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La ONU envejece mal

La ONU envejece mal

Nació para garantizar la paz y hoy el mundo sigue sangrando sin parar. ¿Para qué sirve un monstruo con 41.000 trabajadores y 40.000 millones de euros de presupuesto? En su 70 aniversario, el balance no es muy alentador

antonio corbillón

Domingo, 4 de octubre 2015, 02:40

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Si en tres minutos no muevo los corazones, voy a mover los asientos, porque muchos se van a ir. Después de la tercera intervención, nadie escucha a nadie, no hay cuerpo que aguante». El presidente de Ecuador, Nicolás Correa, ha sabido reflejar estos días el complejo de gigantismo que ataca y muchas veces ata el funcionamiento de la ONU. A Correa le tocó hablar el lunes ante la Asamblea de Naciones Unidas después de doce horas de discursos. Tres minutos parece poco tiempo. Pero no los 70 años que estos días cumple este organismo, nacido en San Francisco en el otoño de 1945, cuando el humo de las bombas y el olor de las masacres de la Segunda Guerra Mundial no se habían esfumado.

Garante de un mundo con más justicia

  • acontecimientos

  • La Declaración de los Derechos Humanos de 1948 (en la foto en las manos de la mujer del presidente de EE UU Franklin Roosevelt) fue uno de los mayores hitos de la comunidad de naciones. Se han añadido otros logros como los Objetivos del Milenio que nacieron con el cambio de siglo y deberían haber reducido a la mitad la pobreza, el hambre y el acceso a la educación en este 2015. Aunque se han estirado sus plazos, hay consenso en sus avances.

  • El último foco de conflicto la bandera palestina

  • Desde el miércoles ondea en la ONU la bandera de Palestina, aunque su Estado aún no ha sido reconocido. El conflicto Israel-Palestina nació casi a la vez que la ONU y es la mejor metáfora de sus frustraciones. Acumula la mayor cifra de resoluciones no cumplidas por los vetos permanentes de EE UU.

  • 5 euros le cuesta a cada habitante del planeta financiar a este gigante que representa a 193 estados y tres observadores (Vaticano, Palestina y Orden de Malta). Tiene 31 agencias y fondos de trabajo y 1.200 oficinas por todo el mundo.

Desde el lunes, la sede neoyorquina celebra la fecha con el desfile de los principales actores de la política mundial: del Papa a Obama, de Putin al líder chino XiJinping. En los seis días que durará esta 70 Asamblea hay sitio para todo. Desde los discursos de alta esgrima, cargados de escenarios comunes sobre la paz mundial o la justicia, a las excentricidades que muy de cuando en cuando impiden que se cumplan los temores de Nicolás Correa. «¡No somos gays!», bramó el lunes el presidente de Zimbabue, Robert Mugabe (91 años), en una improvisación que despertó a la escasa audiencia nocturna que le escuchaba. En el país africano, la homosexualidad todavía es un grave delito.

Desde todos los frentes se suceden los balances sobre logros y fracasos y se discute el papel que debería jugar una organización de la que el tercero de sus hasta ahora ocho secretarios generales, el sueco Dag Hammarskjöld (1953-1961), dijo que «no fue creada para llevar a la humanidad al cielo, sino para salvarla del infierno».

Y habrá pocas cosas que pongan de acuerdo a muchos de sus 193 miembros como la necesidad de que se modernice y responda a un mundo que nada tiene que ver con el que la vio nacer. «Sigue siendo una foto fija de la Segunda Guerra Mundial y no se ha transformado ante los retos del siglo XX, mucho menos ante los del actual», resume el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, Isidro Sepúlveda. Este experto en Seguridad Internacional ha pasado cinco años en la National Defense University de Washington y conoce bien los pasillos de la ONU. Una de las primeras cosas que le sorprendieron fue el desprecio con que la trata su anfitrión y financiador: EE UU paga el 30% del coste. «Allí la odian. El embajador en tiempos de George W. Bush (John Bulton) dijo que el edificio de la secretaría en Nueva York tiene 38 pisos, pero si perdiera los cuatro últimos nada cambiaría», recuerda Sepúlveda. En esas cuatro plantas está el despacho de su máximo responsable, hoy el surcoreano Ban Ki-moon.

«Tendrá siempre un vuelo alicorto y no cambiará si los países siguen imponiendo sus intereses y egoísmos». Nadie en España conoce mejor los kilométricos pasillos de la ONU que el que fuera su embajador durante siete años, Inocencio Arias. El veterano jefe de la diplomacia considera que sigue siendo «poco democrática y obsoleta», que tendrá «poco recorrido» si no se dan profundos cambios. Todavía cinco países mantienen su derecho a veto: China, EE UU, Francia, Rusia y Alemania. Lo que no le impide defenderla: «Si no existiera, habría que inventarla».

Arias dejó el cargo en mayo de 2004. Lo hizo con una despedida abrupta, tras la decisión de Estados Unidos de arrastrar a sus aliados, entre ellos la España de Aznar, a la invasión de Irak. «Fue traumático apoyar un engaño» (la existencia de misiles de largo alcance en el arsenal de Sadam Husein), reconoce ahora. El ataque se produjo sin una resolución legal de la ONU, pero había precedentes hasta en el corazón de Europa con la guerra de los Balcanes. También ahora, sin ir más lejos, con los actuales bombardeos rusos en Siria, después de que Putin bloqueara cualquier resolución contra el régimen del presidente Bashar al Asad. Una y otra vez, el policía de la diplomacia mundial salpicado por el barro de la sucia realpolitik de cada cual.

Discursos que dejaron huella

  • La brevedad de Fidel solo cuatro horas y media.

  • «Nos han dado fama de que hablamos extensamente, pero no deben preocuparse. Vamos a hacer lo posible por ser breves». A su manera, Fidel Castro cumplió su palabra y habló 4 horas y 29 minutos. Aquel 26 de septiembre de 1960 estableció un récord que no ha superado nadie. La cortesía (no escrita) de la Asamblea suele establecer que los discursos duren 15 minutos.

  • La poesía de las palabras para el conflicto más largo

  • A Yasser Arafat (Organización para la Liberación de Palestina) le gustaría ver ondear por fin su bandera ante la ONU. A la Asamblea le dijo el 13 de noviembre de 1974 «He venido portando una rama de olivo en una mano y un arma de luchador por la libertad en la otra. No dejen que caiga de mi mano la rama de olivo». Medio siglo después, poco se ha avanzado.

  • Nikita Kruschev o cómo hacerse oír a zapatazos.

  • El premier soviético se subió al estrado y se encaró con los que le acusaron de tragarse a toda Europa del Este. Se hizo oír golpeando el atril con su zapato.

  • 750

  • millones de personas vivían en países que eran colonias de las grandes potencias hace 70 años.

Del gatillazo de Aznar a los excesos de Zapatero. Como octavo financiador (casi el 3%), España no ha parado de moverse hasta que logró un asiento (aunque temporal) en el Consejo de Seguridad. De hecho, desde ayer ejerce la presidencia rotatoria. Arias aún recuerda la espantada que pegó el presidente socialista en 2008, cuando acudió a la 62 Asamblea. Invitó a todas las delegaciones presentes y a lo más granado de la colonia española, de Plácido Domingo al cardiólogo Valentín Fuster, a una cena diplomática. 300 comensales en el exclusivo Waldorf Astoria. «Gastó unos 100.000 dólares para terminar cenando en otro sitio con gente de su gabinete porque no tenía ganas», recuerda Arias. Ese mismo año, España asumió la mitad de los 15 millones de euros que costó que Miquel Barceló pintara el techo de la UNESCO en Ginebra. «Dará más visibilidad a nuestra cultura», dijo el ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos.

En contra de lo que pueda parecer, quienes desean hacer la carrera diplomática no ponen la sede central de Nueva York en su lista de prioridades. En las encuestas internas entre las 105 legaciones españolas, la ONU anda por el puesto 25. «Es más apetecible irte a Londres o incluso a México reconoce Arias. Solo ahora que España es miembro del Consejo de Seguridad figura en la parte alta».

«Un zoco con mucho lobby»

Dan mucho respeto los pasillos del gran escenario de la política mundial. Pero convertido muchas veces en un «mercado árabe, un zoco donde hay mucho lobby y trueques bastante esalentadores. A veces no hemos demostrado el suficiente pudor», reconoce Inocencio Arias, jubilado desde 2010. Isidro Sepúlveda, que también ha gastado suelas por los recovecos del edificio de 38 plantas situado en East River, es más escéptico y cree que el peso de los grupos de presión allí es anecdótico. «Hay más esfuerzo por influir en el mundo de la moda que en la ONU», bromea.

Con un presupuesto anual que duplica el de Cataluña para 2015 (supera los 40.000 millones de euros) y más de 41.000 trabajadores, la ONU es un gran pulpo que a veces no sabe dónde tiene cada uno de sus muchos tentáculos. «La organización ha crecido tanto que hay agencias que trabajan contra sí mismas. En sectores como agua, energía, medio ambiente o educación, más de 20 agencias de la ONU compiten por recursos limitados y sin marcos de colaboración claros», expuso el demoledor informe de gestión que encargó su anterior secretario general, Kofi Annan, hace 10 años. El político africano hizo el intento más serio por cambiar el paso de este elefante de la diplomacia planetaria. No sirvió de nada porque, una vez más, se cumplió la norma no escrita que explica porqué las potencias apoyan siempre a un candidato de los países emergentes como secretario general: para desactivar sus decisiones.

Sus 120.000 cascos azules tienen prohibido usar las armas, lo que les ha convertido en testigos inútiles de matanzas como Ruanda (800.000 personas en 100 días) o Srebrenica (8.000). La infancia, juventud y madurez de este venerable septuagenario han ido parejas a la guerra fría. «Y encima se le piden soluciones inmediatas a males que duran décadas y son responsabilidad de los Estados», lamenta Sepúlveda.

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