Edición

Borrar
La escritora sin cara

La escritora sin cara

Elena Ferrante tiene una legión de seguidores apasionados. Pero nadie, más allá de su círculo íntimo, conoce su rostro ni su verdadera identidad

carlos benito

Jueves, 29 de octubre 2015, 00:26

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

La publicación de La niña perdida, última entrega de la tetralogía napolitana de Elena Ferrante, tiene a muchos lectores escindidos entre dos sentimientos extremos: por un lado, está el puro gozo de disponer de una nueva dosis de la autora italiana, que ha sido comparada con una droga tremendamente adictiva y de la que no parecen existir sucedáneos aceptables; por otro, saben que ha llegado la hora de despedirse de esos personajes a los que han acompañado durante cuatro libros, mientras contemplan con preocupación cómo se va reduciendo el precioso alijo de páginas que sostienen con la mano derecha. En las redes sociales no resulta difícil encontrar lamentos de seguidores que desearían continuar leyéndola siempre, o que se reprochan a sí mismos esa voracidad que les ha llevado a consumir el texto con excesiva rapidez. «¿Existe algún grupo de apoyo para las personas que nos hemos acabado la cuarta?», pregunta una mujer. Los hay, en fin, que han adoptado la resolución drástica de empalmar la última página del cuarto volumen con la primera del primero, La amiga estupenda, para encerrarse así en un círculo vicioso de placer narrativo.

Elena Ferrante se ha convertido discretamente en un boom literario global. Triunfa en Italia, donde ya era popular con sus novelas anteriores, pero también España, Gran Bretaña o Estados Unidos se han rendido a la sustancia y la honestidad a veces brutal de sus textos. Sus fans abarcan desde el escritor catalán Juan Marsé («páginas donde la emoción nunca es banal», la ha descrito) hasta el actor californiano James Franco, que proclamó al mundo su fascinación ante La amiga estupenda. Todos elogian la capacidad increíble de la autora para traducir en palabras los sentimientos humanos más complejos, esos a los que no sabemos poner nombre y que, en ocasiones, ni siquiera reconocemos albergar. La ya famosa tetralogía, titulada Dos amigas, se centra en la larga amistad de Lenù y Lila, dos mujeres que se conocieron de niñas en el Nápoles de los años 50: la autora sigue la senda de sus vidas y explora la riqueza y las contradicciones de su relación, marcada por los orígenes humildes y la disparidad en el ascenso social.

Pero, más allá de valoraciones literarias, la gran peculiaridad de Elena Ferrante es que no se sabe quién está detrás de ese nombre. Su firma es un seudónimo, no circulan fotos suyas, no tiene actividad en internet y su perfil público se reduce a cuatro trazos: se supone que nació en Nápoles, la ciudad donde creció y a la que siempre regresa, y que ahora reside en el norte de Italia tras haber pasado algún tiempo en Grecia. Tiene formación clásica, es madre y, en la actualidad, no está casada. Y nada más, aparte de ese telegráfico resumen de actividades que ella misma ha difundido: «Estudio, traduzco, enseño». Algunos han planteado la hipótesis de que se trate en realidad de un hombre el sospechoso habitual es Domenico Starnone, que ha rechazado tajantemente tal posibilidad o incluso de un colectivo misterioso, en una línea de pensamiento que indigna a la autora, por sus implicaciones a la hora de negar la creatividad femenina.

Las reglas del juego

Elena Ferrante deseó desde el principio que las cosas fuesen así. En 1991, antes de publicar su primer libro, escribió una carta al editor para plantearle sus reglas del juego: no acudiría a jornadas, ni a coloquios, ni a entregas de premios, y solo respondería a las entrevistas por escrito. «Incluso eso preferiría limitarlo al mínimo indispensable», puntualizaba. También se refería a los gastos que conlleva la promoción: «Seré el autor menos caro de la editorial. Le ahorraré hasta mi presencia». Durante toda su carrera ha respetado esas estrictas normas suyas y no va a ser el éxito planetario lo que la aparte de ellas. Solo en una ocasión ha concedido una entrevista en persona, publicada en The Paris Review, pero los autores fueron el propio editor, su mujer y su hija, e incluso en aquella ocasión impuso condiciones: iba a llevarlos a la barriada de Nápoles que aparece en la tetralogía, pero al final se echó atrás porque «los lugares de la imaginación se visitan en los libros», no en una realidad donde «decepcionan e incluso pueden parecer falsos».

En aquella entrevista aclaraba que, al principio, su decisión de esquivar los «rituales de la publicación» tuvo bastante que ver con la timidez, mientras que hoy en día ha desarrollado cierta «hostilidad hacia los medios», al comprobar la poca atención que prestan a los textos en sí mismos. También explicaba en qué momento un libro suyo le parece digno de publicación: «Cuando cuenta una historia que durante mucho tiempo, involuntariamente, yo había rechazado por no creerme capaz de contarla, porque contarla me incomodaba». Ferrante aspira a reflejar la verdad «sin domesticarla», sin tomar «caminos expresivos demasiado usados» y sin «reducir una historia a clichés», y en esa aspiración le viene muy bien el anonimato, que le permite ser más audaz a la hora de aprovechar materiales de su propio pasado. Ella misma ha afirmado que, al escribir, hurga con el dedo en heridas que todavía tiene infectadas.

«Los libros de la Ferrante conquistan lectores porque cuentan una historia apasionante con un estilo torrencial que arrastra, engancha, instruye y transporta a otros ámbitos en los que tenemos mil posibilidades de sentirnos identificados», comenta a este periódico su traductora al castellano, Celia Filipetto. ¿Y el misterio en torno a su figura le añade atractivo o más bien resulta indiferente de cara a ese éxito? «La extrañeza ante el anonimato voluntario se esfuma en cuanto el lector se sumerge en sus novelas. El enigma podrá dar cierto morbo, pero un éxito así no se sostiene solo sobre los pilares del morbo si no va acompañado de mucho oficio, mucha reflexión y una gran maestría para contar historias».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios