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FERMÍN ANGUITA
Viernes, 18 de julio 2014, 01:05
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Desde muy temprana hora de ayer, el 'Miguel Rubiño' esperaba reluciente y engalanado, desde la proa hasta la popa, para el cometido especial que tenía encomendado una vez que el sol se hundiese por poniente. Este navío motrileño fue el elegido para tener a bordo a la capitana de todos los pescadores de todos los puertos, la Virgen del Carmen.
Como manda la costumbre, cada año un barco diferente es elegido para que la Patrona del Varadero realice su ya ancestral paseo marítimo, desde el propio puerto hasta alcanzar el límite final de la playa de Poniente, costeando un litoral que anoche ardía, literalmente, bajo un ascua de fuegos artificiales.
Pero el recorrido en tierra dejaba estampas inolvidables a media tarde tanto en la propia salida, desde su templo parroquial y ante una plaza atestada de gente, como en las principales arterias de un barrio que volvió a aclamar a la venerada imagen con voces y piropos que solo a gente de este enclave es capaz de proferir desde la autenticidad del cariño. «La memoria va dejando en el olvido muchas cosas, y poca gente sabe que la primitiva ermita estuvo aquí.», decía Miguel Mansilla señalando una de las actuales fachadas de la calle Carrera del Mar, la arteria que atraviesa de sur a norte el barrio pesquero motrileño. Miguel, que hace ya sesenta largos años que convirtió El Varadero en su casa, no tenía ayer palabras para describir las emociones de una jornada que pone a la gente en la calle y la hace partícipe de su honda tradición.
Tanto derroche de emociones se escenificaba en las calles, mucho antes del embarque de la comitiva, que bajo las andas de la Virgen del Carmen se afanaban sudorosos hombres y mujeres entregados a un cometido sagrado para todos ellos; tan sagrado y comprometido como lo es para Francisco Domínguez, quien durante toda su vida ha comandado este barco humano cuajado de flores que con la caída de la noche se iba acercando a la Lonja Pesquera: «el mar es como un imán», decía un hombrecillo ya mayor, de piel muy morena, al que no era difícil descubrir su oficio y su pasión, la pesca.
Tal estaba el termómetro de las sensaciones, que ayer se desbordó la misma Lonja durante la misa matinal, con un puerto vestido de fiesta y sin que los cohetes parasen de sonar en toda la mañana.
Barrio engalanado
Los vecinos, como en otras épocas de mayor esplendor de un barrio que lucha por sobrevivir, habían limpiado fachadas y engalanado azoteas. Y como quiera que el factor humano lo mueve todo, un niño criado entre las artes de pesca y las casas sociales -entonces nuevas- de Marqués de Valterra (que conforman prácticamente todo el núcleo central de El Varadero), volvía un año más a su barrio para cumplir la promesa familiar de recibir a la Virgen con un mar de bengalas justo en el momento de su retorno al templo, ya en la medianoche. «He tenido que aplazar médicos y adelantar un viaje, pero yo este día tengo que estar aquí», decía aquel niño de entonces, Juan Maldonado. Eso sí, a la hora del embarque parece como si todo orden y concierto se desmoronase y se reproduce la paradoja de siempre: en tierra se resisten a despedirla y a bordo del barco los gritos y los '¡vivas!' eran ensordecedores y pronunciados con la ansiedad lógica de ver izado el trono -a esa hora ya profusamente iluminado- de la Estrella de los Mares.
No subió a bordo toda la amplísima comitiva procesional, ni tampoco los costaleros; hace tiempo que la normativa de la presencia de personas en las embarcaciones, aún en un día como este, es cumplida a rajatabla intentando evitar percances tanto en el propio puerto como en mar abierto, un mar que anoche lo mismo reflejaba estrellas que se ofrecía negro y tenebroso.
Un mar que para la gente del puerto de Motril ha simbolizado siempre la vida, la esperanza y también la muerte, pues ayer mismo el Carmen de tantas devociones se llevó consigo, en su paseo por las aguas de la Costa, un mensaje profundo en forma de oración para aquellos que desaparecieron sin más, para desolación de quienes quedaron en tierra.
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