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Una joven angoleña vende manzanas en las afueras de Lubango.
África se desborda

África se desborda

La evolución demográfica del continente, que ha duplicado su población desde 1980, enciende las alarmas. «Se está preparando la tormenta perfecta», avisan los expertos

gerardo elorriaga

Martes, 7 de julio 2015, 20:57

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Ningún niño occidental tiene el raro privilegio de poder estudiar en un lugar como la Dololo Primary School, un colegio con vistas sobre el Océano Índico. También es posible que no haya alumnos en nuestra parte del mundo formados en condiciones tan infames. «La situación es patética», reconoce avergonzado Jeremiah Kailundi, su director, que explica que cien niños se llegan a hacinar en cada aula, sentados en troncos o sobre el suelo. Antes de las últimas reformas, los profesores no podían caminar entre sus pupilos y el acceso a las letrinas suponía un viaje de media hora.

En cifras

  • aumento sin freno

  • 1.200 millones de habitantes tendrá África dentro de un lustro, según estimaciones de la FAO. Ahora anda por los 1.000 millones. La evolución demográfica del continente es espectacular, ya que en 1980 tenía 472 millones. Si se cumplen las previsiones, la población se habrá triplicado en cuatro décadas.

  • 2,5 fue la tasa de crecimiento anual entre 1990 y 2000. La prevista para la década que va hasta 2020 es ligeramente inferior 2,1% al año.

  • Familias a la usanza africana

  • Las familias africanas se escapan del esquema occidental. En ellas suele converger la prole de varias relaciones. Más del 40% de los varones de Gabón, Liberia, Congo o Uganda tienen hijos con varias mujeres.

La ONG española Manos Unidas ha levantado unas nuevas dependencias educativas en esta escuela, cercana a Malindi, en la fascinante costa keniana. Un camino de tierra flanqueado por árboles baobabs la separa de la de Ulaya, con 435 estudiantes, y tampoco queda lejos la Kanbi Ya Waya, con otros 1.396. La explosión demográfica del país del Cuerno de África se manifiesta rotundamente al final de las clases, en las disposiciones ordenadas de cientos, miles de alumnos con uniformes blanquiazules que cantan himnos antes de regresar a casa.

La situación se repite en esos caminos que parecen conducir a ninguna parte en el conflictivo este de Congo, donde riadas de jóvenes acuden a colegios destartalados cuando las luchas milicianas lo permiten. En la escuela infantil de Kiwanja, antes de que el M23 se hiciera con la población y el Gobierno la liberara en otra habitual espiral de destrucción, más de cincuenta niños ocupaban cada estancia. Hace cuatro años, un equipo integrado por 13 profesores impartía enseñanza a 653 discípulos.

La eclosión refleja el boom demográfico de un continente que ha duplicado su población en tan solo tres décadas. «Las estadísticas tienen una exactitud relativa, hablamos de aproximaciones o proyecciones», apunta Guillermo Martínez, responsable de Médicos del Mundo en Burkina Faso. Lo que se ha producido, explica, no es tanto una explosión de la natalidad como una disminución de la mortalidad infantil por factores como los partos asistidos por personal sanitario, la generalización de las consultas prenatales o el acceso a medicinas básicas. La elevada tasa de fertilidad, superior a los siete hijos, y prácticas sociales como el matrimonio a edad temprana redondean la explicación de las enormes dimensiones del fenómeno.

África reúne todos los requisitos para convertirse en los próximos diez años en «un escenario de compleja vulnerabilidad», alerta David del Campo. «Se está preparando la tormenta perfecta», advierte el responsable de Programas Internacionales de Save the Children. La planificación reproductiva que a su juicio sería necesaria para ordenar ese súbito crecimiento colisiona con el recelo de los movimientos neoconservadores y, sobre todo, con la cultura popular. «Cumplir el rol de madre sigue siendo importante para que las mujeres se ganen el respeto de sus comunidades», observa.

Del Campo asume sin paliativos la falta de eficiencia de la cooperación internacional. «Las ONG no hemos sido capaces de ejercer una presión en el ámbito político», lamenta. «Hemos de poner la planificación familiar como el elemento esencial para emprender un desarrollo verdaderamente sostenible». A su juicio, se precisa una visión global: «De nada sirve implementar programas en un país si el vecino carece de controles. Se precisan ambiciosas inversiones en educación y sanidad porque no se puede crecer a este ritmo. Es una condena a la pobreza».

El Mediterráneo puede parecer el horizonte de esas generaciones que han vencido a la enfermedad, pero la visión apocalíptica de los nuevos bárbaros acosando el bastión europeo no se corresponde con la realidad. La miseria da lugar a grandes flujos, pero fundamentalmente tienen lugar en el interior de la región subsahariana. La presión sobre los recursos naturales resulta abrumadora. Tan solo entre 2000 y 2005, el continente perdió unos cuatro millones de hectáreas de bosques al año, cerca de una tercera parte del área deforestada en todo el mundo durante dicho periodo.

Megalópolis

La postal también cambiará irremediablemente. La imagen de sabanas recorridas por miles de inquietos ungulados dejará paso a urbes infinitas rodeadas por anillos de slums o barrios de aluvión en los que ya subsisten, aferrados a la posibilidad de otro futuro, más de 200 millones de personas. En 2050, el 60% de los habitantes de la región residirá en ciudades carentes de servicios elementales como el agua potable y la electricidad, enormes concentraciones de población con una deficiente red de infraestructuras viarias. A juzgar por su evolución más reciente, la nigeriana Lagos y la congoleña Kinshasha pugnarán por convertirse en la megalópolis afectada por la expansión más desaforada.

No cabe pensar que millones de jóvenes sin recursos se resignen y asuman la desesperanza. La primavera africana resultó esbozada en varios conflictos posteriores a las insurrecciones árabes, pero solo cristalizó con éxito en Burkina Faso, donde el pasado mes de octubre un movimiento popular expulsó al dictador Blaise Compaoré. África es la última reserva de los grandes felinos y los peores dictadores, aquellos que se perpetúan en el poder bajo democracias falaces. El reto de las masas que han crecido a la sombra de regímenes corruptos será despojarse de estos líderes tan populistas como venales.

Pero, desgraciadamente, la alternativa puede ser aún más inquietante. «Este panorama supone el cóctel perfecto para los extremismos», lamenta Del Campo. Hay un caldo de cultivo idóneo para la expansión de los grupos yihadistas y de corrientes carismáticas que prometen el éxito personal y la salvación del alma en un mismo paquete. La propagación del culto salafista y del delirio sectario se ve favorecida por las enormes desigualdades y los acólitos vislumbran en la fe una herramienta de cambio a menudo violento y radical.

La respuesta del mundo a este enorme desafío no parece situarse a la altura. El informe de 2014 de los Objetivos de Desarrollo del Milenio señalaba que el índice de pobreza del África subsahariana había descendido del 56 al 48% en los últimos 25 años, pero la ayuda bilateral ha disminuido un 5,6% y probablemente la tendencia a la baja proseguirá. El continente negro reúne a 36 de los 48 países más míseros del planeta.

El crecimiento vegetativo, apunta Guillermo Martínez, hará que surjan nuevos retos. «Algunos países habrán de seguir batallando con los habituales riesgos de enfermedades infecciosas y enfrentarse además a males de tipo crónico, como el cáncer y la diabetes, hasta ahora de menor incidencia en África. El sistema sanitario, desbordado, tendrá nuevos problemas».

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