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Serafín Castellano, delegado del Gobierno en la Comunidad Valenciana.
Un lobo de mar que se tambalea

Un lobo de mar que se tambalea

Serafín Castellano creció de la mano de Zaplana, se consolidó con Camps y alcanzó la cumbre con Alberto Fabra

HÉCTOR ESTEBAN

Viernes, 29 de mayo 2015, 11:14

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Serafín Castellano, actualmente delegado del Gobierno en la Comunidad Valenciana, ha sido detenido por un presunto delito de malversación durante su época de conseller de Gobernación entre 2007 y 2014.

Castellano Gómez (Benissanó, 2 de agosto de 1964), abogado, casado y con dos hijas, empezó como aprendiz, pasó a fontanero y promocionó para capataz en el partido y en el Consell. Y flotó allá por donde navegó. En 2011, a los 47 años, tras tocar todos los palos de la ferretería popular, llegó al cargo de secretario general del PP de la mano de Alberto Fabra

Castellano despierta simpatías y antipatías a partes iguales. Hay cargos que no lo pueden ni ver. Y si no que se lo pregunten a Alfonso Rus, que, como se suele decir, fuma en pipa. El de Xàtiva ha visto cómo el presidente ha puesto por encima de su cabeza a su mayor enemigo. A Fabra, los consejos, órdagos, advertencias o como se quieran llamar le han dado igual. Desde el congreso de Sevilla de 2012, con la inclusión de Susana Camarero en la dirección nacional, se intuía que en Valencia la batalla la tenía ganada, "lógicamente", Castellano.

El delegado del Gobierno en la Comunidad se afilió en 1988. Empezó en la base, como vicepresidente provincial de los cachorros de Nuevas Generaciones. A partir de ahí se curtió en la política municipal como alcalde de Benissanó (de 1991 a 1999) y sacó cabeza en cargos como la presidencia de la Federación Valenciana de Municipios y Provincias. Desde 1991, y de manera ininterrumpida, tiene carné de diputado en la cartera. En el partido creció como coordinador, vicesecretario y presidente provincial.

Castellano, tras conquistar la alcaldía de su localidad en 1991, fue de los que forjó el triunfo autonómico del PP de Zaplana en 1995. Juró lealtad al líder y su dedicación se premió con el puesto de consejero de Justicia en 1999 en sustitución de Carlos González Cepeda. De ahí pasó a la cartera de Sanidad hasta el final de la legislatura.

En 2003, en aquella transición tutelada (en sus inicios) de Zaplana a Camps, el cartagenero colocó como portavoz en Las Cortes a Serafín Castellano para controlar al grupo. Camps quiso volar solo. Castellano, que enredó con la fusión Bancaja-CAM y que cocinó el plante de diputados al presidente en Las Cortes con cantos de sirena de moción de censura a Camps, saltó la verja, se tiró a la piscina y, como siempre, flotó en medio de la tempestad.

Su presidente, que ya era Camps, lo convirtió en hombre de Estado al encargarle la reforma del Estatuto valenciano. Lideró la negociación y supo llevar a los socialistas, con Ignasi Pla al frente, al terreno de ser los primeros en presentar en Madrid la modificación de la Carta Magna. La guinda con la que embelesó a Camps fue la recuperación del derecho foral valenciano, que le abrió las puertas otra vez del Gobierno de la Generalitat.

Si en la primera legislatura de Camps fue el Estatuto de Autonomía, en la segunda fue la pleitesía del presidente de Unión Valenciana, José Manuel Miralles, al proyecto del PP la que le blindó. Una promesa de cargo público en la consejería de Gobernación fue el pacto para que los valencianistas no se presentaran a las autonómicas. El regionalismo quedó neutralizado. En el nuevo consejo de Camps sólo repitieron tres consejeros: Sánchez de León, Maritina Hernández y... Serafín Castellano.

El castigo electoral que sufrió el PP valenciano en las elecciones europeas del año pasado. La responsabilidad del varapalo recayó sobre sus espaldas y tuvo que dejar la secretaría general en junio de 2014. Además, abandonó el Consell para ser nombrado delegado del Gobierno en la Comunidad.

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