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Los niños que siempre dan más de lo que reciben

Los niños que siempre dan más de lo que reciben

Familias jienenses que acogen a saharauis cada verano relatan lo «maravilloso» de la experiencia

MÓNICA LOPERA

Miércoles, 29 de julio 2015, 00:48

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Ahora mismo, en pleno verano, el interior de las jaimas de los campamentos de Tinduf registra una temperatura aproximada de 55 grados centígrados. Y el calor extremo es quizás el mal menor que soporta la población saharaui que vive refugiada allí desde hace tantos años. Por eso cuando sus niños llegan por primera vez a España gracias al programa de 'Vacaciones en Paz' se quedan boquiabiertos cuando ven salir agua de un grifo, le dan a un interruptor y se enciende la luz o combaten el calor con un chapuzón en la piscina y con el aire acondicionado de la casa en las que los tienen acogidos. Para ellos es todo un descubrimiento, toda una experiencia poder disfrutar estos veranos tan distintos de los que siempre han vivido. Por eso cuando vienen un año están desando repetir al siguiente.

Pero, si ellos son felices, ni qué decir tiene lo que les aportan a quienes deciden acogerlos durante dos meses. Hemos hablado con tres familias jienenses que tienen experiencia en este sentido y todos coinciden en que la acogida es cien por cien recomendable, que no se puede explicar con palabras lo que se siente y que siempre reciben mucho más de lo que dan.

El acogimiento de niños saharauis, aseguran quienes lo practican, es algo que «engancha». Casi todos hemos oído hablar de las duras condiciones que tienen que soportar unos niños y sus familias, pero solo quien ha visitado 'in situ' los campamentos sabe realmente de lo que habla. Y, al menos en el caso de las familias jienenses, es algo prácticamente generalizado el hecho de que, tras recibir a un pequeño el primer año, la familia que lo ha acogido se interese por conocer de primera mano la situación en la que vive.

Por eso no son pocos los jienenses que, además de enviarle a lo largo de todo el año paquetes con ropa, comida y diversas cosas que necesitan, también deciden viajar al lugar para visitar a los pequeños, conocer a su familia y, de paso, ser testigos de la dura realidad a la que se enfrentan a diario. Eso, sumado a que los pequeños son la alegría de sus casas en verano, hace que siempre quieran repetir experiencia.

Carmen Gallardo, madre de acogida de Bazra y Mahnuda

«Acogí de forma permanente a Bazra para que pudiera ser operada de la vista»

Carmen Gallardo, de Los Villares, empezó a interesarse por los refugiados saharauis en 1997. Ese año ya se trajo a una niña a casa a pasar el verano y al siguiente tuvo a otra. Después, hubo un parón de dos años en que se suspendió el programa y en 1999 viajó a los campamentos de Tinduf para conocer en persona la situación que vivían allí los refugiados. A raíz de ahí, conoció la experiencia de unos amigos que se traían a niños con discapacidad y se interesó por ellos. Le hablaron de Bazra, una niña invidente que entonces tenía 10 años y decidió acogerla en su casa aquel verano.

Al principio, explica, ni qué decir tiene que fue difícil. «Le daba mucho miedo el agua, no había tenido estimulación ninguna, había estado siempre metida en una jaima, se asustaba del ruido de un coche o de alguien que hablara un poco alto», explica Carmen, que apunta que «hubo que tener un poco de paciencia al principio con ella porque había que entender su situación». Pero poco a poco, asegura, todo eso desapareció y Bazra consiguió integrarse a la perfección. «En realidad, salvo las primeras semanas, siempre ha sido muy fácil tratar con ella», dice su madre de acogida.

Tras aquel primer verano, la niña regresó a Tinduf y en diciembre Carmen viajó a los campamentos para verla, hablar con su familia e intentar convencerles de que la dejaran venir a Jaén de forma permanente para que pudiera ser operada de la vista. «Ella no iba a recuperar la visión, pero sí necesitaba una operación por estética, porque tenía una catarata externa», apunta Carmen, que explica que la madre le dio su consentimiento para que, cuando Bazra volviera al siguiente verano, ya se quedara aquí para ser operada. Y desde entonces vive con ella y con su marido en Los Villares. «Ella ha vuelto dos veces a los campamentos desde entonces, pero actualmente yo tengo una cédula de inscripción con ella, que renuevo anualmente y que me es concedida por las revisiones anuales a las que tiene que someterse la niña», señala Carmen Gallardo, que manifiesta que «aunque Bazra no puede ver, sí que ha recuperado un poquito de luz» y que su madre biológica ha renunciado a tenerla temporalmente «por tal de darle lo mejor».

Carmen recalca que hacerse cargo de la niña «ha sido muy fácil, con la preocupación lógica de pensar si lo estás haciendo bien, pero sin que haya dado ningún problema». Al contrario, dice, «compensa enormemente la satisfacción que tenemos toda la familia con ella», tanto su marido y ella como los dos hijos que tienen, aunque ya no vivan en casa.

Cinco años después, Bazra es una chica plenamente integrada en Los Villares. El primer año que pasó en España, estuvo en Sevilla en el colegio Luis Braille de la ONCE y volvía a su casa de Jaén los fines de semana. «Aprendió braille en 5 meses y luego ya siguió estudiando en el colegio de Los Villares», cuenta Carmen, que destaca que siempre ha sido una niña muy aplicada y que este año ha terminado sexto de Primaria con un 8,5 de nota media.

«Es una niña muy inteligente, que se desenvuelve muy bien por la casa y en el colegio, desde el primer día, todos los compañeros y los profesores se volcaron con ella, destaca Carmen Gallardo, que añade que «a Bazra nunca hay que preguntarle si tiene deberes o si tiene que estudiar porque es muy responsable».

Pero no acaba aquí lo que Carmen ha hecho por Bazra y su familia, cuya historia es, más complicada si cabe que la de cualquier otra familia de Tinduf. Y es que de las tres hermanas que tiene la niña, otras dos son también invidentes. La pequeña, Mahnuda, es la única que no lo es y la que ayuda a su madre con las otras dos en el día a día.

Y ahora Mahnuda también viene a pasar los veranos a Los Villares. «Es una niña graciosísima, muy responsable para los 12 años que tiene», señala Carmen, que subraya que las dos niñas solo se han dado satisfacciones y que, lógicamente, le da mucha pena cuando la pequeña se tiene que ir, «pero la satisfacción que nos aporta a mi marido, mis dos hijos y a mí no se cambia por nada», recalca.

Y es que, manifiesta Carmen Gallardo, todas las familias que acogen a estos niños coinciden en que «esta experiencia engancha y, además, los pequeños te dan mucha alegría». Tanta, que, asegura, es «lo más bonito» que ha hecho en la vida después de tener a sus hijos.

Gemma Calahorro, madre de acogida de Mohamed

«Lo peor llega cuando le preparo sus cosas la semana antes de irse»

Mohamed tiene 13 años y lleva cuatro veranos viniendo a casa de Gemma Calahorro, en Torredonjimeno. Ella, que tiene 25 años, vive con sus padres y con una hermana de 19 que tiene discapacidad y de la que también se ocupa. «Fue Alba, una amiga de la asociación, la que me habló del programa 'Vacaciones en Paz' y la que me animó a hacer algo en lo que siempre había pensado», señala esta tosiriana, que explica que el primer año le hablaron de un niño que ya había venido otras veces pero que ese verano no tenía familia de acogida. Era Mohamed. «Decidí acogerlo y, aunque sabía algo de español, el cambio de familia le supuso un poco de recelo, pero no tardó en adaptarse y ha sido genial», explica la joven.

Eso, a pesar de que la hermana a la que tiene que cuidar. «Ella necesita ayuda las 24 horas pero él siempre la ha tratado como si fuera su hermana, siempre se ha interesado mucho por saber lo que le pasa», explica Gemma, que señala que después de aquellos primeros días difíciles, ahora Mohamed «entra a la casa y se va a la que sabe que es su habitación, pone la tele, pide zumo y las cosas que le gustan y se va con cualquiera de la familia o los amigos, cuando al principio recelaba de todo el mundo».

Como para todos, para Gemma lo más duro del verano llega la semana de antes de la marcha de Mohamed, que es cuando empieza a prepararle todo lo que se va a llevar. «Cada niño puede llevar una caja de 30 kilos con comida, ropa para el invierno, algo de regalo. y él, cuando me ve preparar la caja, no quiere saber nada del tema», destaca Gemma, que subraya que aunque el chaval tiene ganas de ver a su familia, «en realidad no se quiere ir porque sabe que vuelve a lo mismo de siempre».

Y no solo es cuando se van cuando Gemma le manda cosas para él y para toda su familia. A lo largo del año también le envía varios paquetes y procura siempre hacer alguna visita a los campamentos. «He ido varias veces y lo cierto es que es muy grande el impacto que recibes al pisar aquella arena, es vivirlo más que te lo cuenten, no tiene nada que ver con nuestro día a día, no valoramos lo que tenemos», subraya.

Para Gemma, el poder disfrutar de Mohamed es toda una experiencia. «Yo creo que aprendemos los dos, a mí me ha servido para formarme mucho como persona y para que se me desarrolle el instinto maternal», apunta esta joven que sueña con poder traerse a Mohamed a Torredonjimeno de forma permanente para que pueda estudiar aquí.

«El verano pasado pensábamos que sería el último que vendría y al final ha venido este también, pero a partir de los 16 años no tienen ya formación en los campamentos y me gustaría que siguiera estudiando aquí, es algo que le quiero plantear a su familia y que también tengo que ver como costeo yo», dice Gemma, que estudia un grado de Administración de Empresas y que también trabaja como camarera para poder sacarse un dinero aunque siga viviendo con sus padres.

María del Mar Quesada, madre de acogida de Ali

«Sus ojos, grandes y abiertos, reflejaban la sorpresa que era todo para él al llegar»

María del Mar Quesada tenía un hijo que en ese momento tenía 8 años y hacía tiempo que se había planteado formar parte de algún programa de acogida, bien de la Junta de Andalucía o bien de los niños saharauis. «A mi hijo y a mí siempre nos ha gustado tener la casa llena de gente y los dos teníamos mucha gana», explica María del Mar, que señala que entonces ya sabían de los veranos de estos niños con 50 grados bajo las jaimas de Tinduf. «Yo ya era consciente de esa situación y se la explicaba a mi hijo, quería que él también supiera que no existe solo su mundo, que hay otras realidades mucho más duras», indica.

Y así, además de estar inscritos en un programa de la Junta, hace cinco años decidieron sumarse también a la Asociación de Ayuda del Pueblo Saharaui de Jaén. Nada más unirse al proyecto, les propusieron adoptar y ese mismo verano llegó Ali. «Cuando vino tenía 8 años y ahora ya tiene 13, en teoría solo pueden venir hasta las 12 pero últimamente están siendo más flexibles en este sentido, así que ya no queremos pensar si será el último verano o no», manifiesta María del Mar.

Cuando Ali llegó a su casa de Jaén por primera vez fue «muy emocionante», relata esta jienense, que explica que el niño llegaba «por primera vez al mundo desarrollado y todo le llamaba la atención, sus ojos, tan grandes y abiertos, dicen todo de ellos y entonces reflejaban la sorpresa», describe María del Mar, que también destaca que estos niños «son esponjas, están dispuestos a aprender desde el minuto cero, todos lo les llaman la atención, se fijan en todo lo que tú hacer para poder hacerlo después».

Ali descubrió así que de los grifos de las casas sale agua corriente y que si pulsas un interruptor se enciende una luz, vio por primera vez una piscina y se bañó en ella y alucinó cuando se subió a un coche y comprobó que las ventanillas se subían y se bajaban con solo darle a un botón. «La primera noche estaba asustado porque era la primera vez que salía de las faldas de su madre, entonces solo hablaba palabras sueltas de español, pero lo abracé, le di la mano y le dije que estábamos aquí para lo que necesitara, a partir de entonces fue todo rodado».

Hoy Ali habla perfectamente español y se lleva a las mil maravillas con el que considera su hermano jienense, que, además tiene su misma edad. «Mi hijo le enseñó todo, a hablar, a leer y a escribir, se quieren muchísimo», explica María del Mar Quesada, que asegura que si ellos le dan cosas materiales al pequeño, él les aporta a ellos «mucho más».

«Nos pasamos el año entero deseando que llegue el verano, estamos diez meses luchando y trabajando para poder darle todo estos dos meses a Ali», que disfruta con cualquier cosa y que «está pendiente de hacerlo todo bien para que no te enfades». Entre lo que más le gusta, destaca la piscina, la playa, la bicicleta y jugar al fútbol. La experiencia, asegura también esta madre de acogida, «es muy recomendable para cualquier familia, sea cual sea la situación en la que se encuentre, traer a un niño saharaui en verano siempre aporta mucha felicidad».

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