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En vías de extinción

En vías de extinción

Hace años que los autoestopistas dejaron las carreteras españolas. Los pocos que vemos son casi siempre extranjeros. Fuera sigue siendo una práctica habitual

IRMA CUESTA

Jueves, 27 de agosto 2015, 02:19

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Quién no recuerda aquella España de los ochenta sembrada de jóvenes apostados en las gasolineras con un cartelito en el que se podía leer el nombre del destino que el modesto viajero, el estudiante o el recluta con el petate de turno aspiraba alcanzar antes de que cayera la noche? En los últimos treinta años, se ha perdido una costumbre que en buena parte de Europa y del mundo sigue tan viva como el primer día. Los viajes low cost, los blablacar (esa app para compartir coche y factura de la gasolina), una flota de vehículos que no deja de crecer, el miedo al desconocido y la falta de costumbre parecen ser los responsables.

Jaime, que hoy tiene 54 años, fue uno de esos expertos autoestopistas de finales de los setenta. Durante años, al llegar el verano, hacía dedo desde el poblado de pescadores de Cantabria donde su familia pasaba las vacaciones hasta la ciudad en la que debía recibir clases particulares: ida y vuelta, un par de días a la semana, quince kilómetros por trayecto... y sin problemas.

Más tarde fue la forma de volver a casa por Navidad, Semana Santa y puentes de guardar, cuando le tocó hacer la mili en Madrid. «Un ejército de soldaditos llegábamos a Plaza de Castilla para coger un autobús que nos dejaba en Alcobendas. Allí, los que íbamos hacia el Norte nos apostábamos en una gasolinera y poníamos cara de buenos. La verdad es que la gente era realmente amable y era difícil que alguien no se apiadara de ti en un par de horas. Entonces hacíamos autostop porque, no solo ahorrabas dinero, que también, sino tiempo. En aquella época, hacer el viaje en tren o autobús desde Madrid a Santander te podía llevar el día entero».

Jaime cree que los españoles dejaron de apiadarse de los autoestopistas cuando en los setenta y los ochenta la heroína llevó a muchos toxicómanos a moverse a dedo y a muchas chicas a prostituirse y buscar clientes en la carretera. «Aquello acabó con el buen rollo y, poco a poco, la gente dejó de parar. Solo podían arriesgarse a que les robaran o les colocaran en una situación comprometida», dice asegurando que las aventuras que corre un autoestopista son muchas: «Las hay graciosas, pero lo cierto es que había ocasiones en las que te arriesgabas a meterte en un lío o correr un peligro hoy impensable. Más de una vez, nada más arrancar, te percatabas de que el tipo que conducía iba borracho».

Jonás Pons Climent, valenciano de 29 años, licenciado en Ciencias de la Educación Física y el Deporte y vecino de Manila (Filipinas), en donde lleva desde marzo trabajando para la naviera Maersk, es la versión siglo XXI del autoestopista, con una larguísima trayectoria a sus espaldas. Jonás cuenta que un día que se quedó tirado con la bicicleta a unos 100 kilómetros de casa, un árabe se ofreció a llevarlo hasta Valencia en su coche cuando él trataba de enterarse dónde podía coger un autobús. Aquel día, sin saberlo, Jonás escribió las primeras líneas de un abultadísimo diario de viajes a dedo por todo el mundo.

Su primer reto fue llegar a Australia. «Hay más de quince mil kilómetros, pero de ellos hice cuatro mil a dedo, sin pagar para dormir; una experiencia maravillosa que resultó facilísima y supersegura. Esperé de media quince minutos, así que, en 2013, decidí viajar un año por el mundo que, al final, se convirtieron en dos».

El joven valenciano asegura que durante ese viaje hizo autostop a menos un grado en Múnich para ir a Berlín y aprendió la importancia del tiempo; y que en Turquía, mientras caminaba por el Antalya una travesía por la costa turca de algo más de 500 kilómetros, levantó el pulgar cada vez que se sentía cansado. «Fui hasta en camiones de tomates... Solo con mover la mano enseguida se detenían y me llevaban».

Jonás opina que el autostop te proporciona una experiencia fantástica: «La gente que se para y te lleva, la mayoría, es gente con ganas de hablar, interactuar y gente que quiere ayudarte. Es muy fácil acabar durmiendo en su casa o haciendo muy buenos amigos; lo más importante es la actitud y disfrutar», dice lamentando que en España exista el mito de que está prohibido. «No es cierto. Está prohibido, como en casi todos los países europeos, en lugares en los que pongas en riesgo la circulación, como las autopistas o autovías. De hecho, he conocido autoestopistas que me hablan fatal de España. Fuera, cuanto más exótico eres, más fácil es que te paren por curiosidad, y en Europa hay muchos países en los que te paran fácil por la cultura de ayudar y porque son menos desconfiados».

De que no hay ninguna ley que prohiba hacer autostop da fe la Dirección General de Tráfico. José Miguel Tolosa, jefe provincial de la DGT en Cantabria, certifica que, desde el punto de vista legal, no está prohibido, aunque rápidamente explica que nadie que esté dispuesto a hacerlo en las carreteras españolas debe obviar las normas que afectan tanto a conductores como a peatones. «El artículo 2 del Reglamento General de Circulación es claro: los usuarios de la vía están obligados a comportarse de modo que no causen peligro o molestias innecesarias al conductor», apunta asegurando que no tienen constancia de que se haya formulado alguna denuncia sobre alguien que estuviera haciendo dedo. «La Guardia Civil de Tráfico tiene cosas más importantes que hacer. Otra cuestión es que se haya requerido a alguno de ellos un cambio de lugar porque se entendía que no estaban en el apropiado como, por ejemplo, invadiendo un arcén considerado una vía de escape. Pero, desde luego, fuera de la plataforma de circulación la molestia es mínima y no tiene por qué haber ningún problema. Todo esto, por supuesto, dejando al margen autopistas y autovías donde, como todo el mundo sabe, está prohibido el paso a los peatones».

Alrededor del mundo

Eva Abal, una gallega de 33 años que a finales de 2014 decidió dejar su trabajo y embarcarse en la aventura de dar la vuelta al mundo en un año y a la que pillamos ahora en Bangkok, se preparó para el viaje de su vida haciendo un largo trayecto por España en autostop. Ella y un amigo por un lado, y otra pareja de colegas por otro, se retaron a ver quién realizaba antes el trayecto Madrid-Cartagena. Después de aquello también ella percibió que, de un tiempo a esta parte, hacer autostop fuera de nuestras fronteras es mucho más gratificante. «Es una pena descubrir la falta de solidaridad de una gran mayoría de los conductores y ver cómo pasan de largo mirando hacia otro lado. O ver cómo, aún desviándose claramente hacia la dirección en la que tendríamos que ir nosotros, se disculpan con excusas varias por no admitir que les pueden el miedo o los prejuicios. También es verdad que descubrimos que hay conductores (en su mayoría y, todo sea dicho, señores mayores que en su época también hacían locuras o inmigrantes humildes) que todavía confían en gente como nosotros, dándonos una oportunidad y llevándonos donde necesitábamos», dice refiriéndose a aquella experiencia.

Reconvertida en una activa bloguera que relata sus viajes en www.unaideaunviaje.com, Eva se desplaza ahora por el mundo compartiendo sus experiencias con todo aquel que tenga humor o interés en visitar su página y no se cansa de contar anécdotas que, en su opinión, son la prueba irrefutable de que hay muchos lugares en el planeta en donde hacer autostop es fácil, seguro e, incluso, gratificante.

Una idea parecida es la de Thierry Saloum, un francés que lleva veinte años dando la vuelta al mundo con su pulgar en alto como único billete. Ha hecho autostop en la Ruta 66, Sudamérica, África y, por supuesto Europa, y acaba de conseguir que la empresa Brittany Ferries le regale un pasaje Santander-Plymouth para poder continuar su aventura en Gran Bretaña.

Thierry, que tiene 55 años, afirma que nunca fue su intención recorrer el mundo; que salió de su casa a los pies de los Alpes franceses buscando conocer gente, vivir aventuras y aprender de cada experiencia. Dice también que, pese a lo que uno podría imaginar, apenas ha vivido momentos complicados o ha pasado miedo. En estos veinte años ha vivido larga temporadas en Brasil, México, Estados Unidos y Rusia en donde colaboró trabajando en los Juegos Olímpicos de Sochi, y ha aprendido seis idiomas. De que la suya es una aventura que merece la pena escuchar da idea el hecho de que una empresa francesa acabe de contactar con él para proponerle dar conferencias. ¿Sobre qué? «Dicen que sobre positivismo y sobre cómo conseguir la ayuda de los demás».

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