomba que explotó el 6 de agosto en Hiroshima matando a 80.000 personas en el acto, y la otra que se lanzó después sobre Nagasaki. Conseguido su objetivo, el buque se dirigía hacia Filipinas cuando recibió el impacto de dos torpedos de un submarino japonés. En doce minutos, el barco (186 metros de largo) se fue a pique. De los 1.196 hombres que iban a bordo, unos 300 murieron por el ataque. El resto, casi 900, cayeron al agua. No hubo tiempo de arriar los botes, tan solo algunas balsas hinchables, y no todos llevaban chalecos. Pensaron que los rescatarían enseguida, pero no fue así. No habían dado la alarma porque se quedaron sin electricidad al primer impacto. Como era una misión secreta, nadie sabía que estaban ahí, y tampoco se dieron cuenta de que no habían llegado a puerto, un error que la Marina de EE UU quiso obviar.

Cuando se oían gritos

Los ataques de los escualos, hasta 300, comenzaron al atardecer del primer día. Las jornadas transcurrían entre el enorme calor del sol y el frío de la noche. Al principio se dedicaron a devorar los cadáveres y luego comenzaron con los vivos. Así rememoraba uno de los supervivientes, Woody Eugene James (1922-2005), la tercera jornada: «Los tiburones estaban alrededor, cientos de ellos. Se oían gritos, especialmente al final de la tarde, y sabías que un tiburón lo había conseguido. Se alimentaban también por la noche. Estábamos hambrientos, sedientos, sin agua ni comida, sin dormir, deshidratados... Algunos bebían agua salada y se volvían locos. Empezaron las peleas y Jim y yo decidimos separarnos antes de salir lastimados. Atamos nuestros chalecos y nos quedamos juntos».

«Venían y se tropezaban con nosotros. A mí me golpearon varias veces: nunca sabías cuándo iban a atacar contaba a la BBC Loel Dean Cox, que entonces tenía 19 años y que falleció el año pasado. «Algunos golpeaban el agua, pateaban y gritaban cuando los tiburones atacaban. La mayoría se mantuvieron en grupo, pues consideraban que era la mejor defensa. Pero con cada ataque, las nubes de sangre en el agua, los gritos y el chapoteo hacían que vinieran más. En ese agua clara, uno podía verlos merodeando. Y de tanto en tanto, como un rayo, uno nadaba derecho para arriba, cogía a un marinero y se lo llevaba. Uno vino y se llevó al que estaba a mi lado». Un avión los detectó por casualidad. Quedaban 316 hombres.

Hubo otra víctima, aunque fuera un superviviente: el capitán del buque, Charles McVay, soportó un consejo de guerra donde se le acusó de desobedecer la orden de navegar en zigzag para evitar ser localizados por el enemigo. Testificó en calidad de prisionero el comandante del submarino japonés, Mochitsura Hashimoto, que dijo que aunque así lo hubiera hecho, le habría alcanzado de igual modo con sus torpedos. Más tarde incluso denunció lo injusto que estaba siendo EEUU por utilizar de chivo expiatorio a McVay, que se suicidó de un disparo en 1968. No fue exonerado hasta el año 2000, y fue gracias a otra historia insólita: un estudiante de Secundaria, Hunter Scott, vio la película Tiburón y se obsesionó tantocon el monólogo del capitán Quint que dedicó uno de sus trabajos escolares a investigar a fondo el papel de McVay. Con sus conclusiones consiguió, medio siglo después, que se reconociera su inocencia. Precisamente sobre este joven trata la película de Downey Jr.

Hoy solo quedan una treintena de supervivientes nonagenarios, que se reúnen anualmente para tratar de exorcizar el drama que los ha acompañado de por vida.Al último encuentro acudió también Hunter Scott y la hija y la nieta del comandante Hashimoto. Entre ellos, el timonel Louis Kayo Erwin, que aún recuerda lo único que podía hacer para evitar los ataques: «Cuando los tiburones me rondaban, intentaba subir mis piernas tan alto como me era posible».

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