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Noviembre y sus metáforas

Carrera ·

Alfredo Ybarra

Miércoles, 1 de noviembre 2017, 00:14

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Nos llega noviembre aún sin el vaho en los cristales fronterizos. Pero el calendario es inexorable y el nuevo mes nos induce, mientras llega la inapelable cita, a asomarnos al borde de la vida. Noviembre nos empuja a hacerle un guiño, que no llega a ser franco, a la muerte, a través de símbolos, mitos, recuerdos y de aquellos que se nos marcharon definitivamente. Una tradición mariana hizo del mes de mayo el mes de las flores, en general, y de noviembre el mes de los crisantemos, el de los difuntos. Pablo Neruda en su libro España en el corazón escribe en homenaje a las brigadas internacionales:"Y la muerte española, más ácida y aguda que otras muertes,/ llenaba los campos, hasta entonces honrados por el trigo". Nuestra sociedad, en vez de naturalizar la relación con la muerte intenta restarle visibilidad, se trata de evitar a las sociedades bien instaladas en el éxito y el acomodo mental la contemplación del último viaje, de ese salto al vacío en que hemos convertido el morirnos. “La verdad de las cosas finitas —escribió Hegel— es su final”. Y Eugenio Trías, filósofo estudioso de Hegel, piensa la muerte como “el inicio del más arriesgado, inquietante y sorprendente de todos los viajes”. Y ya puestos a citar William Ross Wallace escribió que “Todo hombre muere. No todo hombre vive”. Acaso, si tuviéramos más presente la muerte, como una condición inherente a nuestra vida, si aprendiéramos de ella, aprenderíamos a vivir mejor.

Noviembre es un mes, sí, de simbologías místicas, y de melancolía, también de penas y dolores, que muchos si supiéramos remover la cazuela con la receta justa, se volverían como en parte sintió Rosa Montero al querer digerir, escribiendo, la muerte de su marido, el periodista Pablo Lizcano, como un bombón de licor en la boca. Y no puedo olvidar en este año del 75 aniversario de la muerte de Miguel Hernández los colosales versos de su Elegía: “Quiero escarbar la tierra con los dientes,/ quiero apartar la tierra parte a parte/ a dentelladas secas y calientes./ Quiero minar la tierra hasta encontrarte/ y besarte la noble calavera/ y desamordazarte y regresarte.” Nos aferramos a demasiadas cosas en el fondo vanas en un afán de llenar nuestro tiempo y no dejar un espacio para la reflexión, para los profundos razonamientos, para hacer esas cosas que siempre vamos aplazando: buscar a ese amigo y aclararnos definitivamente, darle ese abrazo apretado a quién tu sabes, acabar aquello que se quedó a medias y que era muy importante para tu hijo, ir a ese lugar donde sabes que se te van a agitar las entrañas contemplando sus sutiles vértices que sólo tu espíritu sabe apreciar, abrir esa carpeta de tantas simas y plenilunios. Cohen cuando ya sabía que tenía muy cerca la fecha de caducidad vital, nos dejó un delicioso disco póstumo (como Bowie) y señaló que la condición que más nos eleva es la que más nos aniquila. La cercanía de la muerte, o simplemente la idea de la misma, potencia el deseo vital. Sin embargo Ortega y Gasset se lamentaba de que ninguna cultura ha enseñado al hombre a ser “lo que constitutivamente es: mortal”. Es probablemente el más espinoso de los aprendizajes. Durante siglos las religiones y la filosofía han insistido en lograr que el ser humano se acerque al ars moriendi; pero el arte de morir siempre es una asignatura pendiente. Unamuno trató durante toda su vida de enseñarnos ese balcón que mira a la muerte y su existencia fue una meditación permanente de la muerte. “Hay que saber llorar” fue su último encargo ante la muerte. Elogió, con su habitual ímpetu, la fuerza de un miserere entonado en días de tribulación. Noviembre escénico con don Juan Tenorio. Noviembre de añoranzas y agradecimientos. Noviembre donde de algún modo nos surgen algunas preguntas profundas. Mientras intentaremos explicar lo inexplicable, o daremos explicaciones de fe. Tal vez ntentaremos aceptar serenamente el viaje, como Borges que anhelaba “morir enteramente”. Y es que en el fondo vamos, ligeros de equipaje ( es la pura verdad. Dice el papa Francisco que no ha visto ningún camión de mudanzas detrás de un coche fúnebre), sintiendo, sean las circunstancias que sean, de algún modo, un sueño, un espejismo, una metáfora, como Machado, que en el bolsillo de su abrigo llevaba ese verso final de su vida: “Estos días azules y este sol de infancia”.

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