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«Hooligans go home»

«Hooligans go home»

Magaluf ataca el ‘turismo de borrachera’: multa el ‘balconing’ con 1.500 euros, prohíbe beber en la calle y ‘ficha’ a policías ingleses. Este año ya han llegado 8.000 jóvenes británicos menos

daniel vidal

Jueves, 20 de agosto 2015, 00:31

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En el hospital de Son Espases, en Mallorca, no sabían qué demonios se había metido aquel guiri imberbe que llegó a Urgencias a mediados de julio con hipertermia, arritmia, convulsiones y la cara completamente desencajada por su paranoia, que le llevó a introducirse un palo en la nariz creyendo que tenía insectos dentro. El chaval, un británico de unos 20 años, sobrevivió por los pelos a la flakka, una droga de efectos devastadores que compró en Magaluf (Calviá, Mallorca), creyendo que era éxtasis, y que aparece por primera vez en España (al menos en los medios de comunicación) tras cobrarse centenares de vidas en Estados Unidos. La flakka es el nuevo ingrediente de un peligroso cóctel que mezcla balconing, excursiones etílicas (pub crawling), sexo como gancho comercial y quién sabe si hasta el mamading, como se bautizó a aquella aberración que dio la vuelta al mundo el año pasado vía YouTube: un vídeo mostraba a una turista irlandesa de 18 años que practicaba 24 felaciones exprés en un bar de Punta Ballena, epicentro del desenfreno de Magaluf. Una calle de apenas 500 metros que sigue oliendo a vomitona a pesar de que Calviá, uno de los destinos vacacionales preferidos por los jóvenes del norte de Gran Bretaña (una semana todo incluido por 400 euros), quiere seguir los pasos de otras localidades costeras españolas y desprenderse del sambenito que se ganó hace tiempo como una de las mecas del llamado turismo de borrachera.

Para ello, el Ayuntamiento endureció el pasado mes de junio la normativa relacionada con el ocio nocturno, que ya estaba vigente desde 2014. Ahora solo permite una ruta etílica por día y empresa y el número máximo de participantes se reduce de 50 a 20. Se prohíbe expresamente consumir alcohol en grupo «generando ruidos y molestias, en especial entre las 22.00 y las 8.00 horas, y también la venta y distribución de bebidas alcohólicas desde la medianoche hasta las ocho de la mañana». Además, el balconing se considera «falta grave» y acarrea multas de 750 a 1.500 euros, igual que orinar o defecar en la vía pública.

Pero no parece que todas estas medidas contra el desmadre estén surtiendo efecto. Al menos, de forma inmediata. Los hijos más jóvenes de la Gran Bretaña, además, no se interesan lo más mínimo por los artículos del reglamento. Más bien al contrario: «No me importa que me multen. Para preocuparme por beber en la calle me quedo en mi país», observa una turista preguntada por un reportero. Precisamente, el día que se estrenaba la nueva ordenanza, una joven británica de 20 años se precipitaba desde el balcón de su hotel de Magaluf. Se salvó de milagro. Además, varios locales siguen ofreciendo barra libre de alcohol durante una hora por solo 5 euros solo hay que imaginarse la calidad de los combinados... y la resaca.

«Yo no he notado ningún cambio», sentencia Isabel Grech, enfermera del 061 en Calviá y con varios años de experiencia a sus espaldas. Ella no atendió al joven intoxicado por flakka, pero ha tenido un mes de julio de aúpa. «Hay borracheras, peleas, te vapulean la ambulancia, tuvimos que atender un incendio en unos apartamentos... ¡Lo habitual!», ilustra.

Borrachos no, familias sí

El hostelero almeriense José de Dios, que tiene un restaurante y una cafetería en la zona más conflictiva del municipio, ha sufrido esta «devastación» en persona. Indignado se queda corto para definir su estado de ánimo al otro lado del teléfono. «¡La semana pasada me prendieron fuego a la terraza! ¿Que hay menos y se comportan mejor? ¡Mentira, hombre!».

Se refiere José de Dios a las estadísticas facilitadas este mes por la Asociación de hoteleros de Palmanova-Magaluf (que concentra el mayor porcentaje de camas disponibles en Calviá). Según sus datos, la ocupación ha bajado este año alrededor del 4%, lastrada por el notable descenso del turismo joven: han llegado 8.000 chavales menos que el año pasado en los primeros meses de la temporada alta. Los turistas británicos siguen siendo mayoría, en torno al 54% del total, pero antes eran el 60% de los visitantes.

Sebastián Dauder, presidente de la asociación, interpreta que esta caída de la ocupación es producto de los últimos coletazos del «viejo Magaluf», aunque «todavía sigue el estigma de la mala reputación», reconoce. Desde hace unos veranos los hoteleros apuestan de forma decidida «por un cliente de más nivel» para, de paso, «espantar a los hooligans». Y algún fruto está dando su empeño porque este año hay un 3,2% más de familias en los hoteles de Magaluf.

El sector hotelero, que en los últimos meses ha invertido mucho dinero mejorando sus instalaciones y sigue apostando claramente por esta zona, aplaude la mano dura: «Algo está cambiando», se felicitan. Además, hay un 23% más de agentes de Policía y Guardia Civil destinados a las áreas más problemáticas. Aunque nunca llueve a gusto de todos y no son pocos los empresarios que se han quejado del excesivo celo institucional en la aplicación de la normativa de ruidos, por ejemplo. «Dejan las terrazas vacías a las doce de la noche», protesta un hostelero de Magaluf, que se plantea echar la persiana definitivamente ante «tantos problemas».

A los agentes nacionales se suman carabinieri italianos, gendarmes franceses y varios agentes de la Polizei alemana que, según la delegada del Gobierno en Baleares, Teresa Palmer, «ayudan a los turistas a sentirse más arropados ante cualquier dificultad y son un incentivo para evitar que sus compatriotas se salten las normas».

Este año, por primera vez, y gracias a un acuerdo entre el gobierno balear y el británico, dos bobbies ingleses también han patrullado por las calles de Calviá para sorpresa de muchos... y escepticismo de otros. Sobre todo, desde que se supo que los agentes Anderson y Williams solo pisarían la zona caliente de Punta Ballena por la mañana, cuando los participantes en las excursiones etílicas están durmiendo la mona. Su turno acaba a las diez de la noche, precisamente cuando empiezan los problemas. «Es un paripé», protesta José de Dios. Y en las redes sociales los vecinos tampoco han aplaudido la medida: «¡Esto es peor que ridículo, es seguir haciéndole el juego al turismo de borrachera!». Incluso el rotativo británico Daily Star criticaba el desplazamiento de los dos bobbies a Baleares «cuando aquí no dan abasto contra los robos».

Lloret, Salou, Ibiza...

A final de mes, Anderson y Williams volverán a combatir el crimen en su país. Pero antes, esta semana, patrullarán por las calles de otro centro neurálgico del desenfreno guiri en nuestro país: Ibiza. Las autoridades de la isla tampoco quieren saber nada del turismo low cost que deja hordas de jóvenes borrachos y hace unos meses denegaron a la cadena de televisión MTV el permiso para rodar Ibiza Shore, la segunda parte de Gandía Shore. Nada de exhibir por la tele el desenfreno sexual regado con alcohol que puso a la localidad valenciana en la picota y que hizo que los vecinos de Gandía se llevaran las manos a la cabeza por la nefasta imagen que se proyectaba del municipio... y que aún les dura a pesar de las campañas municipales.

Que se lo digan también a los vecinos de Lloret de Mar, que desde hace años aplica duras normas antiborrachera en pos de un turismo familiar que se sigue mezclando con algún que otro joven en coma etílico y en pelota picada. Incluso Barcelona se levantó en pie de guerra el año pasado contra los desmanes de los jóvenes extranjeros y la alcaldesa Ada Colau ha puesto coto a los apartamentos turísticos de Ciutat Vella.

¿Es suficiente para dar jaque mate a este turismo súper low cost? La respuesta va por barrios. En Magaluf, por ejemplo, hay menos hooligans, menos casos de balconing, más puestos de trabajo y menos robos, defiende la asociación de hoteleros y la Delegación del Gobierno. Para la enfermera Isabel Grech, «esto solo puede cambiar a la larga».

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