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Los toros de la Marquesa

JOSÉ ANTONIO GARCÍA-MÁRQUEZ

Sábado, 23 de julio 2016, 00:32

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La Marquesa, a pie de la carretera que une Linares con Vilches a través de la JA-6104, ya no tiene toros. Sus nuevos dueños han decidido llevarse el ganado bravo a Sevilla, así que quien transita por la carretera paralela a la inmensa hacienda de novecientas hectáreas, a diez minutos del casco urbano de Linares y a ocho de Vilches, se encuentra que tras el cercado a un lado y otro del trazado solo se puede contemplar la soledad inerme de las tierras, porque el toro en el hábitat natural de La Marquesa ha pasado a mejor vida.

Acostumbrado desde hace lustros a desviar la mirada hacia la finca para sumergirse fugazmente en la riqueza poética y vital de la raza bovina más antigua del mundo, al viajero se le hace difícil encontrar la dehesa vacía, sin toros bravos, sin mayoral ni vaqueros, ni ese personal que rodea su crianza.

Quien pasaba por La Marquesa aminoraba la velocidad para sentir el aliento de la manada tras el vallado de la finca. Desde añojos a enormes toros de lidia que se llevaban a las principales plazas de España, pasando por erales, utreros o cuatreños.

Reses bravas comiendo pasto o descansando a pie de encinas y robles. Adiós al bello animal que miraba en la distancia con la benévola superioridad del inocente. Es una estampa habitual en la comarca del Condado, que es rica en ganaderías y que tiene en el toro una de sus señas no solo en las fiestas populares sino también en el campo.

Sin entrar en el dramático final al que parece destinado este animal convertido en metáfora del país, en símbolo de tragedia, transitar por las inmediaciones de La Marquesa en la ausencia de esas manchas negras, ariscas, desconfiadas, de fuerte temperamento y trapío enérgico de las ganaderías de Torreherberos y Torrehandilla, es como ir a la Biblioteca Nacional para respirar la atmósfera de Cervantes, Clarín o Delibes y descubrir que no hay libros.

Y no es que este viajero sea defensor de la fiesta, que nunca he sido capaz de ver una corrida de toros, la sangre me impone y el dolor me espanta. Mi lamento va dirigido a la decepción que supone pasar por La Marquesa y ver que en esa finca la bella estampa del toro ha quedado soterrada en el sótano de la historia.

Una ausencia de la vida que hay que maquillar urgentemente aunque sea colocando la silueta del toro de Osborne. Y es que te puede gustar o disgustar una corrida de toros, pero el toro será siempre un símbolo cultural del país.

Hasta el poeta Miguel Hernández, muy vinculado a las tierras jienenses, recurrió al bravo animal cuando escribió aquello de «como el toro he nacido para el luto y el dolor», expresión con la que hacía era una llamaba a levantarse al toro de España frente a la cadena de la opresión.

En La Marquesa, no con la muerte, sí con la ausencia, se hacen realidad los versos de Rafael Morales, de la primera generación poética de la posguerra: «Doblarás tu cabeza, ya vencida, / tus nobles huesos quedarán desiertos / y en seca flor tu sangre convertida».

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