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Monumento erigido en Lopera. :: MARTÍN HIDALGO
Memoria de las Brigadas
LOPERA

Memoria de las Brigadas

En Lopera hay un monumento que homenajea a las Brigadas Internacionales

MANUEL MADRID DELGADO

Sábado, 30 de enero 2010, 03:02

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Me cuenta don José Luis Pantoja Vallejo, a la sazón Cronista Oficial de la Villa de Lopera, que el monumento que su pueblo levantó en memoria de Ralph Fox y de Rupert John Cornford -y por extensión de todos los brigadistas internacionales que vinieron a España a luchar en el bando republicano- se inauguró el 30 de septiembre de 1999, como una de las actividades incluidas dentro del Congreso Internacional 'Cultura, Historia y Literatura del Exilio Republicano Español desde 1939. Homenaje a R. Fox y J. Cornford', que tuvo como sedes a Andújar y la propia Lopera. Y me cuenta que el autor de ese sobrio y estilizado 'monumento' es el arquitecto loperano Jacobo Gálvez Navarro, y que lo levantaron las gentes humildes que por entonces trabajaban en el Plan de Empleo Rural, que en un plano moral debían ser más o menos las mismas y con las mismas angustias que aquellas por las que en 1936 vinieron a luchar Fox y Cornford.

Y también me dice que aquel 30 de septiembre se pusieron amapolas al pie de la columna de cemento con nombres y elevaciones de bronce, y que Luis García Montero y otros poetas recitaron poemas de homenaje a las Brigadas Internacionales, y que desde aquel septiembre no paran de llegar turistas españoles y extranjeros para realizar algún gesto sencillo de reconocimiento a los últimos románticos de la historia, y que aún en el octubre pasado llegó un grupo de franceses amigos de las Brigadas.

Lopera, la Guerra Española de 1936, las Brigadas Internacionales, un hombre en plena madurez vital llamado Ralph Fox y un joven lleno de proyectos llamado John Cornford, y un monumento y la memoria. ¿Extraña mezcolanza en uno de esos pueblos hermosos y desconocidos de Jaén? No, no tan extraña, no tan sinsentido como alguno puede pensar, no tan gratuito todo esto como puede parecer a primera vista. Y seguirá el lector preguntándose qué pinta, entonces, este monumento -sencillo, demasiado sencillo tal vez para tan alta significación- en una plaza de nombre evocador -Jardín del Pilar Viejo- de un pueblo tranquilo de Jaén.

Verán, ocurre que uno de los pocos episodios bélicos de la Guerra Civil que tuvieron lugar en tierras de Jaén se desarrolló, allá por los días de la Navidad trágica de 1936, en las llanuras fértiles de Lopera, cuando las tropas facciosas intentaban avanzar y romper el frente y las tropas republicanas más las milicias partidistas más las Brigadas Internacionales se desplegaron para frenar el avance, lo que consiguieron con mucho sacrificio y no poca sangre derramada. Y allí, en esa batalla de Lopera se encontraban Fox y Cornford, y allí encontraron la muerte el 27 y el 28 de diciembre.

¿Quién era Ralph Winston Fox? ¿Quién era Jonh Cornford?

Cornford y Fox: Dos vidas rotas

Cornford había nacido en 1915, hijo de un distinguido catedrático de Cambridge, e ingresó en el Partido Comunista en 1932. José Ángel Valente dijo que en él se conjugaban «la fe y el verso en un solo acto», expresando así el compromiso literario con los más desvalidos. El 18 de julio de 1936 estaba pasando sus vacaciones en la Costa Azul francesa: recogió las escasas pertenencias que allí tenía y el 8 de agosto cruzó la frontera, adentrándose en aquel lodazal de sangre y rencores desatados que ya era España. Y en España, que no pudo apartar de él su cáliz, luchó en el frente de Aragón junto a los hombres del POUM, reclutó a un grupo de ingleses comprometidos con la causa comunista para que lucharan por la causa republicana, participó en la desesperada defensa de Madrid en noviembre de 1936, en diciembre pasó a ser Comisario Político de la XIV Brigada Internacional y es trasladado al frente de Jaén -entonces en plena ebullición-, el 27 de ese mes cumple 21 años y un día después una ráfaga de ametralladora acaba con su vida cuando intentaba ayudar a un compañero. Unos días antes le había escrito a Margot Heinemann, su novia, unos versos estremecedores y premonitorios, que hemos encontrado en un artículo de Ian Gibson: «Y si la suerte acaba con mi vida / dentro de una fosa mal cavada, / acuérdate de toda nuestra dicha; / no olvides que yo te amaba».

Tal vez porque las guerras tienen como única virtud la de investir con las cualidades del héroe a quienes en ellas mueren jóvenes y poéticos, el caso es que la figura literaria de Cornford -más allá de los lastres realistas propios de su militancia política, más allá de las diatribas marxistas- no ha dejado de crecer. Y hoy, todos los críticos reconocen en la pulsión emocional, intensísima, de sus poemas y escritos a uno de los poetas mejores del siglo XX británico.

Mucho más olvidada permanece la figura de Fox, que vino a España a luchar por sus ideales y que dejó enterrado en nuestro suelo una carrera literaria que podía haber sido brillante y que el tiempo ha reducido a polvo, a casi nada. Había nacido en 1920 en el seno de una familia acomodada e inició su militancia comunista a raíz de un viaje, en 1920, a la Unión Soviética. En el otoño de 1936, encontrándose en París, se enrola en las Brigadas Internacionales, llega a España y marcha directamente al frente de Jaén, a la batalla de Lopera. Y allí, el domingo 27 de septiembre encontró la muerte -o lo encontró la muerte a él- en el Cerro del Calvario, donde su cuerpo quedó tirado y olvidado, otro cadáver del que sólo pudieron rescatar un cuaderno de notas y una carta y que aún -tal vez- esté allí, comido de tierra y olvido, como el de Lorca, como el de tantos otros muertos que no lo fueron por Dios y por España.

Esta, más o menos, es la historia trágica y breve de Fox y Cornford, y de tantos otros brigadistas que vinieron a España con una fe ciega en sus ideas -las mismas ideas que, por ejemplo, en Ucrania estaban provocando la muerte por hambre de millones de campesinos-, pero con un hálito romántico que su muerte no hizo más que acrecentar. Luchando por el comunismo pensaban que luchaban realmente contra el fascismo, cuando en realidad ambos ideales eran hermanos gemelos, y creían que luchaban por la libertad y la justicia, cuando Stalin ya se había encargado de desmentir por la vía del crimen masivo todos esos ilusos ideales. En cualquier caso, debieron ser hombres de buena fe, sinceramente convencidos de la bondad de su lucha. Y en un país y en una provincia cuajada de monumentos que recuerdan a los que fueron asesinados por ser católicos o de derechas, a los que cayeron defendiendo las ideas del bando nacional, parece que está bien que al menos haya un monumento que recuerda la entrega, el sacrificio, la generosidad -tal vez equivocada, pero generosidad al cabo- de quienes vinieron de muchos lugares del mundo para oponerse al fascismo, aunque en realidad no lucharan por la legalidad republicana, que aquel 27 de diciembre, que aquel 28 de diciembre de 1936, -mientras caían Fox y Cornford en la tierra de Lopera- era ya una ficción.

Está bien este monumento hierático, de austero cemento, truncado casi en su base como truncadas fueron las vidas de aquellos a los que homenajea: parece parco recuerdo, pero es un recuerdo. Y al contemplar su fotografía vuelvo a preguntarme porqué la democracia española ha sido tan tacaña a la hora de levantar estatuas y monumentos.

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