Edición

Borrar
Dos inversoras hacen punto en una agencia de corredores de Qingdao.
Inversores en zapatillas

Inversores en zapatillas

La inmensa mayoría de los ciudadanos que juegan en la Bolsa de Shanghái son pequeños inversores, desde estudiantes de Instituto hasta pensionistas. Muchos se han quedado sin un yuan

zigor aldana

Sábado, 30 de enero 2016, 00:40

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Fíjese bien. Compare las fotografías que se publican de la bolsa de Wall Street y las que llegan del mercado de valores de Shanghái. La diferencia salta a la vista. En el corazón financiero de la superpotencia capitalista abundan los brokers estresados, que se tiran de los pelos mientras gritan por varios teléfonos que les cuelgan de las orejas; en la capital económica del gigante comunista, sin embargo, las imágenes coquetean con lo costumbrista: sentadas en asientos de plástico propios de una parada de autobús hay abuelas haciendo calceta, ancianos que se niegan a despojarse del traje Mao, y otros que tratan de descifrar el uso de los prehistóricos ordenadores que están a su disposición. El único elemento que remite a un parqué es una gran pantalla que arroja de fondo una cascada de números rojos y verdes. Para hacer todo más confuso, los verdes hacen referencia a las acciones que caen, mientras que los rojos se utilizan para las que suben. Es, efectivamente, el mundo al revés.

Malos augurios

  • El peor arranque. Las bolsas chinas perdieron el verano pasado en torno al 40% de su capitalización, y el de 2016 ha sido el peor arranque del año de la historia, con un 20% de caída adicional. Los índices están en mínimos de diciembre de 2014.

  • Seguirán cayendo. Las expectativas de los expertos no son muy optimistas. Avanzan que las acciones chinas todavía están sobrevaloradas, y que la divisa del gigante asiático -el yuan- continuará cayendo.

  • Miedo. La economía china creció el año pasado al menor ritmo del último cuarto de siglo, y todas las instituciones internacionales aseguran que 2016 continuará a la baja. El miedo se contagia entre los pequeños inversores y el círculo se vicia.

Pero, hasta cierto punto, estas imágenes son un buen reflejo de la composición de los inversores chinos. No en vano, el 80% de los que juegan en bolsa en el gigante asiático son pequeños inversores. Nada menos que unos 90 millones de personas, más que la población de Alemania. La mayoría tiene unos conocimientos muy limitados sobre el funcionamiento de la bolsa, y muchos superan los 60 años. Es el caso de Zhang, un jubilado que hace una década dejó su puesto en la empresa estatal de ferrocarriles. «Empecé a jugar en bolsa porque también lo hacían mis amigos. No tenemos mucho que hacer y es un buen pasatiempo. Además, muchos lo ven como una fórmula para complementar la pensión, que da para poco». Él cobra casi 2.000 yuanes (280 euros), una suma respetable dentro del sistema de pensiones chino pero insuficiente para llevar una vida digna en Shanghái, una de las ciudades más caras del país.

Todo fue bien hasta el año pasado. Zhang se suscribió a un diario económico para aprender de qué va la bolsa, adquirió un smartphone para seguir las cotizaciones y llegó a obtener hasta 500 yuanes (70 euros) extra al mes. Pero solo sobre el papel, porque la avaricia le impidió vender a tiempo. «Creíamos que siempre subiría», justifica. Hasta que llegó el verano, los índices se desplomaron un 40%, y se evaporaron cientos de miles de millones de euros de capitalización.

Por si fuese poco, el de 2016 está siendo el peor inicio de año de la historia, y los mercados de valores de la segunda potencia mundial se han dejado ya más del 20%. Consigo se han esfumado parte de los ahorros de Zhang. «No soy de los que más sufren. Algunos de mis amigos, que invirtieron tarde, no solo se han quedado sin dinero. También tienen deudas», cuenta. Pero se siguen reuniendo con una sonrisa en el futurista edificio de la bolsa, convertido en club social de la Tercera Edad. «Dentro no hace mucho frío, y después nos vamos a jugar a las damas chinas y a beber un poco de té».

Yu, un joven estudiante de segundo de carrera, no es capaz de contener el estrés como hace Zhang. Está en el otro extremo del espectro de los inversores chinos. Él acaba de empezar. «Mis padres me dieron un dinero para que lo gestionara como quisiera cuando cumplí los 18, y decidí meterlo en bolsa», relata. «Preferí no correr riesgos y aposté por empresas grandes, pero ni siquiera esas se han salvado del batacazo». Accedió al parqué cuando las cotizaciones estaban en lo más alto, por lo que solo ha conocido las pérdidas.

Descontento social

«Me dije que tenía que mantener la calma y esperar a que volviese a subir, pero ahora la situación es todavía peor. Casi no me queda nada». Así, Yu se enfrenta a un dilema: esperar a que mejore la situación y arriesgarse a perderlo todo, o salvar lo poco que le queda y esperar a tiempos de bonanza. «Muchos en clase estamos todos los días mirando la cotización en la aplicación. Nuestro problema es que no tenemos ni idea de cómo funciona la bolsa y nos guiamos por los rumores y por lo que nos cuentan otros», reconoce.

Los expertos aseguran que la bolsa china tiene poco que ver con la economía real, ya que juega con reglas que no son exactamente las del mercado y porque el Gobierno interviene a menudo. Pero para Zhang y para Yu el puñetazo no puede ser más real. Y ahora la preocupación de los dirigentes chinos es evitar que ese golpe se traduzca en un aumento del descontento social. Porque puede que los inversores acudan a la bolsa para hacer calceta o en busca de amistades y de un lugar para resguardarse del mal tiempo, pero el efecto que en ellos tienen los vaivenes del mercado es mucho más acusado que entre las grandes fortunas. De momento tanto Zhang como Yu continuarán probando suerte, pero su apuesta ya es un órdago.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios