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ALFREDO YBARRA
Jueves, 1 de diciembre 2016, 00:52
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Asoma Arjona orgullosamente elevada sobre lomas de bruñidos sedimentos históricos. Desde aquí pueden otearse los hitos geográficos más significativos de la provincia de Jaén. Enclavada en el corazón de la campiña jienense, su porte es de escenario enhiesto y solemne, y así lo sienten sus moradores, partícipes de su histórico linaje. Adentrarse en Arjona es sentir vivamente una sensación enaltecida que se hace seña identitaria de los arjoneros. Estamos ante un pueblo que cuida y abona su estirpe cultural como un modo de entender su presente, siendo bastidor para tejer su futuro. Arjona tiene siempre encendido un hachón para distinguir con certidumbre su historia y así, conocerla y difundirla. Es, frente a otros lugares demasiado olvidadizos, un pueblo con suficiente clarividencia para saber que su herencia cultural es posiblemente uno de los grandes pilares donde asentar su desarrollo. Lo sabe su Ayuntamiento, y por eso ahí labra, con tino. Se palpa nada más salvar la última costanilla que da acceso a la atalaya donde Arjona campea.
Y es que tenía una deuda pendiente con este lugar y con los buenos amigos que tengo en él. Se trata de una deuda no categórica en cuanto a fin o plazo. Es algo más evanescente, emocional. Y es que ya hace muchos años, con mi padre, nos acercábamos bastantes mañanas de domingo en aquel 'seilla' que era la nueva panacea, a este promontorio nazarí, y disfrutábamos paseando, hurgando, por sus empinadas calles, y en sus ribetes arquitectónicos, blancos y rojos. Luego nos tomábamos un aperitivo en la plaza o en el bar del parque, no sin antes pasar por el establecimiento de su buen amigo Antonio Campos para llevarnos unos milhojas y unos dulces de mantequilla, bizcocho calado, y almendra, que siempre han sido agua bendita en mi casa. Con el tiempo me propuse no dejar esas visitas a Arjona, siempre saludables, siempre efusivas. Sin embargo ahora había pasado demasiado tiempo sin hacer este recado. Y por eso he querido cumplimentarlo, y he vuelto a sentir en Arjona, como dice su egregio hijo Juan Eslava «la medida del mundo». Sí, en Arjona, cuando te adentras en ella con la mirada interior despierta, un oboe de luciérnagas entreabre las venas de muchos universos que agavillan la historia.
Tenía, además un estímulo que era más un ariete que golpeaba mi puerta de dentro. Mi fraterno Manuel López Pérez, escultor de recia trayectoria, junto al reconocido maestro de la forja artística Fernando Bejarano, a los que guardo en la íntima nómina de la inequívoca amistad, habían realizado un monumento escultórico para Arjona que se inauguraba a finales del pasado agosto.
Ya antes ambos habían dejado allí otros trabajos, como es el caso de la escultura, sobre la rotonda que da acceso al pueblo desde Porcuna y Andújar, realizada con piezas de chapa de hierro soldadas, que reproduce uno de los relieves ibéricos de la Caja de los Guerreros, encontrada en el paraje de Piquía en el otoño de 2009. En esta ocasión se trata del Monumento al Hermano Abanderado de los Santos. Representa esta figura al Hermano de los Santos, portador de la bandera, que en el día de la festividad de los Santos Patronos de Arjona, San Bonoso y San Maximiano, 'echa' la bandera como símbolo de la protección que se pide para el año a los santos. Bonoso y Maximiano, son para los arjoneros uno de los símbolos más emblemáticos de su filiación personal y colectiva. La obra ha sido realizada por encargo del Ayuntamiento local y con el especial empeño del Alcalde, Juan Latorre, concienciado alentador del valor identitario arjonero. Así mismo se ha contado con el consenso de la Hermandad de los Santos y de la mayoría de la población. El resultado en el entorno de esa alta plaza donde siempre luce el alma arjonera en el candil del tiempo, no podía ser mejor y más límpido.
La escultura
Pieza exenta de hierro, con soldadura, en su color sobre peana de piedra de Porcuna que alberga una cartela con el escudo de Arjona y una composición con los atributos de la Hermandad de los patronos arjoneros, y una romana, que le confiere un atractivo especial, aludiendo al egregio arjonero de adopción Manuel Álvarez Tendero cuando escribió: «gentes que miden su fe como nadie la ha tasado, dándole su peso en trigo a Bonoso y Maximiano» haciendo mención a que en tiempos pasados, cuando alguien solicitaba que le echaran la bandera por encima, se ofrecía como donativo el valor aproximado de su peso en trigo, teniendo en cuenta que el uso de la moneda no estaba extendido. Mide la peana 1,80 metros y la escultura se alza hasta los 3,50 metros, hasta el pico de la bandera. Los miembros de la hermandad van ataviados con chaqué, camisa blanca, corbata roja y un peculiar sombrero de dos picos, y ellos son los encargados de 'echar la bandera', acto que también se hace a las urnas de los santos mártires como acto que simboliza la protección de los arjoneros durante todo el año. La escultura trata de desglosar la austeridad y elegancia del hermano abanderado dimanando en su expresión venerable la gracia que ostenta de rociar la bendición que el blasón otorga. La Fiestasantos como así es llamada la fiesta y procesión de los Santos de Arjona, es una solemnidad que se distingue por todo su contexto y guión de cualquier otra celebración de la provincia.
Un entorno armónico
La obra se ubica en la Plaza de Santa María, antigua plaza de armas del alcázar de Arjona. Me gusta perder las horas allí, arriba, en la plaza, una pequeña Signoria florentina, enclave que mantiene una pureza de primigenias evocaciones. En ella se alza una cruz de hierro procedente del siglo XVII, y, que el autor refleja en la escultura utilizando el mismo cromatismo y materiales de forja y piedra, al igual que de otros elementos mobiliarios del entorno. La integración de la obra en la plaza es perfecta tanto en la escala como en su disposición, materiales y color. Eso, sí, la escultura es plenamente representativa de lo que Manuel López destila en sus concepciones artísticas. La pose y elegancia del abanderado y el tratamiento novedoso de la confección férrea, confieren a la obra y su conjunto un carácter muy singular y acertado para el espacio arquitectónico y urbano que la envuelve.
Contemplando esta escultura sin remisión he sentido una conexión medular con el lenguaje del artista Julio González, gran impulsor que fue de la escultura en hierro. Y sin embargo he palpado la naturaleza abisal y rotunda que destila la escultura de Manuel López, tan acrisolada por su solvencia artística, y a la par dialogante, cadenciosa y cautivadora en su desarrollo. Vasta en sus sugerencias. Así mismo se perfila con una frescura técnica y depurada que sólo el trabajo personalísimo, mineral, de Fernando Bejarano, puede lograr.
Con el monumento al Hermano Abanderado de los Santos, Arjona cuenta con un tallo erguido a la corola de su océano.
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