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Gene posa con su perro en su casa de Villa Milagro. Abusó de la hija de su pareja.
El pueblo de los pederastas

El pueblo de los pederastas

Se llama Villa Milagro y está en Florida. Más de la mitad de sus habitantes abusaron de menores o cometieron delitos sexuales. Estos «leprosos de hoy en día» buscan aquí una segunda oportunidad

DANIEL VIDAL

Miércoles, 10 de junio 2015, 00:24

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El autobús escolar ya no pasa por Miracle Village (Villa Milagro). Solo hay una capilla y medio centenar de casas muy cuidadas con jardín aún más cuidado donde residen los 200 habitantes de este diminuto pueblo de Florida (Estados Unidos), en el condado de Palm Beach. No distaría mucho de los cientos de tranquilas poblaciones que rodean el Lago Okeechobee si no fuera porque más de la mitad de los vecinos están en libertad condicional. Todos ellos son sex offenders, como les cataloga el sistema judicial norteamericano. El pastor evangélico Dick Withrow creó en 2009 este «refugio» para acoger a quienes no pueden tener una vida normal «por sus antiguos pecados»: La mayoría por abusos a menores, pero también hay condenados por agresiones sexuales, exhibicionismo, posesión de pornografía infantil... El propio Withrow, que dedicó media vida a la rehabilitación de estos delincuentes, se refería a todos ellos como «leprosos de hoy en día». Hablaba desde la experiencia: con 18 años dejó embarazada a su esposa, que entonces tenía 14: «Si eso hubiera pasado en la sociedad actual, me hubieran caído 25 años de prisión y hubiera quedado marcado como delincuente sexual».

A 300 metros de una escuela o guardería

  • una estricta ley

  • Florida es uno de los peores lugares para un pederasta. La ley Jimmy Rice, llamada así en honor al niño de 5 años que fue violado y asesinado en 1995 por Juan Carlos Chávez ejecutado mediante inyección letal en 2013, impide a los sex offenders acercarse a menos de 300 metros de una escuela, guardería o parque infantil. De hecho, algunas ciudades endurecieron esa medida y ampliaron la distancia hasta los 750 metros, incluyendo lugares como bibliotecas, piscinas o paradas de autobús. Esto impide a muchos de los exreclusos llevar una vida normal que, sin embargo, sí encuentran en Villa Milagro. Además, todos ellos pasan a engrosar un registro de pederastas.

  • Sin registro en España

  • Ese registro, sin embargo, está muy lejos de llevarse a cabo en España, donde las víctimas de estos delincuentes lo reclaman desde hace años.

  • 41.000

  • personas están catalogadas por el sistema judicial de Florida como sex offenders, gente que ha cometido algún tipo de delito sexual.

Algo parecido le pasó a Doug, uno de los vecinos de Villa Milagro, que vivía en una tienda de campaña en el bosque antes de recalar en esta comunidad. Tuvo relaciones sexuales con una menor de 15 años: «Conocí a una chica llamada Jade. Creía que tenía más de 21 años... Me arrestaron por hacerlo con una chica de 15 años». Doug, como Richard, Ben o Matt, llevan una aparatosa pulsera electrónica en el tobillo, pero en teoría son libres. Sin embargo, viven rodeados por un mar de barrotes verdes, cientos de miles de hectáreas de larguísimos tallos de caña de azúcar entre los que cuesta encontrar este terreno aislado del resto del mundo. De hecho, no hay ninguna indicación en la carretera Muck City Road, la única vía que conduce a este poblado, que permita dar con Miracle Village. Solo hay una entrada, Pelican Lane, y es fácil pasársela. Aunque la mayoría de los miembros de esta comunidad se la conocen como la palma de su mano. Es su conexión con el mundo real, con la sociedad de la que son apartados por la ley del estado de Florida, una de las más estrictas en este sentido y denominada Jimmy Rice en honor de un niño de 5 años violado y asesinado en 1995. Tras cumplir la condena, a los sex offenders se les impide vivir a menos de 300 metros de una escuela, una guardería o un parque. Algunas ciudades, de hecho, endurecieron las medidas y ampliaron esa distancia hasta los 750 metros, incluyendo lugares como piscinas, paradas de autobús o bibliotecas. Por supuesto, todos ellos pasan a un registro y sus nuevos vecinos saben de sobra quién es el nuevo inquilino, que no tarda en convertirse en un apestado.

«El mismo nombre»

En Villa Milagro, sin embargo, «no hay juicios, porque todos los que vivimos aquí tenemos el mismo nombre». Con esta cita bíblica de San Pablo empieza el libro, trufado de imágenes y con el mismo título que el nombre del pueblo, que la fotógrafa de origen argentino Sofia Valiente ha escrito sobre los habitantes de este territorio, un lugar donde se respira una rara mezcla de «algodón de azúcar y tabaco», como describe la propia Valiente. Convivió con los pederastas y los agresores sexuales que se concentran en estas ocho calles durante más de tres meses y al principio se imaginaba «lo peor». Su madre le decía que estaba loca. Después, empezó a entender «que había mucho más detrás de cada caso. Los vi como humanos que cometieron un error y sentí empatía».

También por Richard que cometió abusos sexuales contra tres menores: «Conocía bien a los niños... Me envié a mí mismo a prisión por hacer cosas estúpidas. Perdí mi familia, mi trabajo, mi hogar. Pasé 14 años entre rejas». Y por Ben, un hombre de tez blanquecina y aspecto extravagante que fue condenado por posesión de pornografía infantil. Aunque más bien se arrepiente de la manera en que le cazaron: «Un amigo se sentó en mi ordenador y vio archivos porno con menores de edad... Si mi ordenador hubiera tenido contraseña, no habría pasado nada de esto». Ninguno de los habitantes del pueblo, como sex offender, puede utilizar ordenador ni teléfono móvil. Y a las siete de la tarde hay toque de queda. Todos en casa. Una oficial de policía mujer se cerciora a diario de que todo esté en orden.

A pesar de las restricciones, los vecinos de este pequeño pueblecito se sienten seguros, lejos de miradas inquisitoriales. «Se sienten aceptados mutuamente», ilustra Valiente. Algunos de ellos realizan pequeños trabajos para la comunidad, arreglando jardines o calles, pero otros deben desplazarse a los pueblos cercanos para cumplir con sus obligaciones laborales. Un par de veces a la semana, la camioneta de la iglesia les acerca a los supermercados. Todo eso despierta el recelo de los vecinos. En Pahokee, una ciudad de poco más de 5.000 habitantes a tres kilómetros de Miracle Village, no hace demasiada gracia la presencia de los sex offenders. Y mucho menos, la creación de un «gueto» como el que, según algunos, se está generando en Villa Milagro. «Son mala gente, no sé por qué los han traído aquí», se queja Benjamin Pierre, un haitiano de pelo blanco. Kathy fue violada cuando era adolescente y no asocia el pueblo «con nada positivo. Quizá para sus habitantes pueda ser Villa Milagro, pero para mí es lo más parecido a Pesadilla en Elm Street». El alcalde de Pahokee, Colin Walkes, cree que «al principio había mucha oposición», pero que ahora la gente está empezando a aceptar a los nuevos vecinos. No es el caso de Robert Williams, un jamaicano que mastica el puro en la boca mientras se queja amargamente: «Es una vergüenza. A todos estos criminales les tratan muy bien. Les dan casa gratis, comida gratis... Todo gratis. Y a nosotros nos tienen viviendo así».

Por el contrario, los habitantes de Miracle Village que no están catalogados como sex offenders no tienen tantos reparos a la hora de convivir entre vecinos con semejante pasado judicial. Básicamente, porque son familiares. Semanalmente se reciben entre 20 y 30 solicitudes de ingreso, aunque no se aceptan aquellas de pedófilos catalogados como tal es decir, que solo se exciten sexualmente con niños o pacientes con problemas mentales. Eso sí, la mayoría de los vecinos con pulsera en el tobillo reciben tratamiento psicológico.

Como Matt un joven que cometió incesto con su hermano pequeño. Fue denunciado por su madre. Hoy, la puerta de su casa en Miracle Village está presidida por un gran letrero en el que puede leerse: «Vive, ríe, ama». Paul, un anciano de grandes gafas de pasta, fue condenado por abusar de tres niñas menores de 12 años. «Herí mentalmente a las tres niñas para el resto de sus vidas y también a mi familia y a mucha más gente». Gene también es mayor y se aprovechó de la hija de su pareja: «La besé en la parte superior de su vagina, lla se rió. Dos semanas después, me arrestaron».

Un caso especial es el de Rose, de 50 años, la única mujer registrada como sex offender en la comunidad. «Todos estos chicos me ven como una hermana», se define. Su testimonio, de ser cierto, es uno de los más desgarradores: «Me casé con un hombre que me pegaba. Se drogaba y bebía hasta que caía redondo. Me dijo que nunca dejaría que me quedara con mis hijos. Me detuvieron y me acusaron de abusar sexualmente de ellos. Mi marido y mi suegra testificaron contra mí y perdí el juicio. Espero que un día mis hijos quieran saber la verdad y vengan a buscarme». Tendrán que estar atentos en la carretera para no pasarse la salida y poder dar con el pueblo de los pederastas, esa pequeña aldea de los milagros en medio de la nada.

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