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Premio a los tunecinos

La decisión de colectivizar el destinatario refleja la dificultad de encontrar en el admirable proceso democrático en ese país a una personalidad concreta

Enrique Vázquez

Viernes, 9 de octubre 2015, 14:06

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El comité noruego que atribuye el premio Nobel de la Paz se lo concedió esta mañana al llamado 'Cuarteto pro-Diálogo Nacional de Túnez', una decisión, la de colectivizar el destinatario que traduce la dificultad de encontrar en el admirable proceso democrático en ese país a una personalidad concreta.

Bien está la fórmula, pero tiene algunos inconvenientes porque deja en la oscuridad a algunas personalidades relevantes sin las que, sencillamente, el milagro habría sido imposible. Singularmente son dos: el líder islamista Rachid al-Ghanuchi, el más distinguido y firme opositor a la larga dictadura del general Ben Alí y el jefe de las Fuerzas Armadas, general Rachid Ammar.

Del primero lo sabemos todo y se ha reconocido su papel central como único gran partido opositor (clandestino) a la dictadura, 'Ennahda' renacimiento en árabe la consolidación final del nuevo régimen democrático, con una colaboración de peso en la nueva Constitución y tras ganar las primeras elecciones y perder por poco la presidencial de diciembre pasado, en la que su candidato, el ingeniero Moncef Marzuki, no era islamista.

Las dificultades de la atribución

El comité ha optado por darlo colectivamente al cuarteto, en el que, con todos los respetos para tres de sus componentes, El Colegio Nacional de Abogados, la patronal (una Confederación de la industria, la agricultura y el comercio) y la Liga pro-Derechos Humanos (muy activa y digna del galardón) la mayor contribución fue de los sindicatos. La poderosa Unión General de Trabajadores que ha jugado en ocasiones críticas el papel de directo mediador, ha sido un árbitro aceptado por las partes (gobierno y partidos de oposición) y hasta ha aportado algunos ministros en carteras de difícil desempeño.

Un observador al corriente de su comportamiento podría, sin embargo, anotar que la UGT colaboró durante largos años con Ben Alí, sabedor de que contentar a los asalariados, en un país con un amplio sector público, era rentable y potencialmente decisivo. La larga y tan alabada "paz social" del país puede ser ampliamente atribuida a esta situación de connivencia de hecho sobre todo durante la larga jefatura del inamovible Abdesslam Jérad, quien dirigió la UGTT desde 2000 a 2011, cuando, perspicazmente, entendió que estaba de más y dejó la secretaría general a Hucin Abassi.

El silencio de los uniformados

Lo del general Ammar es menos explicable porque, aunque nombrado jefe de las FFAA en 2010 por Ben Alí (él mismo militar) tuvo la clarividencia de desobedecer el 13 de enero de 2011 la orden presidencial de acabar con la revuelta social. El militar dijo que desplegaría unidades "para calmar los ánimos y proteger de atentados a la policía pero que sus hombres jamás dispararían contra sus conciudadanos, el pueblo". Al día siguiente, es sabido, Ben Alí huyó del país

Con la hoja deservicios sucintamente anotada es seguro que ni el general, ni el líder islamista van a quejarse de nada y se felicitarán de la atribución del Nobel, pero leerán la decisión como un premio a la sociedad tunecina como un todo y eso es lo que es. En efecto, ha dado pruebas, y sigue dándolas tras los atentados terroristas de los últimos meses, de una determinación imbatible para mantener el orden democrático y la concordia nacional. O sea, es Túnez como un todo el que recibe el gran premio

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