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En la casa que ocupó en su destierro en Santa Elena ondea la tricolor. Francia la adquirió después de su muerte. ::
Nostalgia de Napoleón

Nostalgia de Napoleón

Recaudan 1,5 millones de euros para restaurar la última morada del emperador al cumplirse el 200 aniversario de su destierro en Santa Elena. A partir de febrero se podrá viajar en avión a la isla

borja olaizola

Viernes, 6 de noviembre 2015, 00:28

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Pocos lugares se ajustan con tanta precisión como la isla de Santa Elena a la definición que el diccionario adjudica al término remoto. Ubicado a más de 1.900 kilómetros de la costa africana y a 3.500 de Brasil, el pequeño islote aparece en los mapamundis como una diminuta tachuela en medio de la nada. Sus 121 kilómetros cuadrados le otorgan una superficie algo mayor que Formentera. Descubierta en 1502 por un navegante gallego que trabajaba para los portugueses, empezó a ser habitada de forma permanente a partir de 1645 con la llegada de unos colonos holandeses.

5 siglos de aislamiento

  • Aeropuerto. A Santa Elena solo se puede llegar ahora por barco en una singladura que parte de Ciudad del Cabo y dura seis días. En febrero se abrirá un aeropuerto que reducirá el viaje a cinco horas y que pondrá fin al aislamiento de la isla desde su descubrimiento en 1502.

  • Una tumba vacía. Napoleón murió en la isla en mayo de 1821. Fue enterrado, pero en la lápida no se llegó a grabar su nombre porque sus fieles querían que figurase el término emperador y el gobernador de la isla no aceptaba ir más allá de general. Sus restos se llevaron definitivamente a París en 1840 y fueron depositados en el panteón de los Inválidos.

El islote tenía importancia estratégica: era escala de repostaje para las naves que cubrían la ruta entre Europa y Asia antes de la apertura del Canal de Suez, así que no tardó en quedar bajo control de los ingleses. Fueron precisamente los británicos los que hicieron que Santa Elena abandonase su anonimato al desterrar allí a Napoleón unos meses más tarde de su derrota en Waterloo. Escarmentados con su primer exilio (1814), en el que convirtió la isla de Elba en un laboratorio de conspiraciones por su proximidad a la costa italiana, los ingleses rastrearon todos los rincones del planeta, hasta dar con el lugar perfecto, para mantener al emperador alejado de todo.

Fue así como le Petit Caporal (el Pequeño Cabo) llegó en octubre de 1815, hace ahora 200 años, a Santa Elena. Lo hizo a bordo del Northumberland, después de una singladura de más de dos meses desde Plymouth. Su estrepitosa derrota en Waterloo estaba aún reciente, pero el emperador conservaba su halo de autoridad, era una figura respetada entre los militares y, sobre todo, infundía terror a sus enemigos. Prueba de ello es que los ingleses movilizaron a nada menos que 3.000 soldados hasta el Atlántico sur para impedir su fuga. Mil de ellos estaban permanentemente en guardia: mantenían rodeada la casa en la que había sido recluido en un perímetro de siete kilómetros.

El corso residía en Longwood, una vivienda aislada en medio de una meseta, acompañado por un reducido grupo de fieles. Estuvo allí hasta su muerte, en mayo de 1821, a los 51 años. Fue enterrado en la isla, aunque en la lápida no llegó a grabarse nombre: sus simpatizantes querían que figurase la palabra emperador y el gobernador británico de Santa Elena no aceptaba un grado más allá de general. Sus restos, en cualquier caso, no reposan allí, ya que en 1840 fueron trasladados al panteón de los Inválidos de París. Además de recuperar los despojos de su antiguo emperador, los franceses compraron también la tumba y la vivienda en la que había pasado sus últimos años. Longwood es por lo tanto una propiedad gala en territorio británico y en su jardín, que fue diseñado precisamente por Napoleón en sus muchas horas libres, suele ondear la tricolor en fechas señaladas.

Aunque hayan pasado ya unas cuantas generaciones desde su muerte, la memoria del general corso sigue muy viva entre nuestros vecinos. La prueba más evidente es que la fundación que lleva su nombre ha recaudado nada menos que 1,5 millones de euros mediante una suscripción para devolver a Longwood a su estado original. La última morada de Napoleón, hecha de madera, se había deteriorado gravemente debido a la humedad que reina en Santa Elena. La intervención ha permitido recuperar la casa y también estrechar lazos entre la población local y los franceses. En la reciente conmemoración del 200 aniversario de la llegada del general hubo incluso un coro infantil que entonó La Marsellesa mientras la tricolor era izada con toda solemnidad.

Del café al turismo

Santa Elena sigue aún dependiendo del Reino Unido como parte de sus territorios de ultramar. Los apenas 4.200 habitantes de la isla subsisten gracias a la aportación anual que reciben de la metrópoli. Dado que esa cantidad, que ahora ronda los 60 millones de libras, se reduce cada ejercicio por efecto de los recortes, los isleños buscan vías alternativas de financiación. Como es complicado que la pesca y el café, sus dos únicos recursos naturales, den ya más de sí, la alternativa más viable es el turismo. El islote, que disfruta de un envidiable clima tropical, se antoja un paraíso para los pocos visitantes que recibe ahora, unos 1.500 al año. Sin embargo, las cosas van a cambiar a partir de febrero con la apertura de un aeropuerto que pondrá fin a más de cinco siglos de aislamiento. Cinco horas de avión bastarán para ir desde Sudáfrica a Santa Elena, un trayecto que ahora solo se puede cubrir en barco y que exige seis días completos de navegación desde Ciudad del Cabo. Está por ver si los isleños son capaces de resistir la invasión que les llegará del cielo.

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