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Teresa Romero pasea por Alcorcón con ‘Alma’, que la ayuda a llevar la ausencia de ‘Excalibur’.
Vivir después del ébola

Vivir después del ébola

Siempre está cansada, sufre vaivenes emocionales, pérdida de memoria... Teresa Romero pasea día y noche a ‘Alma’, su nueva perra, por un pinar de Alcorcón. «Al menos estoy viva»

francisco apaolaza

Miércoles, 24 de junio 2015, 00:19

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Se le puede llamar pinar solo siendo muy magnánimo. A un lado hay una calle y al otro, la trasera de una zona industrial.Por este páramo de árboles, bancos venidos a menos, tierra removida y hierbas secas pasean mañana, tarde y noche Teresa Romero y su perrita Alma. No es CentralPark, pero puede parecerte el jardín del Edén si vienes de sobrevivir al ébola. Alma, un american stanford con la vida por delante, que es todo locura, corre con otros perros y late en ladridos agudos, como si persiguiera a un conejo. Por el pinar de Alcorcón se mueve con chándal y gafas de sol una de esas personas con las que encontrarte es un milagro. Si la miras detenidamente, salvo por la duda con la que dobla las rodillas por miedo a que los perros la tiren, no hay nada en Teresa que recuerde al virus, al menos aparentemente. Ha recuperado los kilos que perdió durante el tiempo que permaneció en el hospital. Pero si uno se olvida del sol ligero de primavera que filtran las copas de los pinos, recuerda que la vida se le ha puesto cuesta arriba. El ébola, que le quitó muchas cosas menos la respiración, la derribó «como un tsunami», dice ella.

El comienzo

  • LA PESADILLA

  • El paciente cero del último brote de ébola fue Emile Ouamouno, un pequeño de 2 años de Meliandou, un pueblito de Guinea. Presentaba fiebre, vómitos y heces negras.Cuatro días después, murió él y después su hermana y su madre.

  • En España

  • El 7 de agosto, el misionero Miguel Pajares ingresó en el Carlos III infectado de ébola tras su repatriación desde Liberia. Murió el 12 de agosto. El 24 de septiembre llegó a España desde Sierra Leona ManuelGarcía Viejo, que transmitió el virus a Teresa Romero, el primer y único contagio en Europa.

  • 11.200 personas han muerto de ébola en el mundo desde diciembre de 2013 hasta esta primavera.

El virus más mortal de la tierra acabó con los misioneros Miguel Pajares y Manuel García Viejo, que se lo contagió a Teresa, auxiliar de enfermería en el hospital Carlos III de Madrid, el pasado septiembre. El ébola ya no está en su sangre, le dieron el alta en poco más de un mes, después de ser tratada con el antiviral Favipiravir y el suero de una paciente curada, pero sigue presente en su físico como un reflejo tétrico: en el pelo que está comenzando a nacer con cierto brío, en el cansancio extremo, en la merma de la musculatura, en unos vaivenes emocionales terribles y en cierta pérdida de memoria, cuentan en su entorno. La enfermedad le ha pasado por encima como una apisonadora, su vida ya no tiene color. O sí.De momento, no puede correr y durante meses casi no ha podido ni andar: tenía que tomar resuello sentada en los bancos. También tuvo que dejar de cocinar, uno de sus principales placeres. Además, el sacrificio de su anterior mascota por prudencia le había abierto un siete en el corazón del tamaño de una gasolinera: consideraba a Excalibur como «el hijo que nunca tuvo». Los médicos le aconsejan que salga, que le dé el aire, por eso da vueltas a ese solar tres veces al día con cierto ánimo, como si ver el sol, que es lo principal, fuera suficiente.

Los agujeros que dejan los perros en los mapas sentimentales de sus dueños no se cierran nunca, pero Alma ayuda a llevar la ausencia de Excalibur. La perra, de un año de edad y pura dinamita, fue adoptada en un refugio de Alcorcón. Y, junto a su marido, es casi toda su vida.Javier Limón volvió al trabajo como soldador y es la parte más comunicativa de la pareja, pero ella se ha cerrado amablemente en banda a cualquier contacto con los medios de comunicación.

Hasta el pasado otoño, sus 44 años fueron bastante lineales. Era una más del equipo sanitario que se fajaba con los peores virus en el Carlos III. Ahora todavía se le acerca la gente y le pregunta cómo está, y eso no le importa; pero a veces nota que la miran «como a un bicho» y eso le sienta a cuerno. En estos meses ha adquirido una suerte de fobia a la popularidad. Tiene una historia enorme que contar, pero también pánico a reencontrarse con el muro de cámaras y micrófonos.

La urbanización tampoco es ya una de tantas del Sur de Madrid. En realidad, es el escenario de una representación dantesca por capítulos.El argumento podría haber sido el de una auxiliar de enfermería que se contagia, se salva de la muerte y punto. Una heroína más. Pero la historia se fue desdoblando en varios escenarios, en los que Teresa a veces perdió la inocencia.

En la calle mayor de Alcorcón está la peluquería Studio 84. Cuando Isabel Pérez yMiriam Díaz recibieron un mensaje en el móvil informándolas de que había una sanitaria contagiada de ébola, recordaron la conversación que habían mantenido cuatro días antes con una clienta febril. «La llamamos. Estaba muy nerviosa y nos dijo que sí, que lo sentía», cuenta Isabel, la propietaria del establecimiento.Salieron a comprar un termómetro. Llamaron a Sanidad y cerraron el negocio.A ellas las ingresaron dos semanas con ataques de ansiedad y la peluquería permaneció sellada durante dos meses. Hay clientes que no han vuelto. «Algunos todavía se cambian de acera. La culpa es suya», acusa Miriam.

La culpa, en realidad, la tuvo el ébola, pero el miedo lo enredó todo. María Puy, de 39 años, recuerda el susto viendo su casa en las noticias y cómo algunos vecinos abrían las puertas con el codo. En ese momento, «todo se fue de las manos». Los periodistas acampaban en la calle y, según recuerda, algunos residentes pedían con firmas el sacrificio de Excalibur, que asomado a la ventana se convirtió en la imagen de la enfermedad y de una batalla política que cogió a Teresa en fuego cruzado.

De «víctima» a «espabilada»

En la puerta de la academia English naction alguien hizo una pintada: «Vida a Excalibur» y tuvieron que echar la persiana ante los manifestantes que se agolpaban para salvar al animal. A un alumno sus padres lo mandaron al extranjero por miedo al contagio. A la propietaria, Marisol de la Fuente, de 53 años, le llamó la atención «el contraste» de las opiniones que surgieron en el barrio sobre Teresa Romero.«Para la gente, primero fue una víctima, después una irresponsable y después una espabilada».

La mala gestión del caso cuestionó la capacidad de Ana Mato como ministra de Sanidad y obligó a dimitir al deslenguado consejero del ramo en la Comunidad de Madrid, Javier Rodríguez, que acusó a la auxiliar de mentir. Aquí se estableció un frente judicial que puso el foco en el presunto interés de Teresa por sacar partido de la enfermedad. Su esposo, Javier Limón, se puso en contacto con el prestigioso penalista José María Garzón, que estableció una estrategia con varios procesos. El primero, por el sacrificio de Excalibur, no se admitió a trámite. Otro, contra el entonces consejero Javier Rodríguez, por atentar contra su derecho al honor (el caso ha pasado esta semana a manos del fiscal). Por último, el proceso más espinoso, el que la enfrentó a su médico de cabecera, que sostuvo que no le había informado del contacto con pacientes de ébola. Llegaron a un acuerdo y Romero admitió su culpa. En ese momento, se le vino el mundo encima.

La verdad es que todo eso le importa ya poco. «Al menos estoy viva», da gracias mientras continúa con su paseo por el pinar de Alcorcón. No hay mucha gente que haya sobrevivido al ébola, así que no se sabe cómo evolucionará. Tampoco si volverá a trabajar. Suspendió las oposiciones a auxiliar de enfermería a las que se había presentado el pasado 27 de septiembre, dos días después de recoger la habitación donde murió el misionero García Viejo. Cuando el ébola entró en su cuerpo.

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