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Manuel Molinos, a la izquierda, junto a Arturo Ruiz.
Más Grissom que Indiana Jones

Más Grissom que Indiana Jones

Manuel Molinos Molinos | Arqueólogo y director del instituto de Arqueología Ibérica

Miguel Ángel Contreras

Martes, 20 de diciembre 2016, 01:20

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Decía Agatha Christie que «el mejor marido que cualquier mujer puede tener es un arqueólogo: cuanto más vieja se ponga, más se interesará en ella». Manuel Molinos Molinos (Jaén, 1954) lo es. Arqueólogo (lo del mejor marido posible, bueno, quizás, admitiendo que no le «corresponde decirlo»). Uno además de reconocido prestigio nacional e internacional, real, alejado del tópico de Indiana Jones, apasionante pero de otro modo, sin látigo ni sombrero ni rocas gigantes rodando detrás de él empujadas por los acordes de John Williams. De hecho, no le gusta nada esa representación del aventurero 'Spielbergeriano', que «ayudó a crear una falsa imagen del arqueólogo como buscador de objetos de valor, descontextualizados y sin una valoración de la sociedad que los creó. De real solo tiene el nombre», lamenta. Teniendo en cuenta que, templo en el que entraba Indiana, templo que terminaba destrozado, casi mejor por el bien del patrimonio mundial.

¿Cómo es entonces? «El nuestro es un trabajo rutinario, lento, en el que, eso sí, pueden producirse hallazgos extraordiarios», apostilla Molinos. Por seguir en el imaginario colectivo resulta más cercano en el día a día al Grissom analista y hacedor 'de puzzles' para reconstruir lo sucedido de CSI que al doctor Jones, capaces en lugar de descifrar un asesinato de, en ocasiones, leer el lenguaje que los siglos han enterrado bajo la tierra. Es entonces cuando todo vale la pena sin necesidad de Santos Griales, ni nazis derrotados.

Iberos y jienenses, parecidos

El jienense, además, ha tenido «la suerte» de lograr «algunos descubrimientos espectaculares» en sus más de cuarenta años ya de arqueólogo. «Si de alguna cosa puedo presumir es de El Pajarillo de Huelma, el más extraordinario de en cuantos he podido trabajar. Nos contaba una historia muy importante de cómo eran los iberos», apunta el profesor del Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Íbera.

«Eran una cultura de un alto nivel, una sociedad mediterránea muy desarrollada, mucho mas de lo que la gente pueda creer. No eran una tribu salvaje. Miramos a los griegos como si fueran solo sobre los que se construyó la cultura occidental. A esa misma altura, con los etruscos, están lo iberos, que estuvieron entre el siglo VII a. C. y el cambio de era».

Hijo de sastre (escrito separado, era bueno, el segundo de cinco hermanos), la Historia gustaba a su padre como afición, lo que hizo que tuviera pronto acceso a libros varios y le picara el gusanillo. En Bachillerato apuntaba a ciencias experimentales, a químicas, pero en COU participó en actividades arqueológicas en Jaén y recordó (o afianzó) su pasión. Y eso que «casi no había nada entonces».

Un negocio rentable

Estudió Historia en Granada con especialidad en Historia Antigua (no existía Arqueología) y en 1975 inició su trabajo junto al que había sido su profesor, Arturo Ruiz. Una pareja bien avenida que ha durado hasta nuestros días y que se verán hoy más interesantes siguiendo la máxima de Christie. En noviembre le relevó como director del Instituto de Arqueología Ibérica. También ha logrado recientemente su cátedra en Arqueología, lo que para la comunidad ha sido casi un formalismo.

Antonio Rivas, su primer maestro en materia de Arqueología, le inculcó su visión anglosajona, histórica, que ha aplicado con celo durante estas cuatro décadas. En ellas Jaén se ha descubierto como tierra íbera (fue pionero de El Viaje de los Íberos que empezaron en la UJA, proyectado ahora por Diputación). «Cuando empezamos no había excavaciones en Puente Tablas por ejemplo y Cástulo estaba muy atrasado. Lo que hemos descubierto es asombro de propios y extraños. Esa herencia ha enriquecido nuestra forma de ser. Hoy el patrimonio ibero se conoce o por lo menos, quien más y quien menos, lo identifica con Jaén».

Entonces «solo existía la Dama de Elche». En la provincia, apenas un Cástulo embrionario. Hoy la historia ha cambiado. O se ha destapado, mejor dicho. Asentamientos como el oppidum de Puente Tablas, El Pajarillo de Huelma, la Cueva de la Lobera en Castellar, la necrópolis de Castellones de Ceal en Hinojares y otros dibujan otro panorama. Y por fin el nuevo año verá el museo Ibero.

Él ha sido uno de los adalides incansables de la Asociación Amigos de los Iberos que ha batallado hasta hacerlo posible. «Casi todo lo que se investiga en arqueología se puede convertir en riqueza para la sociedad. Genera patrimonio y se puede ganar mucho fundamentalmente con el turismo. Y también por el autoestima. Un pueblo que conoce su pasado se vuelve más culto y cooperativo. La historia nos hace mejores. Nos ayuda a comprender qué pasó, por qué y cuáles fueron los errores».

Las ruinas de la feria

Y funciona. Como ejemplo su libro 'Arqueólogos en la feria', de los noventa. Con estudiantes de la UJA se propuso investigar a lo CSI «qué había significado la feria de San Lucas, cuánta gente había pasado, por dónde, cómo se habían divertido. Si podíamos estudiar el pasado por qué no estudiar el presente».

Descubrieron en las ruinas de San Lucas desde una caseta con ilegalidades al abrir las puertas donde no debían, a bebidas alcohólicas consumidas en horario infantil por menores o cuentas erróneas.

«Somos capaces de estudiar hechos que pasaron durante días hace siglos, como la Batalla de Baécula en Santo Tomé en el siglo III». Servidor, de Bailén, carraspea, pero la respuesta es contundente. «Si algo tiene la arqueología es que es tozuda. Lo que hay es lo que hay», afirma taxativo. Mejor no plantar batalla.

Molinos ha participado además en alguna investigación en Italia, vinculadas con la II Guerra Púnica y visitado joyas arqueológicas en México («me impresionó por las dimensiones de aquellas culturas aztecas), Chile o el norte de África.

Admirador de Orson Welles y con varias lecturas de El Quijote en su haber, se define como «arqueólogo a tiempo completo y hortelano a parcial». Y es que se crió «en San Ildefonso, el barrio por excelencia de los hortelanos. Si me perdonas la osadía tengo los mejores tomates del término municipal de Jaén».

Tiene también tres hijas y una de ellas ha estudiado arqueología aunque está preparando oposiciones. «En paro, como tantos. La crisis nos ha afectado a todos pero especialmente a la juventud, nunca teníamos que haber permitido que pasara».

Como película se queda con Casablanca, como libro, El Halcón maltés, y como brújula de su vida, la honestidad. «En la arqueología es muy fácil ser deshonesto», además del trabajo en equipo, que es lo que ha hecho grande al Instituto de Jaén», recalca. En eso también hace aguas 'Indi'. Basta con recordar el desastre que fue su última película con su hijo.

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