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Miguel Ángel Contreras
Martes, 16 de agosto 2016, 00:04
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SI se quisiera, se podría comenzar este perfil con una retahíla de grandes citas extraídas de los medios, emulando las que publicitan una película o un espectáculo, ya saben, del tipo: «El film más divertido del año», The New York Times; «El mayor espectáculo del mundo», El Circo Today; o emulando al perfil que se ha hecho viral estos días de una aplicación para ligar, «El yerno que toda madre querría para su hija», Señoras que; «El espejo en el que me miro cada mañana», George Clooney; o «El mejor amante que he tenido nunca», Monica Bellucci. No tan extremas (ni íntimas), pero si uno bucea en lo que de él dicen medios y periodistas especializados, las alabanzas abundan. «Aunque no quiera arrogarse ningún protagonismo, el guitarrista jienense Pedro Rojas-Ogáyar está llamado a erigirse en una personalidad esencial en el panorama de la música contemporánea española». Así hablan de él, por ejemplo, en El correo de Andalucía. Sin jamones de por medio ni familiares en la redacción, que se sepa. Otros le comparan, ahí es nada, con Andrés Segovia. En Jaén, en cambio, su hogar, escasean los piropos y pocos conocen su destreza, más por falta de repercusión que por aquello de ser profeta en la tierra propia.
Rojas-Ogáyar (Torres, 1984) se vale de una guitarra clásica para ganarse la vida. Ni más ni menos. Como solista ha ofrecido recitales en ciudades de Alemania, Portugal y toda España, la música como verdadero esperanto, abarcando desde las obras del maestro Tárrega hasta nuestros días, pasando por Joaquín Rodrigo.
En cierto modo, es un rebelde dentro de su mundo. La imagen de arriba cerca de la funda de su guitarra, cual Antonio Banderas en Desperado, sirve de metáfora de su lado combativo, dispuesto a remover el interior de más de uno, aunque en su caso no literalmente. «Es un instrumento que está generando guetos, un modelo endogámico peligroso, con festivales sin apenas repercusión que solo interesan a guitarristas», lamenta. En el lado opuesto, su referente, el alemán Jürgen Ruck, «que trabaja con los más importantes compositores de vanguardia centroeuropeos».
Paco de Lucía o Segovia
Su principal arma es su disco 'Excepciones', con piezas que son las únicas composiciones para guitarra de sus autores, un paseo por el siglo XX y XXI, desde Falla a Carretero. «No soy compositor, soy intérprete, y dependo de lo que hagan Paco de Lucía y otros flamencos y los clásicos. Sigo con la labor de Segovia en busca de que la guitarra esté dentro del mundo de la composición como otros instrumentos», recalca, esquivando la comparación con él. «Me parece una locura, ese hombre era muy grande», apunta. En la web con su nombre pueden verse vídeos de su arte.
A su espalda cuenta con un cuarto de siglo de experiencia. Empezó a los seis años, cuando sus padres le apuntaron viendo su interés. A trompeta. Al cambiar de ciudad no existía la especialidad, así que como había una guitarra rulando en casa, «como pasa en todas las españolas, siempre hay un intento de aprender a tocarla», cambió. «Pero no es que mis padres me enseñaran. Mi bisabuelo sí tocaba, en el pueblo era muy conocido con otro compañero que tocaba el laúd», rememora Rojas.
En suelo jienense estudió en el Conservatorio Ramón Garay de la mano de Elia Arias, continuando su formación en Sevilla y en un triángulo entre Málaga, Madrid y Berlín, buscando a los profesores que le interesaban, Marco Socías, Pablo Sainz Villegas y Nora Buschmann.
La música hoy en Jaén
«Con Marco la experiencia fue casi mística, es pura música. Y Berlín me sirvió para darme cuenta de que para ser músico es necesario subirse a un avión. Si te quedas en tu ciudad, no haces nada», asegura, seguidor de lo aseverado por Luciano Pavarotti. «Aprender música leyendo teoría musical es como hacer el amor por correo». Hay que ver, tocar, viajar.
Se encuentra a la espera de presentar disco en Jaén, donde el panorama musical es poco halagüeño. «No me gusta ser pesimista, he intentado presentar el disco y cuesta horrores. Han desaparecido ciclos de guitarra, de jazz... Lo que pasa, más que en otras ciudades, es que los giros políticos implican también el cambio cultural. El de música clásica tenía quince años y desaparece. Ahora ocurre como en todos sitios por la crisis», subraya. Cuesta no recordar el Lagarto Rock y compañía, aunque el Jaén de piano salve el honor musical.
Pese a todo, tiene claro su deseo «de tocar en mi tierra, es lo más bonito que hay». Recientemente ha actuado en su pueblo, Torres, donde volverá a hacerlo pronto con un mayor aforo, y llenó el pasado año junto a la soprano Raquel Andueza el aula magna de la Universidad de Jaén.
Mientras, disfruta y hace disfrutar con la guitarra y la música en general. «Soy un melómano. Siempre estoy escuchando música, sobre todo contemporáneos», admite, sin entender su día a día de otro modo. «Sin música la vida sería un error», que aseveró Friedrich Nietzsche.
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