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Un trabajo de mierda
opinión

Un trabajo de mierda

Te llaman para hacer una entrevista y te ponen a funcionar por la cara. Un ejemplo real para entender el cabreo de los que quieren trabajar y se siente ridiculizados.

José E. Cabrero

Miércoles, 9 de diciembre 2015, 15:32

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Disculpen, voy a usar tres tacos para hablar del empleo. Los creo justificados para entender el cabreo de los que quieren trabajar y se siente ridiculizados. Ya han leído el primero, quedan dos.

Ahora que parece que nos escuchan, hablemos de empleo. Lo que podría haber sido un excelente texto de Jardiel Poncela es, en realidad, un episodio conocido por todos aquellos que (sobre)vivimos en la era del precario. No, no es ficción. Insisto. Es la puta -sólo un taco más- realidad.

Juan entró en un céntrico edificio con aires egipcios del centro de Granada. Le llamaron para hacer una entrevista de trabajo en una "importante y reputada" empresa de marketing. Le pedían título universitario, buena presencia y "muchas ganas de trabajar". A cambio prometían "un salario que podría incrementarse hasta los 2.000 euros mensuales, por objetivos". A sus 26 años, Juan ha aprendido a valorar cualquier oportunidad como si fuera el último salvavidas del Titanic.

-Nos gusta mucho tu perfil, Juan. ¿Te gustaría trabajar con nosotros?

-Claro. ¿En qué consiste el trabajo?

-Necesitamos a alguien con labia, capaz de vender nuestro producto.

-Ajá.

-Si te lo montas bien podrías ganar 2.000 euros mensuales, ¿es ese un buen sueldo?

-Sí, claro.

-Perfecto. Tan solo necesitamos que pases una última prueba. ¿Te apuntas?

Y Juan, por supuesto, se apuntó. La prueba consistía en un día de ventas en terreno, a puerta fría, con el resto de candidatos al puesto de trabajo. El entrevistador les citó a las siete de la mañana en el centro de la ciudad. Allí, una furgoneta les recogió y les llevó a la última calle de un pueblo -considerablemente alejado- de Granada. Al llegar a destino, recibieron una carpeta y un "pequeño y sencillo" argumentario para poder vender el producto "con solvencia".

Ya está.

La furgoneta se fue y los ocho jóvenes, modernos protagonistas de 'Los Juegos del Hambre', salieron a cazar por las calles del pueblo. Todo muy sencillo: llamar a la puerta de cualquier vecino, intentar venderle el producto y, si lo conseguían, firmar un formulario de precontrato. Así, como el que no quiere la cosa, la furgoneta volvió diez horas más tarde. Diez. Les llevó de vuelta a la oficina y todos presentaron sus talentos ante el faraón.

Juan, que es un hacha, consiguió vender dos. Podría parecer un resultado pobre después de diez horas de trabajo, pero es que ninguno de sus compañeros consiguió igualarle. Algunos, incluso, se quedaron con el marcador a cero.

-Enhorabuena, Juan, has hecho un trabajo formidable.

-Muchas gracias.

-Esto supondría unos beneficios para ti de 50 euros. 50 por un único día de trabajo. No está mal, ¿eh?

-¿Y todos los días serían así?

-Sí, ¿fácil, no?

-¿Fácil?

-Si hoy has conseguido dos, imagina cuando tengas un poco más de experiencia. Te irá genial.

-No, perdone, creo que esto no me interesa. Gracias por la oportunidad.

-De nada. Lo entiendo. Una pena.

-¿Y lo de hoy?

-¿Lo de hoy?

-Los 50 euros, digo, ¿cómo los cobro?

-No, ese dinero no se cobra. Era una prueba.

-¿Si aceptase el trabajo sí lo cobraría?

-No, tampoco, hoy era una prueba. Para ti y para todos tus compañeros.

Ahí lo tienen. Un gilipollas -y tres- de libro que ejemplifica a las mil maravillas el terreno de juego al que nos enfrentamos los jóvenes cuando salimos a buscar un trabajo. De lo que sea. Porque queremos trabajar. Pero no. Así no. Esto es un ridículo humillante que ningún político debería permitir.

Ya, ya imagino que ningún político defiende este 'sistema laboral'. Pero qué fácil es encontrar este tipo de ofertas de trabajo. Hagan la prueba.

Es un trabajo de mierda (este no cuenta, que es repetido). Un apelativo que sirve para describir al trabajo y al empleador.

Miserables.

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