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«El origen del anticatalanismo hay que buscarlo en el siglo XV»

«El origen del anticatalanismo hay que buscarlo en el siglo XV»

José Ángel Marín, profesor de Derecho Constitucional de la UJA

MÓNICA LOPERA

Domingo, 8 de noviembre 2015, 01:13

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Son muy conocidas sus facetas como secretario general de la Fundación Cesáreo Rodríguez-Aguilera y como patrono de la Fundación Zabaleta, pero José Ángel Marín es también profesor titular de Derecho Constitucional de la Universidad de Jaén y como tal nos aporta su opinión sobre lo que está ocurriendo en Cataluña y el anticatalanismo creciente que hay en la sociedad.

Pregunta-¿Hasta dónde hay que remontarse para buscar una razón al anticatalanismo que cada vez parece extenderse más?

En este asunto se confunden varias cosas, que, por otra parte, están relacionadas entre sí, como son el anticanatalanimo o catalanofobia y el antiespañolismo. Son dos asuntos que van de la mano desde el siglo XIX, cuando empezaron a arraigar los nacionalismos en un sentido y en otro. Ahí empezaron a enfrentarse ambos y la raíz hay que buscarla en la intolerancia, es lo que subyace en el fondo de estas actitudes. No obstante, podríamos ir más atrás, hasta el siglo XV, en tiempos de Fernando El Católico, cuando éste se quedó como regente de Castilla tras la muerte de su esposa y la nobleza castellana le llamaba «el viejo catalanote» de forma despectiva.

Pero, ¿por qué esa rivalidad?

Es un planteamiento sobre un tema muy preocupante, que son tópicos que hacen rivalizar los territorios por razones poco empíricas, más bien míticas. No sé hasta qué punto se les puede dar pábulo científico a lo que argumentan. En realidad, es un juego de contrarios donde uno se necesita al otro para su propia subsistencia. Cuando Cataluña pertenecía a la corona de Aragón, desde Castilla ya se veía con recelos que un monarca de otros territorios reinara allí. Esto, en derecho político, se llama rivalidad territorial, es algo incontestable, siempre se da en espacios territoriales que son limítrofes o que se disputan territorios. Y para adquirir presencia de uno frente a otro se acude a esas abstracciones mitológicas que vienen tan bien para esos planteamientos incendiarios, planteamientos que hay que dosificar mucho para no verse arrastrado por ese juego de contrarios a una desembocadura nada deseable.

Dice que el antiespañolismo es lo mismo

Sí, es el mismo planteamiento y ambos son fruto del desconocimiento. Desde el 9 de noviembre del año pasado, que fue cuando se convocó en Cataluña el referéndum ilegal desde el punto de vista jurídico, se abrió un melón y de aquellos polvos, estos lodos. La clase política catalana es la que se está encargando, con su planteamiento reivindicativo y una gestión bastante incompetente de los asuntos de Cataluña, de alentar el fenómeno del anticatalanismo. Y no hay que confundir a la clase política catalana, que está en una deriva verdaderamente preocupante porque algunos de sus líderes quieren perpetuarse en el poder, con toda la sociedad catalana. Y claro, al sur del Ebro empezamos a mirar con mala cara a los catalanes, genera un rabia que es infundada, es propia de un victimismo aldeano, que cree en agravios comparativos y todo se basa en elementos difícilmente contrastables, no se puede demostrar científicamente nada.

Pero, ¿hay que defender ante todo la unidad de España?

Para mí eso de la unidad de España es un mito, es algo que viene de los Reyes Católicos. Cada territorio de nuestro país tiene realidades distintas y eso no se puede negar. Lo que pasa es que abanderar un tema del unitarismo tiene un cierto público fervoroso, pero una cosa es la unidad y otra la uniformidad, no hay ningún país en occidente que sea totalmente unitario, todos tienen fórmulas de descentralización del poder de una forma u otra.

¿Qué se puede hacer para remediar esta situación?

La solución pasa porque las dos posturas se relajen, si echamos gasolina al fuego al final terminaremos teniendo que apagar un incendio. Yo creo que es necesario un planteamiento jurídico, hay que recurrir de nuevo a la capacidad jurídica de pactar, de ponernos de acuerdo, lo que nos cualifica como hombres inteligentes. Hay que acabar con el radicalismo y eso pasa también por una labor pedagógica, la gente debe ser consciente de que así lo que hacemos es distanciarnos, hay que huir de los mitos de la unidad de España y de las esencias identitarias. No se puede rescatar al Cid Campeador ni ellos pueden echar manos de otras teorías identitarias que son indemostrables. Ambos son postulados de minorías radicales, que dan idea de la bajeza del planteamiento y que están haciendo su agosto entre grupos sociales que están insatisfechos o se consideran víctimas del sistema.

Cuerda muy tensada

Cómo experto en Derecho Constitucional, ¿qué cree usted que pasará finalmente?

Yo creo que se ha tensado la cuerda más de lo aconsejable porque se puede romper, si no se ha roto ya, lo que yo llamo lealtad constitucional y en ese caso algo grave puede pasar en el equilibrio político del país. Y a esto se llega por problemas de defecto de representatividad democrática que tiene nuestro sistema electoral y por la gestión incompetente de los propios gobernantes de Cataluña y España. En cualquier caso, como he podido comprobar hace tan sólo unos días cuando he estado en Barcelona, en la calle este tema no es tan latente, es más bien de las élites políticas, de las minorías gobernantes, de esta clase política que se ha instalado en las esferas del poder y que se retroalimenta con estos asuntos.

Pero no negará que existe cierto descontento entre muchos catalanes.

Sí, la situación de descontento existe, pero pienso que, aunque se haya tensado mucho la cuerda, se puede reconducir. Aunque en ello es fundamental la voluntad de querer acordar por ambas partes y hacer gestos de acercamiento, que son fundamentales. Y creo que hay que intentar eso y no amenazar con el artículo 155 de la Constitución, que es una solución muy pobre, porque se pensó para que nunca se pusiera en marcha. En el fondo del orden constitucional español late siempre el pacto, la capacidad de acordar.

Los británicos, con el problema de Escocia, fueron muy inteligentes, lo llevaron a términos económicos y al final, lo que está claro, es que la gente en definitiva quiere un cierto bienestar, que haya buenas carreteras, sanidad pública a la altura, servicios sociales, autovías, etc. También es cierto que en Reino Unido tienen una Constitución no escrita, que sí permite ese diálogo de tú a tú entre el Gobierno de Escocia y Londres, por ejemplo, y que haya cesiones no sujetas a criterio. Aquí en España se diseñó mal el sistema autonómico, como no se sabía qué hacer se tiró por la calle de en medio y se dejó mal cerrado y de aquel defectuoso sistema, también hay estas consecuencias. En España hay temas tabúes que no deberían serlo, como hablar de federación, incluso de confederación. Lo que interesa, ante todo, es hablar.

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