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Emotivo acto de homenaje a Consuelo Martínez.
Centenaria y con 150 descendientes

Centenaria y con 150 descendientes

Al acto asistieron sus seis hijos, además de gran parte de sus 36 nietos, 25 bisnietos y 16 tataranietos

JOSÉ ANTONIO GARCÍA-MÁRQUEZ

Lunes, 29 de septiembre 2014, 01:48

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Vino al mundo el año en el que en Ciudad de México nacía el escritor Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura, mientras que en la Conchinchina lo hacía la escritora francesa y directora de cine, Marguerite Duras. Aquel 1914 el imperio austrohúngaro declaraba la guerra a Rusia y empezaba la devastadora I Guerra Mundial.

Se llama Consuelo Martínez Martínez y acaba de cumplir cien años, hazaña que le ha servido para recibir el homenaje de su familia y del Ayuntamiento de Quesada. Entrañable acto desarrollado en un restaurante a pie del Santuario de Tiscar al que acudieron sus 6 hijos (otros 4 han muerto), además de gran parte de sus 36 nietos, 25 bisnietos, 16 tataranietos y tantos otros familiares directos, porque a Josefa se le contabiliza la friolera de 150 descendientes. También estuvo el diputado provincial José Castro y el alcalde de Quesada, Manuel Vallejo, que le entregó un ramo de flores y hasta se permitió bailar con su centenaria pareja una jotilla de la tierra. Josefa no sólo asumió el reto con gracia sino que al compás de la danza cantaba aquello de «esta es la jotilla nueva / que ha venido de Madrid, / de Madrid a Linares / y de Linares aquí».

Una pastilla para la circulación y media para el azúcar son sus fármacos habituales. Consuelo desconoce lo qué son calmantes para el reuma, dormidinas para el sueño, vacunas contra la gripe. Acaba de cumplir cien años y no sabe lo que es una aspirina. Dura de oído, mirada vivaracha, ágil en el verbo, lucidez a intervalos y vitalidad insultante, doña Consuelo goza de una salud que ni siquiera condiciona la fractura de fémur sufrida hace 8 años. Se recuperó bien, así que aquí paz y mañana gloria.

Viuda de Francisco Sáez Moreno, también longevo que murió a los 94, su marido fue un agricultor propietario de 28 hectáreas de tierra que dieron para no pasar penuria. Alternaban la vida en una casa de la aldea de Don Pedro y en una cueva en la dehesa quesadeña en la que Consuelo tenía un horno para amasar el pan. Tuvieron 10 vástagos, pero 4 de ellos murieron, hechos luctuosos que Josefa y su hija mayor María Ramona (82 años) recuerdan como los más tristes de sus vidas: «Uno murió con 2 años, otro con 4, un tercero el mismo día que ETA se llevó a Carrero Blanco, mientras que a la cuarta, que era la pequeña, la mató el propio marido aprovechando que dormía».

Atendida por sus hijos, que rotan en el cuidado de la madre, Josefa come de todo, aunque si le dan a elegir se queda con las migas, las gachas, los tallarines y el turrón de almendra. Y mientras evoca la figura de los maquis que lucharon en la provincia contra la represión durante la posguerra, comenta que a nadie le puede extrañar que haya alcanzado los cien, porque en Don Pedro se lleva una vida tan sana y natural que en el escaso centenar de vecinos de la aldea son varios los nonagenarios a punto de entrar en el selecto club de los cien.

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