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La resurrección colosal del zepelín

La resurrección colosal del zepelín

La tragedia del 'Hindeburg', de cuyo primer vuelo se cumplen ochenta años, frenó en seco el desarrollo de los dirigibles. Ahora regresan de la mano de la industria militar y el turismo

borja olaizola

Viernes, 12 de febrero 2016, 02:44

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El 4 de marzo de 1936 surcó por primera vez el cielo el dirigible Hindeburg, la aeronave de pasajeros más grande y ostentosa que se haya construido nunca. El zepelín, convertido por la propaganda nazi en uno de los símbolos de la hegemonía tecnológica alemana, pasó a la historia por el terrible accidente que protagonizó un año más tarde al explotar cuando se disponía a tomar tierra en Estados Unidos. La tragedia tuvo tal repercusión que frenó en seco el desarrollo de cualquier proyecto de aerostato durante décadas. A punto de cumplirse los 80 años del vuelo inaugural del Hindeburg, los zepelines han vuelto a alzar el vuelo gracias a su utilidad en campos como la vigilancia militar, el transporte de turistas y la publicidad.

La carrera por el aire

  • Aerostatos en guerra

  • El conde Ferdinand von Zeppelin (en la foto) se familiarizó con los globos aerostáticos en la Guerra de Secesión de EE UU, donde se utilizaron por primera vez en tareas de reconocimiento. Fascinado por sus posibilidades, construyó su primer dirigible para pasajeros en 1900. El éxito del ingenio le valió los primeros encargos del Ejército alemán, que utilizó más de cien aerostatos durante la I Guerra Mundial.

  • Blancos fáciles

  • Los alemanes artillaron algunos dirigibles y los adaptaron para los bombardeos aéreos. Sus dimensiones y su lentitud los convirtieron en blanco fácil para las defensas antiaéreas. EE UU también desarrolló su propio programa de dirigibles militares partiendo del modelo que les cedió Alemania en aplicación de las compensaciones de Versalles.

  • 5.000 euros venía a costar el pasaje entre Alemania y EE UUa bordo del Hindeburg. La duración del viaje dependía de la meteorología pero solía ser de dos días y medio.

Como la del Titanic, la del Hindeburg es una de esas catástrofes recurrentes cuyos ecos nunca terminan de apagarse. Si la magnitud de los siniestros se midiese únicamente por las cifras de víctimas, el del dirigible alemán no pasaría a la historia: cualquier accidente de autobús o de tren suma más muertos que los 36 que se contabilizaron cuando ardió como una tea. Concurrieron, sin embargo, circunstancias que le dieron una inusual proyección: fue por un lado la primera tragedia que se retransmitió en vivo, ya que en el momento de la explosión había un gran número de periodistas congregados para presenciar el aterrizaje, y, por el otro, puso de manifiesto la vulnerabilidad de la tecnología alemana en un momento en que el régimen nazi comenzaba a concentrar la antipatía de las demás naciones.

Hay un tercer factor que no es ajeno al extraordinario eco que tuvo la explosión del Hindeburg: sus pasajeros, como había ocurrido antes con el Titanic, pertenecían a la flor y la nata de la sociedad, lo que proporcionaba a la desgracia un interés añadido. El billete para cruzar el Atlántico a bordo del dirigible no estaba al alcance de todos los bolsillos: volar de Alemania a la costa este de EE UU costaba 400 dólares de la época, el equivalente a unos 5.000 euros actuales. El viaje duraba en torno a dos días y medio pero resultaba mucho más placentero que el avión porque el Hindeburg era un auténtico palacio volador equipado con camarotes particulares, restaurantes, salas de estar y salones de lectura. Su estabilidad en el aire era extraordinaria y se decía que era posible dejar un lápiz sobre una mesa sin que se moviese un milímetro en todo el trayecto.

El Hindeburg condensaba todos los avances que había experimentado la ingeniería aerostática desde que los hermanos Montgolfier hicieron posible el primer vuelo tripulado de la historia en 1783. Era el más grande de los dirigibles fabricados: sus 249 metros de longitud equivalen a más de tres Boeing 747 puestos en fila. Sus enormes dimensiones le permitían acoger con holgura a 72 pasajeros y a una tripulación de 61 personas. En un principio iba a ser rellenado con helio, más seguro que el hidrógeno, pero EE UU monopolizaba el control del gas y vetó su suministro porque no se fiaba un pelo de Hitler y los suyos. A los ingenieros de la empresa fundada por el conde Ferdinand von Zeppelin no les incomodó demasiado el contratiempo; estaban acostumbrados a hacer volar sus dirigibles con hidrógeno a pesar de su alto poder inflamable.

Encendedores con cadenas

El Hindeburg representaba la culminación de la supremacía tecnológica alemana. Hitler recurrió al aerostato para asombrar al mundo y ordenó que sobrevolase el estadio de Berlín en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de 1936. La exhibición dejó sin aliento a los espectadores y convirtió al coloso en uno de los símbolos del régimen nazi. A pesar del riesgo que entrañaba el hidrógeno, los alemanes estaban convencidos de que lo tenían todo bajo control. Solo eso explica que instalasen una sala de fumadores en medio del dirigible. La habitación, eso sí, tenía puertas dobles y estaba equipada con un sistema de presurización que frenaba la entrada de gases. Los encendedores estaban encadenados a las mesas para evitar que algún pasajero distraído se los llevase a su camarote.

Las medidas de precaución eran patentes también en elementos como las pasarelas de acceso, cubiertas de goma para evitar que saltasen chispas. Los tripulantes con acceso a las dependencias más sensibles utilizaban botas de fieltro y trajes de amianto desprovistos de cinturones, botones o cualquier otro objeto metálico. Las cautelas se habían mostrado tan efectivas que el Hindeburg llegó a cruzar 17 veces el Atlántico sin ningún contratiempo en 1936, el año de su bautismo aéreo. El 6 de mayo de 1937 el dirigible se disponía a tomar tierra en EE UUen el que era su primer viaje trasatlántico de la temporada. La fenomenal tormenta eléctrica que se había desatado en Lakehurst, en Nueva Jersey, que era donde solía quedar amarrado, desencadenó una explosión que convirtió al Hindeburg en una bola de fuego en segundos. Murieron 36 de las 97 personas que viajaban a bordo en la primera catástrofe que fue retransmitida en riguroso directo. Humillado por el revés que el accidente representaba para el prestigio de la industria alemana, Hitler ordenó la cancelación de todos los programas de dirigibles.

Los ecos de la tragedia del Hindeburg se prolongaron mucho más allá de la II Guerra Mundial. Los proyectos relacionados con los aerostatos quedaron arrinconados durante décadas a pesar de su capacidad más que contrastada para competir con la aviación en terrenos como la capacidad de carga o el ahorro de energía.

Con el cambio de siglo, la empresa que había fundado el conde Zeppelin vio de nuevo la luz en Alemania y fabricó un modelo adaptado a los nuevos tiempos que se ha revelado un éxito en el sector turístico. El dirigible es mucho más pequeño (75 metros frente a los 249 del Hindeburg) y funciona con helio en lugar de hidrógeno. Los doce pasajeros que caben en la góndola pueden descubrir desde el aire la ciudad de Múnich o el lago de Constanza en vuelos de una hora que cuestan unos 300 euros. En primavera y verano conviene reservar con antelación porque suelen quedarse rápidamente sin billetes. También ofrecen la posibilidad de celebrar bodas en la cabina, alquilarlo por un día entero o surcar el cielo hasta París.

La iniciativa ha puesto de relieve el largo recorrido que tienen los zepelines en otros muchos campos. Estados Unidos, por ejemplo, ha planeado un sistema de defensa basado en aerostatos no tripulados equipados con potentes radares capaces de detectar cualquier intromisión en su espacio aéreo. El proyecto contempla la instalación de una treintena de dirigibles repartidos por todo el territorio. Son aerostatos de helio de 70 metros de longitud que permanecen flotando a 4.000 metros de altura sujetos a unos muelles. La rotura de las amarras dejó el pasado octubre a la deriva uno de esos dirigibles en pruebas causando cierta alarma entre la población.

Los zepelín tienen también un papel cada vez más destacado en la publicdad sin olvidar el viejo proyecto de convertirlos en alternativa al barco y al avión para el transporte de carga. «Con la precisión de los partes meteorológicos actuales resultarían mucho más económicos que el avión y más rápidos que el barco», puntualiza el piloto de aviación Jorge Capdequi. Está por ver si los muchos focos que se han vuelto ahora sobre los dirigibles son capaces de borrar las sombras que aún proyecta el fatal accidente del Hindeburg. Las nuevas tecnologías y, sobre todo, la prohibición del hidrógeno parecen ser razones suficientes para conjurar aquel funesto recuerdo.

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